miércoles, diciembre 21, 2011

Plantilla para poema de amor descartable.

Querida, [ponga aquí el nombre de su amada]:

Flor de mi vida, querida luz de mi existencia, te amo como nunca antes he amado a otra mujer, queridísima [ponga aquí el nombre de su amada].
Tu belleza sin igual embriaga mi mirada y hechiza mi ser. Y cuando te contemplo mi corazón palpita desbocado así como cuando estoy a tu lado ¡oh [ponga aquí el nombre de su amada]! quisiera que el tiempo se detuviera junto a ti.
Y es que tu, [ponga aquí el nombre de su amada], eres única entre todas las demás y haces que mi amor por ti sea absoluto e intransferible. Y te amaré hasta el infinito y para siempre y aun más allá.
Porqué mi amor por ti es eterno, [ponga aquí el nombre de su amada], y no ha de extinguirse jamás. Y nunca he de volver a amar a otra como te quiero a ti, [ponga aquí el nombre de su amada].

domingo, diciembre 18, 2011

Los Blablablás.

Los blablablás están por todas partes acechándote cada día con su terco blablablá de frases consabidas, argumentos trillados y preguntas retóricas que se contestan solas en el mejor de los casos.
Los blablablás recurren a los tópicos del día a día para entablar conversaciones que en realidad tan solo son monólogos de su silencio parafraseado. Y así el blablablá cuanto te encuentre en una fiesta te contará chistes ancestrales como antídoto de la risa o si te lo cruzas en el ascensor te ofrecerá el parte metereológico de hoy y mañana. Pues el cielo del blablablá está lleno de isobaras.
Y es que a los blablablás te los puedes encontrar en cualquier lugar y evento cotidiano y en seguida empiezan con su blablablá a desmenuzar la actualidad como si las anécdotas del presente fueran reflejo de algo eterno . Así el blablablá utilizará para ello frases manidas que repite como un mantra a través de los medios de comunicación de masas o de forma consuetudinaria. Y cabe destacar que el blablablá cree que esas frases las ha inventado él y es por eso que las repite constantemente a todas y cada una de las personas a las que se va encontrando e, incluso, te las volverá a reiterar de nuevo como si jamás te las hubiera dicho nunca si te lo vuelves a encontrar de nuevo otra vez.
Porqué los blablablás te asaltan en cualquier lugar con cordiales argumentos tras los que se oculta un discurso interminable de cosas que no quieres saber y te las cuentan, de preguntas que no quieres responder y te las hacen, de historias que no quieres oír y te las dicen. Así son los blablablá, perseverantes en su misión de propagar una realidad discursiva basada en nada. Y es que el blablablá si no habla se ahoga y no puede respirar. Y de este modo, comentandote el partido de ayer, el último chisme que ha oído, alguna noticia sobre política o cualquier burda broma que les venga a la cabeza los blablablá están salvando su vida de la apnea de pensar. Un blablablá callado es un blablablá muerto y ellos lo saben y por eso se les ilumina el rostro cuando te encuentran en cualquier lugar indefenso ante su ataque dialéctico de palabras vacías que se concatenan las unas con las otras cubriendo temas y motivos de la nada unos tras otros en su sempiterno, recurrente e incesante blablablá. Así son los blablablá.

lunes, diciembre 12, 2011

Contraindicaciones del hecho de existir.

Las autoridades sanitarias advierten que existir puede producir efectos secundarios contradictorios como alteración del estado del sueño, somnolencia, aceleración del ritmo cardíaco, disminución de la frecuencia cardiovascular, afección amorosa, odio al prójimo, furor concupiscente, apatía sexual, alteración extática de los estados anímicos, ataraxia, sentimientos de profunda tristeza, alegría desmedida e injustificada, claustrofobia, agorafobia, incertidumbre por los acontecimientos venideros, certeza del mañana, miedo repentino, valor inesperado, agudeza visual, percepción borrosa de lo circundante, sabiduría omnisciente, desconocimiento absoluto de las cosas, risa hilarante, llanto lacrimógeno, introversión, extroversión, introspección, extrospección, verborrea, laconismo, ataques de ira furibunda, mansedumbre, proyección onírica del destino de uno mismo, realismo austero del devenir propio, sensación de fugacidad ante el transcurso del tiempo, anquilosamiento y visión eternalista de cada instante, perdida de apetito, hambre insaciable, frio, calor y tos seca.
Y, además, también se advierte que vivir mata.

lunes, diciembre 05, 2011

Instrucciones para escribir un texto dadaísta.


Coja un periódico
Coja unas tijeras
Escoja en el periódico un artículo de la longitud que cuenta darle a su poema
Recorte el artículo
Recorte en seguida con cuidado cada una de las palabras que forman el articulo y métalas en una bolsa
Agítela suavemente
Ahora saque cada recorte uno tras otro
Copie concienzudamente
en el orden en que hayan salido de la bolsa
El poema se parecerá a usted
Y es usted un escritor infinitamente original y de una sensibilidad hechizante, aunque incomprendido del vulgo.





miércoles, noviembre 30, 2011

Una extraña sensación.

