viernes, septiembre 15, 2006

Me declaro inintiligible, ileíble e imperdonable.

Quiero dictarle telepáticamente desde ¡YA! mis palabras a un androide-impresora. Pedirle un café y que me lo mee (con su pene-grifo-cafetera). La última hora es mi pasado remoto, las golondrinas llegan con un retraso de doscientas primaveras. Quiero saber que había en vez de universo antes de que hubiera nada, de que color eran sus ojos. Eso fue tan solo hace un ratito y luego a mi ya me quedaban pequeños los zapatos y la historia de la humanidad se topaba con un punto final en forma de meteorito. Pum.
Quiero que me lean tus tataranietos y que, en cambio, no sepan ni como se llamaron sus tatarabuelos. Quiero ser vacunado contra la muerte y operado contra la nostalgia.
No conocer el nombre de las flores sinó su olor, no entender de botánica pero si de belleza, no arrancarlas por el tallo, meterlas en un jarrón, desojarlas una a una preguntandome si me quiere no me quiere, no ponerme ninguna en la solapa para la cita a ciegas. Quiero ser alergico al polen y medicarme, marcar la primavera con rotulador fluorescente en el calendario, cantar muy fuerte en la bañera para que llueva y así regar los campos.

Luego, estrangular a alguien con mis propias manos, pero justo un momento antes de que se ahogue del todo tirarme un horrendo pedo y soltarle para ver como ansía y desea ese aire con todo su ser.
O encerrar a un hombre durante diez días en ayunas, al decimo día invitar a un amigo a comer a casa y luego matarle. Por la noche, llevar al tipo encerrado delante del muerto y explicarle que al mediodía comió lentejas. Ofrecerle una cuchara y abrir el estomago del muerto. Cuando se las haya comido meterle el dedo indice en la garganta hasta hacerle vomitar dentro de un balde. Entonces, comerse uno mismo las lentejas vomitadas aprovechando que están calentitas.