lunes, mayo 03, 2010

Siete años después.

Nada quedaba de la mujer con la que se había casado siete años atrás. Ahí en el artículo de esa revista pseudo-científica que alguien había dejado tirada sobre el sofá lo ponía bien claro. Y explicaba aduciendo razonamientos biológicos lo que el ya sospechaba de antemano: que, a veces, la gente cambia. Según lo que contaba dicho artículo debido a que después de siete años todas y cada una de las partículas que componen un ser humano han sido renovadas. O lo que es lo mismo: que esa mujer con la que se había casado hacía ahora aproximadamente siete años se ha ido desintegrando con el tiempo y nada queda de ella.
Nada queda de él tampoco. Con lo que ahora, según dichos cálculos, no son más que dos extraños respecto a esos seres que tiempo atrás se enamoraron el uno de todos y cada uno de los átomos del otro. Y viceversa.
De cualquier forma, lo de los siete años le pareció que encajaba perfectamente con la teoría popular que atribuye esos mismos años de mala suerte al hecho de romper un espejo. Efectivamente, la persona que sucumbe a la tragedia por la rotura de un espejo dejaría de padecer dicha maldición al término de ese computo de años debido a que todos aquellos átomos bajo el influjo del maleficio habrán abandonado por fin el cuerpo del individuo en cuestión.
Eso implica que, en realidad, la condena para la suerte adversa por rotura de espejo es eterna y que el único remedio que cabe esperar es la exoneración corporal de las partículas afectadas. Y que, por tanto, dichas partículas pasarán luego a vagar a la deriba pudiendo ser interceptadas por otras personas. Con lo que se deduce que a un mayor avance temporal, presuponiendo que ello conllevaría una mayor destrucción acumulativa de espejos por sujetos adquiridores del infortunio pertinente, habrá de abundar en el entorno un mayor número de materia aciaga.
Y, la verdad, es que eso de que la mala suerte universal vaya in crescendo también le encaja en su perspectiva de que lleva siete años casado con una mujer a la que ahora apenas reconoce, con el recuerdo que ahora le subyace de haber destrozado el espejo de la habitación del hotel en medio de los artificios sexuales de la noche de bodas y el hecho a su parecer innegable de que, con el tiempo, todo va a peor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

... aura caqui, sin duda.