Un hombre tiene la extraña sensación desde hace días de que su mujer no es quien dice ser. Le nota un comportamiento raro y la siente como diferente tal y como si no la reconociera.
Una noche, después de yacer juntos, en medio de la relajación post-coital decidió ponerla a prueba y la aborda con preguntas cuya respuesta tan solo sabría su verdadera mujer. Así, excusándose en una repentina melancolía, la interroga sobre el día en que se conocieron y encomendándose al supuesto interés mutuo por los pasajes de ese día en cuestión le pregunta sobre múltiples y banales detalles que tan solo podrían saber ellos.
Su mujer -o la mujer que está ahora con él en la cama y comparte su vida- demuestra acordarse de algunos de esos sucesos pero de otros no.
Y se acuerda del vestido que llevaba ella puesto y de donde fueron y de que película vieron y de algun.a de las cosas de que hablaron. Por contra, dice no recordar el color de la camisa que llevaba puesta él, ni del nombre del bar donde fueron después, ni de que tomaron, ni de alguna de las cosas de que hablaron. Detalles que su mujer verdadera debería saber, pero que una suplantadora preparada minuciosamente para aparentar ser su mujer podría desconocer.
A pesar de eso y amparándose en el habitual olvido en las que las parejas vierten gran parte de los múltiples detalles de su coexistencia bien pudiera ser que alguna de las circunstancias de aquel día hayan quedado borradas en la memoria de su verdadera mujer.
Pero, sin embargo, él seguirá sintiéndola como una extraña que se ha colado en su vida y que sabe casi todo lo que su auténtica mujer debiera saber y se desenvuelve casi como su verdadera mujer lo haría y se comporta y se expresa casi tal y como lo haría su mujer original.
Y tal vez lo sea, probablemente sea ella y todo esto no sea más que una deshabituación de hechos cotidianos inmiscuida en la percepción que tiene él sobre su compañera. Y es casi seguro que tan solo sea eso, pero la duda le corroe. Y dispuesto a averiguar con certeza si esa mujer es quien dice ser se dispone a llevar a cabo un plan consistente en pertrechar alguna acción en la que él esté seguro de como se comportaría su mujer ante esta.
Y entonces ella defiende una injusticia, se acobarda ante un miedo, procede con egoísmo o le perdona una infidelidad. Hechos que transcurren como él reconoce que su verdadera mujer los acometería.
Pero, al mismo tiempo, en otras acciones esa mujer que dice ser la suya obrará de distinta manera a la que se hubiera podido esperar de su auténtica mujer. Y así ella promueve un odio, actúa con filantropía ante un suceso ambiguo, afronta uno de sus miedos o actúa con promiscuidad por despecho. Comportamientos que una usurpadora de la identidad de su mujer no suficientemente informada podría llegar a ejecutar de ese modo.
En todo caso él achaca estos errores a la volubilidad de los seres humanos que a veces se comportan según sus habituales patrones y otras veces no. O sea que tanto en el caso de que esa fuera su verdadera mujer o una impostara vagamente adiestrada para sustituirla podría llegar a efectuar de forma casi contradictoria acciones de signo diametralmente opuesto entre sí.
Y, a pesar de eso, él sigue la extraña sensación de que esa mujer con quien comparte lecho, con quien habla cada día y con la que ha vivido un pasado común y mantiene expectativas reciprocas de futuro no es quien dice ser.
Para averiguarlo de forma definitiva preparará una especie de test conversacional que mediante unos ítems que él irá marcando mentalmente según los que exprese su mujer en el diálogo podrá comprobar fehacientemente la concordancia de los resultados con los que previamente prevé que ofrecería su verdadera mujer.
De esta forma, mientras la conversación transita por temáticas banales él puede constatar como su mujer se presenta como sincera, comedida, perspicaz, dubitativa, huraña, algo melancólica o dicharachera. Atributos que su natural mujer ostenta por antonomasia y que propondrían con certeza que se trata de ella, sino fuera porqué en el mismo diálogo también se la puede determinar como disoluta, amargada, bondadosa, cordial, lúgubre y ecuánime. Rasgos que en nada tienen que ver con la habitual concepción de su auténtica mujer y que hacen elevar su sospecha intrínseca de que no se trata de su verdadera mujer sino fuera por el hecho sabido de que, a veces, las personas no se muestran tal y como son e, incluso, pueden llegar a ser distintas a si mismas según las circunstancias.
Así es como ese hombre quedará sumido en la incerteza de no poder asegurar que la persona con quien está compartiendo la vida sea quien dice ser. Y tan solo puede especular que se haya inmiscuido en su  existencia común la extraña sensación de no conocer en absoluto a una persona en cuanto más la va conociendo. Hecho que él atribuirá a la impredicibilidad misma del ser humano que fluctúa en su manera de ser y de expresarse y que recuerda u olvida cosas de su propia vida con total impunidad.
De esta forma, esa puede ser o no ser su auténtica mujer tanto como es o no es uno mismo cualquier persona del mundo. Y seguirá conviviendo con ella en esa extraña cotidianidad intentando que no los afecte esa percepción alterada que él siente por ella. Y a pesar de que, luego, una noche desnudos en la cama después de hacer el amor él constata con una vaga sorpresa que la marca de nacimiento en forma de pera que ella tenía en el omóplato izquierdo ha desaparecido.

viernes, noviembre 25, 2011

Emboscada de frío entre las sábanas.


