viernes, abril 25, 2008

Para arrodillar a un hombre.

Para arrodillar a un hombre hay que aplicar una fuerza vertical desde los hombros lo suficientemente grande o durante el tiempo suficiente para que este hinque la rodilla. Para arrodillar a un hombre no basta una tragedia, un deseo, algo por lo que rezar. Porqué un hombre no se arrodilla ante cualquiera, no sucumbe ante nadie y preferirá morir de pie que vivir arrodillado, incluso, llegado el caso, vivir de pie a morir arrodillado.
A un hombre de verdad no hay religión que lo corrompa, ni Rey lo suficientemente despota o tirano que lo haga claudicar. Y es que un hombre no se arrodillaría ni para pasar por un tunel que condujera a la libertad. Tampoco para recoger el pendiente caído de una falsa dama, ni para robar las fresas del agricultor. Jamás por haber descubierto algun continente nuevo, nunca para suplicar clemencia al verdugo en la pena capital y mucho menos para atarse el cordón de uno de sus zapatos.
Y, ya ves, para arrodillar a un hombre tan solo basta la visión de tu coñito rasurado con tus bragas hondeando a media hasta.

martes, abril 15, 2008

Delfín Violeta.

Su animal preferido desde esa tarde, su mascota para toda la vida, sería el delfín violeta. A su amparo se había de producir el encuentro furtivo entre Diana y Edmundo. Una pasión prohibida ante las leyes gubernamentales y quizá también ante las propias leyes de la naturaleza. Pero ahora todo daba igual y ahí estaba él esperandola junto a la pilastra indicada con una pequeña bolsa en la mano. Y por ahí venía ella caminando entre las hileras de coches y columnas de ese interminable aparcamiento soterrado. El corazón de Edmundo se desboca por momentos en rejuvenecedores latidos, Diana envejece, lo que a estas edades se llama aun madurar, de a poco, a cada paso que va dando.
Los dos con gafas de sol como suele ser indispensable en este tipo de situaciones. Las de ella aerodinámicas, de cristal espejo de sala de reconocimiento de sospechosos ocultan la mirada aun demasiado pura de sus dos ojos verdes como guisantes mendelianos. Las de Edmundo más ortopédicas y voluminosas difuminan la posible perversión libidinosa con que algun espectador ajeno pudiera confundir esa mirada enamorada.
Pero a pesar de las precauciones no están solos. Una sombra les observa des del asiento trasero de un coche aparcado en la penumbra del fondo del aparcamiento.
Ajena a ello Diana avanza recreandose en el contorneo de sus caderas cruzando diminutos pasos cebra. Va con boina calada a un lado y chaqueta de pana negra, tan elegante que parece mayor de lo que es. Edmundo la observa llegar bajo la letania de la luz de los fluorescentes, inmerso en el nerviosismo de las esperas, repiqueteando en morse con su pie izquierdo la impaciencia contenida de salir a su encuentro. Se quita las gafas y las cuelga del cuello de su camisa verde abierta hasta el tercer botón para darse un aire más desenfadado. Se da cuenta de que aun lleva las yemas de sus dedos algo negruzcas q así con sus pue delatan -como lo harían las huellas dactilares de un asesinato- que se ha tintado el pelo esa misma tarde; en pos de una inalcanzable juventud eterna.
Edmundo, no sonrie, a pesar de sentirse feliz, no lo hace para no añadir arrugas de expresión a sus ya ostensibles arrugas por edad. No sonrie ni cuando Diana llega por fin delante de él mirandole fijamente con una sonrisa en los labios, que solo es correspondida por él con una mueca de apacible serenidad que podría traducirse, eso sí, como sonreir con la mirada. Y se quedan frente a frente sin decirse nada. Pero ella se embriaga con el olor de su aftersave, mientras él aspira fuertemente para respirarla en uno de sus otros preceptos para vivir eternamente: inhalar aire cerca de jovencitas. Más tarde, ya en el piso, continuará con el método aplicando otras técnicas para alcanzar la immortalidad como chupar sus pezones, gatear alrededor de ella en la cama o hacer que le de de comer en la boca haciendo el avión con una cucharita.
Pero eso es insospechable de momento, cuando ella le dice hola, abuelo y Edmundo contesta hola, mi amor. Dandose en la mejilla dos castos besos que contados con exactitud serían cuatro: dos de Diana, húmedos y sonoros, delicuescentes; dos de Edmundo, más secos y silenciosos, conteniendo su efusividad.
Él le da la bolsa que lleva en su mano, sobrellevando con ironía su situación. Para tí, cuidado no te empaches. Esta llena de golosinas. Si lo se te traigo una crema antiarrugas, viejo verde. Y ahora sí él no puede reprimir una sonrisa y se abrazan cómplices de sus circumstancias tan felices como pueden dejarse ser al amparo del Delfín Violeta B-4 pintado en la columna del aparcamiento de unos grandes almacenes.

