domingo, septiembre 02, 2012

La ciudad infinitesimal.

La ciudad era infinita y ellos estaban perdidos infinitesimalmente en ella. Los espacios intermedios que los separaban demoraban sus destinos y la ínfima posibilidad de cruzar sus vidas era estadísticamente irrelevante.
El laberinto estaba compuesto de infinitas calles que se bifurcaban en infinitas esquinas que contenían infinitos desencuentros. Casi todos los números de las puertas de las casas eran impares y la soledad rondaba las aceras acechando en cada portal. Deambulaba el olvido por el abismo de los bordillos y nadie conocía a nadie que conociera a alguien que te conociera a ti.
Las pisadas resonaban huecas en medio de la noche, las persianas dormitaban opacas a su paso. Había una multitud de carteros extraviados que no llegaban jamás a entregar una carta de amor. La muerte pasaba en ambulancias fluorescentes dejando a su paso tras de sí sirenas del apocalipsi que detenían por un instante el pensamiento de los transeúntes en un memento mori. Y después todo volvía a continuar como si nada.
También había un imperio de miradas cruzadas de peatones que al pasar escudriñaban mutuamente sus rostros observándose furtivamente para luego seguir cada uno su camino sin volver a encontrarse jamás.
Quizás una vez miraste a esa persona y ella te miró a ti. Y luego seguisteis cada uno por su lado sin saber que de algún modo estabais predestinados el uno para el otro.
Pero en medio de la ciudad infinita los destinos se amparan en la nada y los sueños tienden a acercarse a cero y hay personas que vagan perdidas en medio del indescifrable callejero sin llegar a encontrarse jamás.