La deliciosa cama preparada prolijamente para adecuarse al frío de una noche de invierno me espera con todos sus elementos formando una sucesión perfecta de capas dispuestas sobre el colchón a modo de: sábana bajera, sábana encimera, frazada y colcha. Una superposición estratégica que debidamente fijada a través de los bordes de dichas prendas sujetados entre el colchón y el somier forman un sistema sustentación calorífica inigualable.
Y así es como después de apagar la luz me dispongo a ubicarme en el aparente confort y estado de calidez que me promete para cruzar raudo la habitación en piyama deshaciéndome de las pantuflas con sendos movimientos sinusoidales de piernas e instaurarme en un único e inconmensurable gesto dentro de la cama.
Ahí constato no sin cierta estupefacción como bajo esa acumulación de capas térmicas que debieran conferirme una apacible temperatura me está esperando agazapada y latente una emboscada de frío.
Y a pesar de la sorpresa que siempre me pilla desprevenido en estos casos no dejaré de sentir una especie de gezellig recorriendo mi espina dorsal que devuelve a la memoria de mi piel todas aquellas veces que en mi pasado me he inmiscuido en noches frías de invierno dentro de camas donde me esperaba aun más frío del que pueda sentir afuera.
En cualquier caso, esta sensación durará apenas un rato en lo que tarde mi propio calor corporal en convertir en un microclima cálido el interior de esa cama. Para entonces uno empezar a quedar sumido en una cálida intimidad de reminiscencias casi intrauterinas sucumbiendo a la blandura del lecho, a la complicidad de la almohada hasta pronto quedar inmerso en un estado rayano a la felicidad.
Y, aunque el sueño no llegue de inmediato, uno se ve confortablemente envuelto en esa sucesión de pieles ancestrales que el desarrollo de la civilización humana ha ido concatenando secularmente. Y ahí es cuando uno se arropa a si mismo satisfecho de formar parte de la contemporaneidad del momento histórico y de la sublimación del estado del bienestar en concepto de menaje del hogar.
Lo que ocurre es que con el sutil movimiento de estirar la manta hasta cubrir levemente el mentón parece que la esta se ha descorrido de debajo del colchón y ahora las puntas de los pies está tan solo cubierta por el binomio   sábana-colcha con la pertinente disminución térmica asociada al hecho. Así que uno intenta restituir la frazada a través de un movimiento de zarpa efectuado podológicamente que además de no lograr su objetivo hace deslizarse la sábana hacia el lado izquierdo de la cama dejándola convertida en un harapo inservible que ahora tan solo me cubre medio cuerpo.
Decido entonces recuperar medidas reconstituyentes del estado primigenio en la predisposición de las telas ladeando el cuerpo hacia la parte contraria en que ha quedado amontonada la sábana tirando de esta para intentar retomarla a su estado equitativo aunque sin conseguirlo finalmente y agravando más aun la situación al provocar con el movimiento del cuerpo la desestabilización de la colcha que ha ido a parar con gran vehemencia al frío suelo.
Al darme cuenta de ello procedo a alargar un brazo hacia donde preveo que haya podido caer la colcha provocando que del lado contrario ahora se desenganche una de las puntas subjetoras de la sabana bajera mientras sigo palpando en la oscuridad para intentar asir la colcha caída con escaso o ningún éxito.
De este modo, el estado actual de los respectivos tejidos viene a distribuirse en: la inasible colcha en el suelo, la sábana bajera corrida desde la parte de arriba a la izquierda del colchón dejándolo al descubierto, la amalgamada sábana amontonándose en espiral en el lado derecho de la cama y la insuficiente manta que llegado a este punto ya ha tomado una disposición rombal sobre el eje longitudinal de la cama dejando de este modo a la intemperie los hombros y parte del torso así como los pies hasta la altura del tobillo.
Todo ello en una masa informe de telas conglomeradas que hacen que uno vaya ya perdiendo la fe en ciertas evoluciones tecnológicas de la especie, en alguna de las leyes de la termodinámica, en la posibilidad de alcanzar alguna felicidad duradera por parte del individuo y en la esperanza de obtener esta noche cualquier conciliación de sueño de forma pronta.

jueves, noviembre 24, 2011

La mosca inmortal.

La otra tarde me vino a visitar la inmortal mosca de los siglos, la eterna mosca imperecedera que transita la historia de los hombres revoloteando a su alrededor y viéndolos a todos y cada uno de ellos morir y sobreviviéndolos.
Ya antes tuve constancia de anteriores visitas suyas en mi infancia y juventud y la volví a ver el mes pasado. La reconocí de inmediato por su zumbido inconfundible y su característico vuelo sinusoidal que la hacen reconocible entre cualquier otra mosca que vuela anodinamente y muere de forma vil en pocas horas, días o semanas.
No así la inquebrantable mosca que acompaña la humanidad desde tiempos inmemoriales posándose en la frente de los calvos, en la punta de la nariz de las más distinguidas señoras burguesas y que un día se paró en tu oreja.
Porque ella es la indestructible mosca que jamás pudiste atrapar o aplastar de un zapatazo ya que posee reflejos ultrasónicos y es capaz de anticiparse a cualquier ataque como si pudiera prever tus movimientos. Es la mosca precognitiva que aguarda impertérrita que tu mano se vaya acercando a ella lentamente, a veces, incluso, frotará sus patas displicente mientras te ignora y tan solo un milisegundo antes de que lances tu zarpazo definitivo se anticipará a ti huyendo con total impunidad.
Una mosca inexpugnable capaz de eludir cualquier sistema que haya sido ideado para atrapar insectos, que se muestra incólume ante cualquier paleta matamoscas y es inmune a los insecticidas. La mosca que jamás quedará aprisionada en el cristal de ninguna ventana y siempre encontrará escapatoria para salir batiendo sus alas de un sitio a otro -ubícuamente- en su resistencia atemporal.
La misma mosca que en sus peripecias aéreas una tarde de otoño inspiró a Descartes sus coordenadas cartesianas. La misma que se cuela en los platós de televisión para incordiar insistentemente a los presentadores de los noticieros. La que se detuvo un instante sobre la punta del bigote de Dalí mientras este pintaba. Aquella que estando posada sobre el mástil de la carabela de Colón divisó antes que nadie el Nuevo Mundo. Aquella que voló entre visigodos, la misma que surcó el cielo de Mesopotamia y que anduvo entre güelfos y guibelinos, entre montescos y capuletos, entre utus y tutsis.
Quizás la inmemorial mosca que posándose tan solo una vez cada cien años sobre una bola de acero del tamaño del planeta Tierra conseguiría, haciéndola desaparecer por fricción, inaugurar el principio de la eternidad.



miércoles, noviembre 16, 2011

Matrioska oftalmológica.