lunes, abril 07, 2008

Sucedió ese año.

Ese mismo año se desencadenó una guerra sanguinaria en un país del tercer mundo, se declaró el estado de alerta mundial por una nueva enfermedad de caracter altamente contagioso y mortal, subió otra vez el precio de la barra de pan, hubo un terremoto terrible con cientos de muertos, atentados gravisimos en nuevas oleadas de terrorismo, violencia de género, fraude a nivel gubernamental, corrupción y tráfico de armas, doping, calentamiento global y augmento de la tasa media de afectados por niveles preocupantemente altos de colesterol.
Pero Petra estaba con él. Y el mundo le parecía un lugar maravilloso en el que vivir.

martes, abril 01, 2008

15 maneras de olvidarte para siempre.

(1) F. recogió todos los vestigios de la existencia de Petra que pudieran quedar aun en el piso. Un botecito de crema exfoliante, rímel de pestañas, cera depilatoria en frio, otro botecito de nosequé con aloe vera. También unas braguitas extraviadas en el fondo del tambor de la lavadora. Dos cartas a su nombre, el libro que ella le regaló y algunas revistas viejas de interiorismo que solía leer. Lo metió todo dentro de una bolsa de basura y lo tiró al contenedor. (2) Desharticuló el calendario de yogures caducados en la nevera que formaban un ácido almanaque de días prescritos sin Petra. Días limón, días piña que envejecían en su ausencia.
(3) Luego, limpió con fuerza todos los espejos para que desapareciera el eco de su imagen en cada cristal. (4) Pintó las paredes de negro para auyentar los fantasmas de ese teatro de sombras chinas que representaban la tragicomedia de alguien mirando la tele en el sofá, levantandose para ir al baño, una silueta de mujer mirando por la montaña, desnudandose o haciendo el amor con otra sombra, rebuscando con una cucharita en el fondo de un yogur de piña.(5) Giró el somier de la cama. Del anverso al reverso y de pies a cabeza como intentando desorientar el molde de su cuerpo en la almohada. (6) También procuró ocultar todos los objetos que pudo que empezaran con la misma letra que su nombre.
(7) Dejó de hablarle en sus pensamientos. O sea, que si imaginaba que se encontraba con ella por la calle, no la saludaba y hacía como que no la conocía aunque todo esto solo sucediera en su imaginación. (8) Luego, intentó dejar de pensar en ella. Dejó de pensar en ella cuando se fundía una bombilla, (9) dejó de pensar en ella cuando se iba el señal del televisor, (10) dejó de pensar en ella cuando se masturbaba, (11) dejó de pensar en ella cuando se oía caer algun cacharro en el montón del escurreplatos,(12) dejó de pensar en ella cuando hacía ¡ping! el microondas.
(13) F. se reclinó en el sofá con la mirada perdida en una esquina del techo y dijo su nombre en voz alta: Petra. Volvió a repetirlo: Petra. Y lo siguió repitiendo una y otra vez: Petra, Petra, Petra, Petra, Petra, Petra, Petra, Petra, Petra, Petra...hasta que la palabra perdiera su sentido, hasta que las sílabas se solaparan y se enrocaran...Petra-petrapetrapetrapetrape trape trape trape trape trape hasta que poco a poco desapareció petra petra ptra pta pt p...
(14) Entonces, F. se incorporó y escribió en un folio el nombre de ella por última vez. Lo arrugó haciendo una bola y le prendió fuego. Y en el exhorcismo de su combustión usó la palma de la mano para componer con señales de humo un poema triste.
(15) Se compró un rascador de espaldas.