miércoles, octubre 29, 2008

El predigitador de instantes.

(El predigitador de instantes se encuentra en el super con un amigo al que hacía tiempo que no veía)

- Hola.
- Hoooooola.
- Bien.
- ¿Cómo te va?
- Nada.
- ¿Y que te cuentas?
- Sí, todavía.
- ¿Aun trabajas en correos?
- También bien.
- ¿Y Luísa qué?
- De tu parte.
- Dale recuerdos.

jueves, octubre 23, 2008

Histórias de amor nihilistas o jamás sucedidas.

En un bar:

Ella entró en el bar y lo miró por un momento a los ojos. Al él se le resquebrajó algo en lo más profundo de su ser. Jamás la había visto antes y sin embargo sentía como si tuvieran un amnésico pasado común, como si estuvieran predestinados por alguna ley cósmica imposible de alcanzar a comprender. Ella había sido puesta allí por alguna estratagema del destino o por un rocambolesco plan urdido por algún dios jugetón. De repente todo encajaba y cualquier acto anterior de su vida que le hubiera conducido a este justo momento cobraba sentido. El paso del tiempo mismo, los amores y desamores de antaño, la ubicación exacta de cada estrella en el cielo, la disposición de cada una de las sillas y mesas del bar y hasta la muerte misma; todo tenía explicación des del preciso instante en que la vió aparecer por la puerta mirandole vagamente a los ojos. Ella acabó de tomar el café que había pedido, pagó, dejó una módica propina y se marchó sin más.

En el metro:

Si al sentarse junto a ella en el metro tan solo le hubiera preguntado la hora, él no hubiera tenido más remedio que preguntarle si llegaba tarde a algun sitio por entablar una conversación (pues ella era poseedora de la suficiente belleza como para que él se sintiera atraído de immediato) y entonces ella hubiera podido bromear a la par que mostrarse inteligente con alguna respuesta audaz como que hay que llegar puntual aunque no te esté esparando nadie (mostrandose, así de paso, veladamente solícita) y entonces él le diría que como puede ser que nadie te esté esperando con lo guapa que eres (bordeando la barrera del disímulo) que ella traspasa de pleno contestándole que él tampoco está nada mal (proposición casi explicita de sexo) y él (aunque incluso algo estupefacto por la precipitación de estos inesperados acontecimientos amorosos un martes por la mañana) le diría que si quiere la invita a comer, con lo que ella (encantada de haber conocido al que le parece que podría ser el hombre de su vida) acepta. Y luego en la comida risas y afinidades varias y al día siguiente en el cine palomitas y beso de despedida y al tercer día habitación de hotel y compatibilidad sexual y durante el mes siguiente amigos y cenas y deportes de aventuras y un viaje a Paris con lo que al cabo de siete meses boda y al año embarazo y gemelos y luego tres hijos más, chalet junto al mar y tiempos felices para ir envejeciendo de a poco uno junto al otro hasta el fin de sus días.
Pero no, ella jamás le pregunta la hora y él ya acaba de bajar en la última parada y se cierran las puertas del vagón y el tren vuelve a emprender su marcha y ella aun tiene tiempo de verle por última vez perdiendose por entre los pasillos de la estación confundiendose entre la multitud que abarrota el andén una fria mañana de martes de otoño.

Por la calle:

De repente, mientras iba caminando por la acera la vió aparecer desde la siguiente bocacalle y aunque era un poco miope le pareció que su silueta era digna de consideración. Desde la distancia la excrutaba sin pudor cuando le pareció que ella también alzaba la vista y le miraba por entre la gente. Él apartó la mirada por un momento haciendo un barrido visual a la calle para finalmente volver a posar sus ojos sobre ella. Ahora estaba un poco más cerca con lo que él pudo ver con claridad como ella aparta su mirada con cierto disimulo en el momento justo en el que él fijaba la suya sobre ella. No había duda era una chica preciosa y sus pasos iban acercandoles el uno al otro de a poco cuando otra vez los ojos de ella bascularon en un veloz movimiento cecálico para fijarse justo en el punto donde se encontraba él, al que un instinto social adquirido (pues no lo poseen los bebes) le hizo apartar de immediato la vista. Y, sin embargo, ahora sabía con seguridad que ella también se había fijado en él encontrandose los dos inmiscuídos en un cortejo subyacente telepático oftalmológico visual. Y ya tan solo se encontraban apenas a unos metros cuando él decidió profundizar de forma descarada su mirada sobre la de ella vulnerando cualquier precepto de intimidad urbana, ella le correspondió entornando un poco sus ojos y mirandole fijamente en una mueca de índole osadamente libidinosa para luego apartar lentamente la vista hacia el otro lado hasta fijarla casi como mirando al cielo en un claro gesto de disimulo explicitamente mal disimulado. Ahí fue cuando él miró al suelo un instante como para coger aliento y recargar la que sería su mirada definitiva. Y cuando ya casi estaban a la misma altura, girando además el cuello apenas unos grados la contemplo con la absoluta naturalidad de los que se conocen desde siempre, haciendole el amor con la mirada o más bien follandosela por los ojos y mientras ella, sin apartar la vista de él, le correspondía con la misma intensidad en un momento que se hacía eterno, a la vez, que pasó tan efímero y fugaz, cruzaron sus caminos y ella siguió por su lado y él por el suyo sin que nadie se decidiera a mirar atrás.

viernes, octubre 10, 2008

Krölp.