Mírame a los ojos y obsérvate a ti misma siendo reflejada en ellos y reflejando al mismo tiempo en tus propios ojos mi rostro que te observa y de nuevo refleja tu cara en cuya mirada volveré a aparecer yo mirándote otra vez y reflejando de nuevo en mis pupilas tu faz expectante que recíprocamente reproducirá una vez más mi rostro en un juego indefinido de espejos en que vuelves a aparecer tu dentro de mi mirada conteniéndome de nuevo a mi dentro de la tuya y adentrándonos así un poco más cada uno en el interior del otro atrapados en esta sucesión infinita de imágenes de nosotros que nos dejan de este modo condenados a una infinitesimal cárcel de miradas.
Y, sin embargo, el infierno de tus ojos me parece un lugar justo en el que pasar toda la eternidad.

viernes, noviembre 11, 2011

Breves biografías de la inmortalidad.

Quizás el mayor anhelo del ser humano desde tiempos inmemoriales haya sido siempre alcanzar la inmortalidad. El proceso irremediable por el que los cuerpos tienden a envejecer condena con el suficiente periodo temporal transcurrido a toda la humanidad a la muerte y desaparición. Muchas han sido las teorías por la que este mecanismo inalterable del ser humano haya de acontecer sin remedio y muchos han sido aquellos que han dedicado su vida entera a la búsqueda de algún paliativo que contrarrestara ese funesto destino.
Ya en algunos jeroglíficos egipcios se encontró lo que algunos de los más conspicuos egiptólogos interpretan como un pasaje en que se describe a un hombre poseedor de un talismán cuyo portador no ha de sucumbir al imperativo de la senescencia mientras se halle dicho objeto en su poder.
El talismán es una piedra en forma rombal que vuelve a aparecer de nuevo en jeroglíficos de posteriores dinastías entre las que transcurren miles de años. Y no obstante, el hombre que porta dicho talismán parece ser el mismo que es mostrado siempre como contemporáneo en cada uno de esos periodos.
Ese hombre aparece junto al símbolo shen que representaba la protección eterna y cerca del dios Osiris de la resurrección. Es por eso que muchos consideran que esta pueda ser la primera memoria gráfica que se conserve de alguien descrito como inmortal.
Siglos más tarde en Babilonia, en uno de los primeros poemas épicos de los que se tiene constancia, nos encontramos con la figura de Gilgamesh cuya leyenda narra la búsqueda por parte de este de una planta que concede la inmortalidad. En la epopeya, Gilgamesh no alcanza a disfrutar de los beneplácitos de dicho vegetal. Sin embargo, alguno de los más reputados heureísticos postula que, tal vez, su leyenda imposible fuera inspirada por un Rey que reinó durante varias centurias sin desfallecer en su aliento vital y que vio morir de viejos a los hijos de sus súbditos y también a los hijos de estos y así durante varias generaciones más.
Ya en la Grecia Clásica volvemos a encontrar la figura de un misterioso filósofo que convivió con los grandes sabios de la cultura helenística pero que apenas es nombrado más que en vagas referencias halladas en textos de otros filósofos. Y a pesar de que jamás dejó legado escrito algunos estudiosos de la época clásica se han atrevido a recomponer secuencias de su historia. Así en algunos pasajes se puede deducir que queda explicada su sabiduría a través de la propia longevidad de su existencia. Se dice de ese hombre sabía tanto por lo mucho que había vivido y la mucha gente que había conocido, entre ellos, al propio Homero, quien vivió varios siglos antes. Aunque había también quien incluso osaba hipotetizar que del mismo Homero autor de los grandes poemas épicos sobre seres inmortales se trataba.
Fuera o no el propio Homero a aquel hombre se le atribuía su basta persistencia en el tiempo al conocimiento de un árbol cuyos frutos conferían a aquel que llevara a cabo su ingesta el don de la inmortalidad. De este modo, puede que aquel hombre hubiera estado alimentándose de ese árbol de la vida eterna por largo tiempo y gracias al conocimiento alcanzado en el transcurso de los múltiples años que vivió pudo así adoctrinar de forma discreta a los conciudadanos que conformarían la Atenas clásica.
Posteriormente, ya al final de la Edad Media, en un pasaje considerado apócrifo de La Divina Comedia de Dante se nombra a un hombre cuyo destino es la eternidad, cuyo origen se remonta al principio de los tiempos y que mora en ausencia tanto en el infierno, como en el cielo, como en el purgatorio por obra de un elixir misterioso. Esa persona a la que se alude como imperecedera se la espera ya decididamente en el infierno según narra el susodicho pasaje por haber usurpado uno de los atributos exclusivos de Dios.
Fue con el descubrimiento del nuevo mundo cuando se multiplicaron las leyendas sobre lugares inhóspitos en el otro lado del océano donde sus nativos habían alcanzado a sobrevivir periodos de tiempo inconmensurables debido a efectos portentosos obtenidos de la flora o fauna local.
En uno de estos relatos se nombra la existencia de un hombre que vio aparecer y desaparecer imperios sin mutar apenas en su lozana constitución. Se cuenta de dicho humano prodigioso que era picado regularmente por una especie de araña muy rara cuyo veneno era en realidad un antídoto contra la muerte y le confería vigor perpetuo y la liberación de los efectos del paso del tiempo en su ser.
