sábado, junio 19, 2010

Mi felatriz idolatrada

Fernando Arrabal

Sí, es una depravación que te lama tu falo.
Sí, es un horror que mis principios quebrante.
Sí, es una guarrería que te chupe el meato.
Sí, es una incongruencia que por amor lo haga.
Sí, es una insalubridad que me trague tu esperma.
Sí, es una aberración que a tu sexo me incline.
Sí, es una debilidad que libre me someta.
Sí, es un sacrificio de saliva y de alma.
Sí, es una contradicción sofocarme de amor.
Sí, es un desatino que a tu vientre me pliegue.
Sí, es una inmoralidad que me coma tu sable.
Sí, es un disparate que mi boca sea coño.
Sí, es un gran pecado que incluso Dios condena
…por los siglos de los siglos.

Me gusta ser eterna para tu tiempo y tu celo.
Me gusta ser estrecha en mi nicho de senos.
Me gusta irrumpir con un dedo en tu ano.
Me gusta preceder tus ganas más perversas.
Me gusta babearte mientras tus bolos sobo.
Me gusta succionar inmóvil “à pleine bouche”.
Me gusta ser tu droga del mundo más inmundo.
Me gusta que mi culo sea cacho de tu cielo.
Me gusta que a mi cuerpo le dictes tu capricho.
Me gusta que mi lengua se cubra de pimienta.
Me gusta que en mi boca te cune mi adentro.
Me gusta que me plantes tu cuchillo en mi velo.
Me gusta provocar la explosión de tu zumo
… por los siglos de los siglos.


Me siento realzada cuando a tu sexo bajo.
Me veo deseada cuando tu daga enardezco.
Me juzgo disoluta por mi ritmo lascivo.
Me place que dirijas mi nuca con tus manos.
Me hago mariposa con tu músculo en fiebre.
Me encanta la impudicia de besarlo sin fin.
Me llena corromperme para atizar tu vicio.
Me priva encanallarme con tu flor en mi glotis.
Me chifla rebañar lo negro de tu pozo.
Me excita regularme por regla de tu éxtasis.
Me enloquece fumar con tu filtro de amor
…por los siglos de los siglos.

Tu mazo rezumando… ya tocas campanilla.
Mis labios le menean… ya vives en la gloria.
Envuelto por mi frote… ya visionas edenes.
Trenzado de caricias… ya sueñas imposibles.
Palpitando animal… ya vuelas al nirvana.
Por el cielo de boca… ya corres al misterio.
A mi cara penetras… ya cautivas la imagen.
En espera del éxtasis…ya lo pospones siempre.
Tu cola es lo primero… ya tiembla el universo.
Las lágrimas de gozo… ya llegan gota a gota.
Tu rocío de néctar… ya riega mi garganta.
Comulgamos unidos… a dos y para siempre
… por los siglos de los siglos.


T.S. Fernando Arrabal, Bolonia, noche del 6 al 7 de Jetas de 136 de la E. ’P. (del 31-I al 1-II-09 ‘vulgaris’), Santa Facha postulante y San Jeta abad.

miércoles, junio 09, 2010

La ciudad infinita.

