miércoles, febrero 29, 2012

Obito literario para este milenio.

La literatura ha muerto
victima de los malos lectores.
El escritor ha fallecido debido a su afasia verbal.
Y ahora las palabras pululan sueltas por el aire
como mariposas disecadas.
Y las historias suceden en vez de ser narradas
bajo el influjo de la mediocridad de lo cotidiano.
Los personajes ya no existiran y las metáforas se quedan fosilizadas.
Y el escritor -que ya no escribe- sueña con ser un vulgar poeta.
Pero la poesía también ha muerto porque no era más que literatura del vacío.
Y una constelación de espacios en blanco sume la realidad en la nada.
Y los lectores se topan de bruces contra el espejo
que les devuelve circumspecto el rostro del apocalipsis.
Y se saben culpables de su mirada turbia y llena de muerte para el escritor.
Que los odia
por etupidos y ciegos de un tiempo de literatura en brayllie para analfabetos del sentido de las cosas.
Y se recrudece la guerra entre escritor y lector por la pertenencia de lo dicho.
Y mientras unos se mueren los otros se dejan morir.
Y el futuro avanza pero jamás llega.
Y todo transmuta en todo.
Y nada cambia.

lunes, febrero 27, 2012

De El jardín de los senderos que se bifurcan.

En la ventana estaban los tejados de siempre
y el sol nublado de las seis
Me pareció increible que ese dia
sin premoniciones ni símbolos
fuera el de mi muerte implacable.
A pesar de mi padre muerto,
a pesar de haber sido un niño
en un simétrico jardín de Hai Feng,
yo, ahora, iba a morir?
Despues reflexione que todas las cosas
que suceden a uno suceden
precisamente, precisamente ahora.
Siglos de siglos y solo en el presente
ocurren los hechos;
innumerables hombres en el aire,
en la tierra y el mar,
y todo lo que realmente pasa me pasa a mi.

viernes, febrero 17, 2012

Poema para recitar justo un instante antes de que te echen de un bar.

¡Ay borracho de mí, y ay, infelice! Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros bebiendo;
aunque si bebí, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber bebido.

Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de beber),
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No bebieron los demás?
Pues si los demás bebieron,
¿qué privilegios tuvieron
qué yo no gocé jamás?

martes, febrero 14, 2012

La Dinastía Ping: Nomenclatura.

La nomenclatura en la Dinastía Ping es considerada como un arte que, incluso, llega a alcanzar el rango de ciencia para sus más firmes devotos. Por lo tanto, para designar a los nuevos miembros de la sociedad se debe acatar unos preceptos básicos definidos por directrices ancestrales.
De este modo, el primer nombre que se le pone al nuevo ser lo recibe aun estando dentro del vientre de su madre. Este debe decidirse durante los primeros meses del embarazo y se lo conoce como el Nombre de Nacimiento.
Los progenitores, por lo común, en estos casos apelativos de cosas que suelan desarrollarse de forma fiable. Así, a los típicos Sauce, Oso o Flor de Lís provenientes del mundo de la flora y la fauna, en ambientes menos estrictos se suele apodar al bebé en gestación con conceptos de cosas o fenómenos florecientes a nivel metafórico. Verbigracia: Pandemia, Rumor, Tormenta, Caos...
Luego, al nacer la criatura, los padres deberán proceder a asignarle su Primer Nombre. Para ello, y teniendo en cuenta que el bebé es considerado como una tábula rasa que contiene en potencia todas las cualidades por igual, se hará uso de un método que esté supeditado al azar. Este consistirá en el lanzamiento al suelo de varios objetos metálicos pertenecientes a la familia como cacerolas, ollas, sartenes, cucharones y latas vacías de tomate y atún. Entonces, según sea el sonido efectuado por dichos cacharros se procederá a bautizar con ellos al recién nacido.
Su Primer Nombre le acompañará durante los primeros veinte años de su vida con lo que durante esa época el individuo no tendrá nunca del todo claro si se ha caído alguna cazuela en la cocina o su madre le está llamando.
En cualquier caso, a la edad de veinte años habrá de sustituír el Primer Nombre por otro: su Nombre de Adulto. Esté será elegido por sus familiares y allegados más directos y habrá de designar de forma sincera y honesta alguna destreza o habilidad en que el futuro portador de dicho nombre sobresalga por encima de los demás. Teniendo en cuenta que si el resto de conciudadanos creen que dicho apelativo sobrepasa en demasía las características reales del individuo en cuestión lo catalogarán como un acto de fanfarronería. Y, entonces, quien de nuevo bauticen a dicha persona a modo de apodo con algún antónimo correspondiente al nombre en cuestión.
Si se le proclamó Valiente y no lo es tanto, lo llamarán Cobarde. Si se le nombró como El Bello y no alcanza a serlo lo suficiente, será llamado El Feo. Si se le propuso como El Más Grande y no lo es, será conocido desde entonces como El Más Pequeño aunque no lo sea.
Y tal como sea nombrado por los otros deberá vivir su adultez haciendo honor a su nombre. El significado de su nombre lo acompañará siempre ahí a donde vaya y le precederá a sí mismo siendo juzgado de antemano a través de este. En el trabajo decidirán su valía según como se llame, las amistades se forjarán entre individuos con nombres del mismo campo semántico y se encontrará pareja cuando se halle a alguien que lleve un nombre compatible con el propio. El Señor Sabio jamás podrá unirse en matrimonio con la Señorita  Ignorancia sino que deberá encontrar a alguna mujer que se llame Sapiencia o Sabiduría y cosas así.
Luego de vivida la vida con el nombre que a uno le haya tocado portar será hora de elegir el Nombre Póstumo que es el nombre que sirve para morir. Con este se encarará el trágico destino de la vejez y la muerte y es por eso que debe ser elegido esta vez sí por uno mismo. El Nombre Póstumo hará referencia a aquello que a uno le hubiera gustado ser y no pudo. Viajero, Galán, Dragón, Justiciero...son algunos, entre otros, de los más celebres apelativos que muchos eligen para designarse en la hora de la vejez. Algunos, sin embargo, prefieren dejar de lado los preceptos básicos de nomenclatura por esta vez y melancólicamente vuelven a hacerse llamar por su Primer Nombre. Aquel que surgió del sonido que hicieron unos cacharros al caer al suelo. Otros, incluso, van más allá y de nuevo se hacen llamar mediante el apodo que sus padres, haciendo referencia a alguna cosa en fase de crecimiento, le pusieron cuando aun no había nacido y que ahora, a las puertas de la muerte, les parece el mejor apelativo para encarar su destino. Y se llaman Roble, Geranio, Abejorro, Tulipán...