Y narra la leyenda que ese hombre se dedicó a vivir las más trepidantes aventuras a lo largo y ancho del continente. Conoció a los Mayas y a los Aztecas antes de que estos sucumbieran, cabalgó entre los indios que originariamente poblaron el norte de América y transitó desde la Tierra del Fuego hasta Alaska en varias ocasiones. Fue pirata, buscador de oro y tantas otras vidas más. Y siempre llevó en su equipaje una cajita con agujeros en la que guardaba las arañas que le insuflaban su poder inmortal.
Ya en el Siglo XIX se habla de un alquimista que logró alcanzar la fórmula exacta para preparar un brebaje contra la inevitable muerte. Este jamás llegó a difundirlo entre sus coetáneos usándolo tan solo para fines propios. De este modo, aquel alquimista negaba el merecimiento por parte de la especie humana de la consecución definitiva del poder de la inmortalidad. Una muestra de egoísmo e individualidad que a la vez también podía ser interpretada como un acto de caridad suprema al prever que si todo individuo poseyera la capacidad de vivir indefinidamente el mundo se convertiría en un lugar lúgubre habitado siempre por los mismos seres que a fuerza de transitar por los siglos y los milenios perderían las ganas de vivir deambulando por sociedades carentes del deseo de existencia.
No hace muchos años, en las postrimerías de este milenio el escritor Jorge Luís Borges reseñó la historia de un hombre que alcanzaba la inmortalidad bebiendo de las aguas de un río. Algunos de sus más íntimos allegados aseguran que ese relato fue inspirado por un tipo que acometió a Borges en uno de sus paseos vespertinos y que le contó una historia semejante con tanta profusión de detalles como si esta le hubiera sucedido a él mismo.
El carácter de maldición con que es tratada la posibilidad de que un hombre llegue a ser inmortal concuerda con el hastío y la penumbra con que aquel individuo que le confió la historia al gran maestro se desenvolvía por la vida. Aquel hombre, finalmente, le manifestó a Borges que había vuelto tan solo a América para conocer al gran escritor de relatos sobre la eternidad y poder contarle en persona aquella fantástica historia. Después se fue y nunca más se supo de él.
En la actualidad se rumorea la existencia de una corporación farmacéutica fantasma que ha alcanzado a producir unas cápsulas cuyo efecto es un cese absoluto del imperativo de la senescencia. Dicho medicamento está siendo producido de forma secreta y almacenado en lugares recónditos con alguna oscura finalidad. Cabe señalar asimismo que tan solo el magnate y dueño de dicha empresa es conocedor de la fórmula exacta con que se fabrica ese fármaco cuya elaboración es llevada a cabo en laboratorios ubicados en distintos lugares y continentes que se ignoran mutuamente. No hay ninguna copia de tal fórmula y tan solo existe en la memoria de dicho magnate, la muerte del cual acarrearía la perdida de tamaño descubrimiento. Pero esta muerte parece no llegar jamás.
De momento, pero ya no importa, porqué dicho magnate miente y la fórmula es falsa. Como irreal es el río en que se baña el protagonista del cuento borgeano, como inexistente fue la alquimia de aquel hombre decimonómico y como tampoco daba la vida eterna la araña por la que se hacía picar aquel aventurero americano, ni el elixir del hombre al que se espera en el infierno de Dante. Tal y como no ofrece la inmortalidad el fruto del árbol del que se nutría aquel filósofo griego, ni la planta de la leyenda de Gilgamesh. Todo eso no es más que literatura creada para confundir a los habitantes de los tiempos que se fueron sucediendo. Nada es verdad. Nada excepto el talismán. Cuyo portador, que vivía ya desde no se sabe cuando, al ver inscrita su memoria en los jeroglíficos egipcios comprendió que con la invención de la escritura podía delatarse su coartada de ausencia. Fue por eso que decidió usar aquella invención a su favor difundiendo historias entre los hombres que tergiversaran la memoria de su existencia a través de los tiempos.
Y de este modo fue él mismo quien imaginó y extendió entre sus coetáneos la existencia de un hombre llamado Gilgamesh que intentaba alcanzar la inmortalidad por medio de una planta de efectos portentosos, fue él quien difundió -a veces a modo de rumor entre la gente, otras contándole la historia directamente a algún escritor- la existencia de un árbol prodigioso, de un elixir milagroso, de una increíble araña, de una fabulosa alquimia, de un río mágico y ya en nuestro tiempo de una píldora maravillosa y que, en realidad, es inocua.
Todo falso excepto el talismán que ahora aun cuelga de mi cuello. Y yo soy ese misterioso magnate como fui filósofo, aventurero o alquimista. Y viví aún muchas más vidas portando siempre conmigo a escondidas el talismán que me confería la inmortalidad. Pero ahora ya es tarde y he vivido demasiado. Por eso revelo a la humanidad en esta historia mi don a modo de breve biografía. Y ahora me dispongo a destruir el talismán y, luego, disponerme a vivir una vejez en medio de los hombres que me lleve hasta la muerte. Y quiero hacerlo de forma anónima, tal y como siempre viví.

jueves, noviembre 03, 2011

Dialelo para un día de lluvia.