La noche tocaba a su fin. Cerraban los bares y la gente volvía a sus casa. Él, derrotado, ebrio y solo, a pesar de estar en la otra punta de la ciudad y de tener que atravesar barrios desconocidos, decidió regresar caminando. Pensó también que esa caminata hasta casa le despejaría y ayudaría a aclarar su mente. Con paso ligero se fue alejando de lugares de ocio, alejándose del bullicio hasta pronto hallarse solo transitando por calles remotas sin más compañía que la luna llena que escrutaba su camino como un ojo avizor. Cruzó las primeras manzanas sin más estrategia que dejar atrás sus propios pasos. Era tarde o demasiado pronto para ser pronto inmerso en aquel impás de horas malditas en que ha acabado la noche y aun no empieza el día. Las calles acechaban desiertas y tan solo la luna parecía seguirlo a través de los tejados.
No llevaba dinero, ni teléfono. Tan solo un mapa mental de calles borrosas, su sentido de la orientación como una veleta en medio de un torbellino, una brújula de migas de pan en la cabeza.
Pero ahí a lo lejos atisbó un edificio conocido, bendita insignia de la ciudad, altar de vanidades, que ahora le servía de punto de referencia sumido como andaba en la cartografía del olvido. Aceleró los pasos caminando hacía él, lo atravesó cruzando por una de sus aceras dejándolo atrás hasta perderlo de vista. Seguir avanzando, cubrir otro plazo de le ciudad, segmentarla, avanzar por entre sus entrañas. Solitario y perseguido tan solo por la luna. Embriagado por la noche y el consumo previo de varios licores siguió avanzando nómada errante, transeúnte errático, deambulante apátrida y noctambulo errabundo prófugo de sí mismo. Y, entonces, ante sus ojos. Allá a lo lejos delante suyo el mismo gran edificio otra vez. Altivo y desconcertante apareciendo ante si en el diametral punto opuesto donde él lo había dejado. Como si el mundo se hubiera vuelto del revés, como si hubiera estado caminando a la inversa. Por lo que la única explicación plausible que en medio de su ebriedad puede aceptar es que haya dado una vuelta de 360 grados tomando calles que vuelven al mismo lugar, que se centrifugan en si mismas. Sin otra solución que que volver a alcanzar el gran edificio emblemático, atravesándolo de nuevo y dejándolo otra vez atrás. Y perdidos tres de los cuatro puntos cardinales avanzar recto y seguir adelante. Con la noche boca arriba, las aceras extraviadas, los números de los portales traspapelados y la luna expectante como única y fiel compañera desconcertada en medio del cielo.
Sin reloj, sin teléfono, sin dinero, sin nadie por las calles a quien preguntar huérfano de una ciudad vacía, perdido en un planeta deshabitado, descuidado del mundo, paralelo-x meridiano-y de incertidumbre avanza hacia donde cree que está el centro, acrecentando más aun el ritmo de sus pasos quien sabe si durante minutos u horas para volver de nuevo a otear en el horizonte bajo una luna estupefacta el mismo gran edificio multiplicado o vuelto a renacer como en medio de un espacio-tiempo curvo vencido por la rueda del extravío. Vuelta a dejarlo atrás, vuelta a huir de su persecución advenediza, intentando escapar de ese bucle, de la ciudad, de la luna, de si mismo.
Postergado en geometrías no euclidianas cruzó después una famosa avenida que él conocía bien para volver a encontrarse por pura anisotropía al cabo de un rato la misma avenida del lado de donde ya la había cruzado. Y después siguió calles que acababan por mor de bisectrices oblicuas y tangentes axiales al principio de la misma calle. Para luego encontrarse perdido en la esquina de dos calles paralelas. Transitó arterias que se perdían en un infinito borroso y frecuentó asomándose al abismo del bordillo aceras impares frente a frente, atravesó glorietas con centro en ninguna parte y radio en cualquiera, se plantó en chaflanes de angulo romo e inmerso en el cruel paralelepípedo de bulevares de sueños rotos avanzó retrocediendo, giró sin darse vuelta, se alejó sin irse, llegó sin haber salido, se ausentó sin haber estado amparado tan solo por la astronomía de una luna en desuso por caminantes y poetas modernos perdido en medio de una noche eterna en la ciudad infinita vagando sin más compañía que la luna llena por sus calles vacías llenas de geometrías imposibles por siempre jamás.
Estás.

Y, sin embargo, puedo oírte sin oídos y puedo verte sin ojos, tocarte sin manos y sentirte sin sentidos. A través de una vía etérea que nos une a los dos puedo recordarte sin memoria, saberte sin conocimiento y conocerte sin conciencia. Puedo esperarte sin tiempo y vivirte sin vida, puedo alcanzarte sin espacio y estar contigo sin ti. Puedo nombrarte sin palabras, añorarte sin pasado y olvidarte sin futuro. Puedo rozarte sin piel y acariciarte sin tacto y tocarte sin ser tocado. Puedo amarte sin corazón y respirarte sin pulmones, olerte sin nariz y lamerte sin lengua y saborearte sin papilas gustativas. Y follarte sin cuerpo y tenerte sin alma y soñar contigo sin noche y amanecer junto a ti sin mañana.
Porqué todo es posible y, además, imposible es nada.
Diatriba a los de ahí abajo.

Míralos, ahí están, bebiendo cerveza en sus bares, conduciendo sus relucientes autos, mirando en sus cajas mágicas reclinados en sus sofás como patean un balón esférico once tipos en pantalón corto. Sin saber -porqué no lo saben- que no son más que una civilización extinta, sus enseres cotidianos vestigios de un ayer que sucede ahora, sus casas ruinas de un mañana que nunca será.
Porqué todo ser vivo nace muerto, toda construcción lleva implícita su propia destrucción, toda forma de existencia es una manifestación de la nada.