jueves, mayo 27, 2010

Aurea Mediocritas.

Según el Principio de Mediocridad soy un ser humano corriente en un planeta cualquiera que forma parte de un sistema solar del montón en medio de una galaxia como tantas otras dentro un vulgar universo estandart. Que rie, llora, trina, se abotona. Bienvenido a la cruda realidad, asiento pasillo fumador pasivo clase media.
Y acepta este aire que respiro como unico arjé del aquí y ahora. No hay más universos para mi, loosser. Resignación, paciencia, transigencia, conformidad aguante, perdedor.
Efecto pigmalyon de no esperar nada de la vida, efecto nocebo de no ser nadie en el mundo. Muy a pesar de que cuando golpeo en la puerta y preguntan ¿quien es? digo: YO.
Toma!: Ramon Buj 1 - Resto del Mundo 0. Y eso que hasta este momento mi nombre se creía insusurrable. Y ahora creo que hasta podría ser coreable.
Me quito la chapita con nombre falso que está clavada en mi solapa y creo que hablo en nombre de todos mis lectores cuando digo: callate!! Pero yo te contradigo: leeme o muere.
Porqué seré escritor o no seré nada. Contemplando muy seriamente la opción de no ser nada. También los átomos están un 99% vacíos y son eternos. Y a pesar de que el tiempo sea un exilio más cruel que la distancia ¡Viva la muerte! Y deseo que en mi funeral se corten cebollas. Y también un deseo paradoxal: deseo que no se cumpla este deseo.

Porqué me recuerdas a un poema que mi memoria ya ha olvidado, una canción que quizas jamás haya sido escrita, a un lugar en el que nunca he estado. Y cuando te veo oigo sonar violines. Aunque:

Según el Principio de Mediocridad TU eres un ser humano corriente en un planeta cualquiera que forma parte de un sistema solar del montón en medio de una galaxia como tantas otras dentro un vulgar universo estandart.
Pero no te preocupes, cuando mi especie gobierne este planeta tu nombre estará en la lista de protegidos y no sufrirás ningún daño.

lunes, mayo 10, 2010

Desayuno melancólico.

A veces te levantas por la mañana y piensas: que todo va mal. Y tan solo te consuela el hecho de que, probablemente, aun vaya todo a peor. En esos días regresa a tu memoria como un vuelo de golondrinas el recuerdo de ese antiguo amor. Te preguntas que habrá sido de ella o que hubiera sido de vosotros, para, en realidad, preguntarte que ha sido de ti.
Las mañanas aciagas en que te sucede todo esto sueles desayunar en casa preparándote parsimoniosamente y con todo el protocolo pertinente un buen tazón de leche con cacao. Así que, al poco, te encuentras observando como gira el tazón lentamente dentro del microondas, tan sumamente suave que no se ve afectado ni por fuerzas centrifugas, ni centrípetas. Tu cabeza, en cambio, da vueltas alrededor de tu soledad y se pregunta que ha sido de los buenos amigos, aquellos en los que podías confiar, aquellos que no debían fallarte nunca. Pero resulta que son esos mismos en los que no debiste confiar, esos que te han fallado, quizá no tan buenos amigos como pudieras prever ¡Ping! El sonido del microondas te avisa de que la leche ya está caliente. Con el tazón ya sobre la mesa añades azúcar y cacao y lo remueves ausente hasta crear un pequeño maelstrom de grumos que se van fundiendo, poco a poco, al mismo tiempo que tu te vas sumergiendo en los errores del pasado. El desapego familiar, las gris rutina de los días, los estudios aparcados con provisionalidad crónica, las ausencias, la inopia del destino, la abulia del porvenir. Todo mezclándose en la termodinámica del tazón de leche con cacao de un desayuno melancólico.
Ahí es cuando te diriges al armarito de los dulces y coges unas magdalenas. Pero como hace más de una semana que el paquete estaba abierto están duras. Decides, entonces, coger mejor unas galletas: están blandas. Y entonces empiezas a sospechar que todo anda mal, que todo está en tu contra y que el universo en pleno se ha conchabado contra ti cuando ves que las magdalenas con el tiempo se ponen duras a pesar de que a ti te gustan blandas y, en cambio, las galletas, que a ti te gustan duras y crujientes, con el paso de los días, se ponen blandas. Y nada te consuela que sepas unas sean higroscópicas porqué absorben la humedad del aire y las otras eflorescentes la dejan escapar. Porqué nada te ampara en esta mañana sombría de bollería caduca y tazones de leche que giraron sin ser afectados por fuerzas centrífugas, ni centrípetas en electrodomésticos que, a veces, hacen ping, de maelstroms de grumos de cacao que traen recuerdos del pasado y leyes inquebrantables de la termodinámica que dejan tibio un tazón de leche con cacao de un desayuno melancólico sin nada decente que mojar.

lunes, mayo 03, 2010

Siete años después.

Nada quedaba de la mujer con la que se había casado siete años atrás. Ahí en el artículo de esa revista pseudo-científica que alguien había dejado tirada sobre el sofá lo ponía bien claro. Y explicaba aduciendo razonamientos biológicos lo que el ya sospechaba de antemano: que, a veces, la gente cambia. Según lo que contaba dicho artículo debido a que después de siete años todas y cada una de las partículas que componen un ser humano han sido renovadas. O lo que es lo mismo: que esa mujer con la que se había casado hacía ahora aproximadamente siete años se ha ido desintegrando con el tiempo y nada queda de ella.
Nada queda de él tampoco. Con lo que ahora, según dichos cálculos, no son más que dos extraños respecto a esos seres que tiempo atrás se enamoraron el uno de todos y cada uno de los átomos del otro. Y viceversa.
De cualquier forma, lo de los siete años le pareció que encajaba perfectamente con la teoría popular que atribuye esos mismos años de mala suerte al hecho de romper un espejo. Efectivamente, la persona que sucumbe a la tragedia por la rotura de un espejo dejaría de padecer dicha maldición al término de ese computo de años debido a que todos aquellos átomos bajo el influjo del maleficio habrán abandonado por fin el cuerpo del individuo en cuestión.
Eso implica que, en realidad, la condena para la suerte adversa por rotura de espejo es eterna y que el único remedio que cabe esperar es la exoneración corporal de las partículas afectadas. Y que, por tanto, dichas partículas pasarán luego a vagar a la deriba pudiendo ser interceptadas por otras personas. Con lo que se deduce que a un mayor avance temporal, presuponiendo que ello conllevaría una mayor destrucción acumulativa de espejos por sujetos adquiridores del infortunio pertinente, habrá de abundar en el entorno un mayor número de materia aciaga.
Y, la verdad, es que eso de que la mala suerte universal vaya in crescendo también le encaja en su perspectiva de que lleva siete años casado con una mujer a la que ahora apenas reconoce, con el recuerdo que ahora le subyace de haber destrozado el espejo de la habitación del hotel en medio de los artificios sexuales de la noche de bodas y el hecho a su parecer innegable de que, con el tiempo, todo va a peor.