Si esta tarde llueve, entonces, me quedaré en casa. Si me quedo en casa, entonces, miraré la tele. Si me quedo en casa y miro la tele, entonces, me aburriré. Si me quedo en casa y miro la tele y me aburro, entonces, me pondré nostálgico. Así que si me quedo en casa y miro la tele y me aburro y me pongo nostálgico, entonces, pensaré en ti. Por lo que si me quedo en casa y miro la tele y me aburro y me pongo nostálgico y pienso en ti, entonces, estaré triste. Y, entonces, si he de estar triste esta tarde lloverá.

martes, noviembre 01, 2011


Del capítulo 93 de Rayuela

"Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al revés. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto."

Cortazar

viernes, octubre 28, 2011

Instrucciones para abrir un paraguas en un día de lluvia.

Del cielo caen millones de gotas de lluvia y no es culpa tuya. Y, sin embargo, en algún momento habrás de guarecerte de estas si sales a la intemperie. Y aunque es sabido y por muchos constatado que cuando llueve uno siempre debería quedarse a contemplar dicho fenómeno desde detrás del cristal de la ventana de su casa, no es menos cierto que el mundo es injusto y la vida no siempre es ideal.
A si que a veces uno deberá hacer uso de ese ancestral artilugio que acompaña al hombre desde hace ya mucho y que, a excepción de esos pequeños paraguas retráctiles que se abren pulsando un botón, a penas a sufrido modificaciones substanciales en el transcurso del tiempo dada su cuasi perfección intrínseca para el uso que se le ha de dar.
Y a pesar de eso habrá que tener en cuenta que las posibilidades parapetatorias y antihumectantes de dicho artefacto tan solo serán habilitadas después de ejecutar el mecanismo de apertura correspondiente. Por lo que un paraguas cerrado es un objeto inútil e inerte que nada puede hacer contra la inmensidad de un cielo abigarrado de húmedas gotas que caen horripilantemente sobre las cabezas de la gente deshaciendo la permanente de la señora que acaba de salir de la peluquería, empapando jerséis y mojando contumazmente el peluquín  de aquel tan digno señor.
Por lo que contra tanta penalidad y hecatombe no habrá otro remedio que articular el mecanismo de apertura del paraguas para prevención de desgracias y antídoto contra aguaceros. Y es entonces cuando uno deberá sujetar el ingrato artilugio por la empuñadura con una mano y, si-es-uno-de-esos-paraguas-modernos-de-apertura-automática, presionar el botón con el dedo pulgar y hacer ¡clic!

lunes, octubre 24, 2011

La luna menguante.

La luna está menguante en el cielo nocturno a través del cristal. Luna de los enamorados, luna de Corintio, luna de Petrarca que inspiró a los poetas y alumbró a los amantes perdidos en noches de pasión.
Y mienten los documentales cuando narran como te formaste a través de la colisión de un meteorito contra el planeta Tierra, Diosa Selene. Porqué tu has de ser siempre el perpetuo símbolo del amor en la noche, el trémulo reflejo de ti misma en los arroyos de antaño a los que se asomó también Narciso a observar su rostro y morir ahogado en él. Porqué tu serás siempre la luna que hechiza a los hombres y los transmuta en bestias y jamás aquella que pisó aquel astronauta dejando la cicatriz de su huella en tu faz para siempre.
Serás aquella que jamás muestra su cara oculta y guarda secretos. Serás la luna cosmicómica que se acercó tanto a la Tierra que se podía llegar a ella subiendo por una escalera y no esa luna despechada que se aleja de nosotros a razón de cuatro centímetros al año.
Porqué tu has de ser siempre la luna que persigue a los caminantes a través de su reflejo en el mar por toda la orilla y no el geómetrico paralaje de nuestra visión con respecto al horizonte. Serás la luna gibosa que en noches nubladas cumple los deseos de aquellos que la invocan y no el quinto satélite más grande del sistema solar. Serás la que define el tiempo de los hombres y rige las mareas sin saber absolutamente nada de fuerzas gravitatorias o calendarios lunares. La luna de los lunáticos a cuyo influjo sucumben los suicidas y no aquella que da vueltas a la Tierra esclava de fuerzas centrífugas.
La luna de Julio Verne, de Wells y de Philip K. Dick y no la de Neil Armstrong. La luna de los profetas y no la de los astrónomos. La de los astrólogos y no la de los cosmólogos.
La luna mitológica que produce catástrofes con sus eclipses y no esa taimada luna que describe su movimiento de traslación bajo las leyes de kepler y cuyos eclipses son predichos con milenios de antelación. La luna de los poetas y los mitómanos que resplandecía en el primer círculo concéntrico del cosmos y no la que Copérnico o Galileo acecharon con sus horribles telescopios. La luna de los amantes y no el pérfido cuerpo celestial que rota sobre si mismo y oscila alrededor de la Tierra. Tan solo la enamorada luna particular y única que poseen los amantes en medio de la noche.


martes, octubre 18, 2011


Jugando al azar de las esquinas dobladas.