En la región de Krölp no tenían ninguna palabra que significara No. Sus habitantes no conocían el concepto de negatividad por lo que se trataba de un pueblo bastante optimista y siempre predispusto a todo. Se hacían favores unos a otros y siempre se animaban mutuamente. Las respuestas a cualquier petición resultaban siempre afirmativas y si alguna vez la persona que respondía hubiera querido responder lo contrario, en realidad, no hubiera sabido como hacerlo pues no poseía el concepto de la palabra No, con lo que a veces declinaban las consultas en términos más difusos tales que "voy a hacer todo lo que pueda para estudiar esta pregunta", "intentaré en un futuro resolver con mayor rigor tus dudas" o "nada me gustaría más que complacer tu ruego con lo que ya veremos". Estás formulas postergadoras del ofrecimiento claro de una respuesta no eransinó meras fórmulas de cortesía que no hacían más que posponer la auténtica respuesta afirmativa que no tardaba en darse a poco que el consultante insistiera lo más mínimo.
Así era pues que culquier referéndum que se realizara democráticamente daba como vencedor en abrumadora mayoría al Sí. Más teniendo en cuenta que las otras opciones no eran sinó expresiones vagas como puede, tal vez, quizas, ojalá que en realidad no hacían referencia a nada. Así mismo, consultas de caractes más íntimo como peticiones de noviazgo o prerogativás más triviales sobre escarceos amorosos también eran siempre rapidamente ratificadas de manera pertinente.
La ciencia en Krölp era un cúmulo de certezas. Cualquier duda metafísica o planteamiento de hipótesis se reafirmaba de manera tajante por el mero hecho de haber sido planteado. Esto daba, a veces, paradigmas opuestos que sin embargo sabían coexistir debido al carácter relativista y a la predisposición a la utopía de la comunidad científica de Krölp. De este modo cuando surgió la duda de si el Sol giraba alrededor de la Tierra evidentemente los astronomos no tardaron en asegurar que efectivamente así era. Para, siglos después, al formularse la interpelación contraria afirmar, sin ningún tipo de pudor, lo diatralmente opuesto o sea que en verdad era la Tierra que giraba alrededor del Sol. Pero sin llegar a desmentir el precepto antiguo sinó más bien incorporando estás nuevas definiciones a las anteriores. Con lo que se solía aceptar vulgarmente que el Sol era un astro que giraba alrededor de la Tierra la cual, a su vez, daba vueltas alrededor del Sol y así sucesivamente.
La propiedad privada tampoco existía como tal en Krölp por lo que su estatus político podía asemejarse, sin serlo, a un regimen comunista. Lo que sucedía, en realidad, es que ante cualquier petición para que alguien pudiera hacer uso de objetos de uno, todo se solventaba de manera afirmativa entre parabienes de exquisitos modos. Tal era así que si alguien te paraba por la calle para preguntarte si tenías un cigarrillo no tenías más remedio que ofrecerselo aun y a pesar de no llevar encima e incluso de no ser fumador con lo que debías ir a comprar un tabaco para satisfacer la demanda correctamente. Del mismo modo, si a uno un amigo le pedía el auto porque tenia el suyo en el taller no había otra que cederlo y sucedía lo mismo con el taladro, las grabaciones de peliculas, los libros, las joyas, el dinero. Luego, a la hora de las devoluciones te solías encontrar que el objeto en cuestión ya había sido prestado a otra persona que lo había demandado posteriormente con lo que se entraba en una dinámica de prestamos y peticiones de prestamo en que ya casi nadie sabia a quien pertenecía cada cosa y se iban cediendo todo de unos a otros sin esperanza de recuperar nada. El trabajo individual tampoco existía y más bien se organizaba todo desde un trabajo comun a todos que había que desempeñar. La escala piramidal no se sostenía ya que los quehaceres se desarrollaban a la par que alguien contratara a otro para desempeñar una labor, trato al cual el otro siempre aceptaba a pesar de condiciones pésimas, de emolumentos deficitarios y de la propia incapacidad para desarrollar dicho trabajo. Y, no obstante, al no existir clausulas que negaran tal posibilidad no tardaría en romper el contrato o, en su defecto, en subcontratar a alguien para que desempeñara tal ocupación. De este modo, todos podían ser jefes y asalariados a la vez, todos mandaban y obedecían al mismo tiempo. Y todo el mundo hacía todo, que bien pudiera decir que nadie hacía nada.
En Krölp era muy fácil casarse pues todas y todos daban siempre el sí quiero. En Krölp los que se dedicaban a vender enciclopedias conseguían siempre su proposito y en todas las casas había extensas bibliotecas repletas de tomos varias veces repetidos de multiples enciclopedias. Los jovenes de Krölp todos se drogaban porqué no sabían decir que no a las drogas. Y en las zonas urbanas por todas las calles se podía circular en cualquier sentido pues no existían lugares por los que no se pudiera pasar, ni prohibiciones expresas. Las encuestas a pie de calle eran rapidamente ejecutadas ya que todo los transehuntes que eran aprestados a responderlas se mostraban solicitos siempre a tal petición aunque llegaran tarde al trabajo o no tuvieran ganas. En Krölp no existía el rechazo, ni el desamor. Quizas tampoco el amor verdadero sinó una especie de resignación compartida al hecho de tener que estar juntos porqué sí. A la gente de Krölp si les preguntabas si eran felices te decían que sí, aunque jamás sabrías si lo decían porque realmente lo eran o porque desconocían la existencia de la particula negativa llamada No.