Ahí se separaron y, luego, jugaron al azar de las esquinas dobladas. A la casi infinita bifurcación del mundo en esquinas que desarticulan la ciencia exacta de los encuentros por probabilística o fluctuación del devenir propio y ajeno.
Y quedan así expuestos a una casualidad cósmica vinculada a los paseos nocturnos que suceden en ciudades distintas. A pesar de que todas las ciudades del mundo son, a veces, la misma ciudad.
Y mientras uno decide seguir recto por la calla que recorre, ella está al mismo tiempo tomando una bocacalle hacia la derecha que le hará ejecutar un mutis por el foro que él ya no alcanzará a ver. Asimismo, en cuanto ella gire hacia la esquina, él acaba de tomar en un ángulo bisectriz una avenida que le hará ir en el opuesto sentido cardinal a donde se encuentra ella. Y se acercan y se alejan entre ellos a través del laberinto errático de aceras tomadas al azar en medio de la noche sin tener muy claro a donde quieren ir.
Qué más da. Jugando al azar de las esquinas dobladas el destino juega siempre a favor y en contra de uno mismo. Y saben los dos que cualquier dirección puede llevarles al encuentro casual -si es que este se da- y, al mismo tiempo, saben que quedarse donde uno esté no es más que el movimiento estático de una vaga esperanza.
Y así deambulan nocturnos en pos de la profecía de saberse en la búsqueda contínua de su propio hallazgo. Saliendo ella de una plaza cualquiera, tomando él una callejuela estrecha, cruzándose los dos en la misma esquina sin verse por apenas unos pocos segundos. Presintiéndose en cada cruce y halládose ambos al unísono en el reencuentro final donde todas las esquinas convergen en un único centro de vértigo y caos en el que se alcanzan y entrelazan todas las direcciones del mundo. Y donde la suma de todos los números de todas la puertas de todas las calles da sentido al encuentro. Si es que este se da.

lunes, octubre 17, 2011

Te odio.

Te odio de todo corazón. Mi odio por ti es profundo y sincero y he de odiarte el resto de mi vida y por siempre jamás.
Te odio tanto que apenas puedo expresarlo con palabras. Te odio con todas mis fuerzas y todo mi ser. Es un odio total e inquebrantable, un odio indestructible que lo abarca todo y no ha de terminar. Y cuando acabe el mundo, ahí seguiré yo odiandote.
Porqué te odio a cada segundo y a cada minuto y te odio desde siempre, desde antes incluso de conocerte. Te odio a todas horas y cada día que pasa te odio un poco más. Y te odio tanto que no se puede odiar más a una persona. Y te odiaré año tras añodurante el resto de mi vida y por los siglos de los siglos te odiaré. Y mi odio será eterno e infinito y será un odio tan inmenso y absoluto que en el fondo un poquito te querré.

sábado, octubre 15, 2011

Odiantes.

Hace tanto que se odian que ya no notan la diferencia entre ese sentimiento que se profesan y el amor. Como no la notan tampoco la padecen y siguen viviendo su vida sin percatarse de que todo a transmutado a través de la senescencia de lo cotidiano hasta convertir la complicidad en alta traición, la confianza en incomodidad, la compañía mutua en hartazgo del uno hacia el otro. Y se apoyan en coreografías como el sexo o los protocolarios besos, el la consuetudinaria salida al cine los miércoles o la cena en el restaurante los sábados noche. Quizá la pantomima del apelativo cariñoso carcomido por el tiempo y las caricias a deshora como un extraño ritual que pierde su sentido ontológico y queda tan solo como folclore.
Hace tanto tiempo que se miran a los ojos sin ver nada. Tan solo ese vacío oculto detrás de las pupilas antes amadas que ahora son contenedor cáustico de todos los defectos del otro acumulados en la memoria a lo largo de la convivencia común. La melancolía de haber formado algún día una simbiosis común de la que ahora tan solo queda el cochambroso reducto del plural mayéutico de un nosotros muerto: la grabación conjunta de sus voces en el mensaje del contestador, los objetos mutuamente regalados por el otro en el día de sus respectivos cumpleaños, los hipotéticos nombre que hubieran puesto a sus hijos que ahora saben que ya nunca tendrán cuando se dan cuenta que no tan solo se ha tergiversado su pasado común sino también cualquier expectativa de futuro que hayan podido albergar.
Y tan solo les queda este presente amargo que dilata las horas y les cubre de silencio o de palabras que suenan vacias y también de otras que resuenan en sus mentes pero prefieren callar. Porque ni siquiera comparten el odio que les une, egocentricamente sumidos cada uno por separado en la amargura de aguantar al otro.
Y planean un viaje juntos y comentan que podrían comprarse un perro y le buscan nombres.
Se saben tan distantes ya que nada les importa. Se oyen desde lejos, se miran en direcciones opuestas, se tocan como alejandose el uno del otro y nada les incumbe. Todo sucede porqué ha sucedido ya y puede que siga sucediendo pero nada de ello les concierne. Los hechos los hechos cotidianos del día a día transcurren en ellos sin immutarles lo más mínimo.
Tan solo el odio respectivo que les une les atañe.
Y uno odia la forma en que el otro mueve las manos al hablar y el otro odia la manera en que pronuncia el otro tal palabra.
Se odian tanto y desde hace tanto que casi parece que se quieran. Y como ya no sienten casi la diferencia entre el odio y el amor no la padecen. También porque pueda ser que no la haya. Son víctima de la polarización de dos signo sopuestos de un mismo sentimiento. Y seguirán juntos mientras esten enamorados el uno del otro odiándose recíprocamente.

lunes, septiembre 26, 2011

El universo en la punta de la nariz.

El grano de arena más insignificante del desierto eclipsó el Sol. Y la más lejana estrella de la galaxia quedó mansamente posada sobre la palma de tu mano. El día del Bigbang era pasado mañana y El Fin de los Tiempos sucedió anteayer.
Los átomos contenían dentro universos y más allá del infinito volvías a estar tu, enorme e ínfimo al unísono, efímero e inmenso, capaz de contener cualquier cosa en tu interior y siendo contenido por todo a la vez. Tan eterno como el aleteo de una mosca y tan fugaz como la vida de una estrella. Absoluto y vacío, omnisciente e idiota, observador imparcial de una realidad neutra donde los caracoles adelantan a los aviones en el paralaje de tus ojos, donde las montañas deambulan a la deriba y una gota de lluvia queda prendida para siempre de una alcayata de cielo.
Y los dinosaurios viajan a la Luna y los agujeros negros son fenómenos microscópicos creados por el hombre en un laboratorio. Y pasa un neutrino y eclipsa el mar.

lunes, septiembre 19, 2011

La máquina del Fín del Mundo.

Y en el acelerador de partículas, por fín, se consiguió recrear un pequeño Big-Bang que era infinitamente microscópico y duraba apenas nada. Tan diminuto y fugaz que resulto ser nuestro propio Big-Bang. Y, entonces, todo volvió a empezar de nuevo otra vez.

sábado, septiembre 03, 2011

Gratis.

Ni se me puede comprar, ni estoy en venta. Soy como una enfermedad: solo puedes padecerme.
Y entonces sabrás lo que sienten los desamparados, aquellos que ya han perdido la esperanza de un futuro mejor. Que se diferencian de aquellos que aun no la han perdido pero que algún día la han de perder.
Ni me dejo engañar, ni me engaño. Simplemente acontezco a través de los días en el planeta que habito, en el mundo que nos ha tocado vivir -a sabiendas- que mi vida debería ser otra. Y tu me miras desde la distancia pasar -como pasa un instante fugaz- sin alterar el devenir de las cosas, sin cambiarte la vida. Pero, cuidado, porqué que todo siga igual, que nada cambie y que todo permanezca interperrito es un suceso que atenta contra las más básicas leyes del universo.
Mírame. Ni me quieras nunca, ni dejes de amarme jamás. Soy gratis como el aire que respiras. E impregno todo a pesar de mi supuesta invisivilidad. Me inoculo a tí hasta formar parte de tu respiración. Y me inspiras y expiras. Y te subterfugio.

domingo, junio 19, 2011

Vindicación de las colas.

Una de las disposiciones más emblemáticas del ser humano es la de estar haciendo cola. Es a través de ese mecanismo de distribución en el espacio que el hombre se instala en esa mansa espera que le define como tal. Su inacción a la hora de avanzar estará creando la inercia misma del avance del tiempo hacia él. Su casi estática ubicacionalidad en la cola le confiere de por sí la seguridad de que todo fluye en una dirección concreta que se presta por sí misma a la consecución del objetivo final en cada caso.
Así, se puede hacer cola por muy diversas razones: desde comprar una entrada para un evento hasta esperar tu turno en la panadería. Y, a veces, incluso, podemos estar inmersos en colas que ni sospechamos o preferimos ignorar. Como guardar cola para que llegue la hora de nuestra muerte ¿Cual es el número que nos toca y al que con tanta voluntad nos aferramos a pesar nuestro? O tal vez también haya una cola para que nos entre el sueño cada noche o una cola para alcanzar la fama y otra para quedar de nuevo sumidos en el olvido. Está la cola de la cama de la persona amada y está la cola para la operación de vesícula. Con lo que hay colas en las que uno quiere ser el primero y otras el último aunque no esté muy claro cual preferir en cada caso.
Lo fundamental es estar insertados en ese ser vivo fluctuante que avanza a través de elongaciones y contracciones arrastrandose a través de los minutos o las horas con sus múltiples pies que recorren las aceras o los pasillos mientras respira acompasadamente con todos sus numerosos pulmones sabiendose vivo mientras haya un motivo para la dilación expectante de su ciclo vital.
Porqué un mundo sin colas sería un lugar donde toda persona se creería con derecho a ser atendido de inmediato y querría obtener todo con prontitud sin tener que pasar por esa espera que acrecenta el deseo de alcanzar aquello por lo que uno aguarda. Sería un mundo de resoluciones súbitas con logros alcanzados de forma tan repentina que resultarían ingratos al añadirsele a la propia fugacidad del placer obtenido el agravio de la inexistente espera previa. Que tantas veces es la que confiere un cierto anhelo de eternidad a la efímera dicha posterior.
Porque hay en la cola un significado de intérvalo, un sentido de destino que tal vez en apariencia solo nos conduzca a conseguir dos croissants y un pan de chapata pero que en el fondo lleva implicita la esperanza  de que haya algo por lo que merezca esperar. Por lo que valga la pena estar inmerso en este engranaje ordenado de personas en el que hay un principio y un final y en el que salvo eccepciones desonrosas se respeta un turno y cada individuo que lo integra es poseedor de un número ordinal que le permite adelantar posiciones al unísono que los demás y trasladarse de modo igual que se desplazan las hormigas.
Pero una vez hubo una cola infinita que no tenía ni principio ni final. Y la gente la integraba creyendose de los primeros o de los últimos cuando en realidad todos permanecían en un punto indeterminado en medio de esa inmensa hilera que recorría las calles y también los prados, que reseguía las veras de los ríos y cruzaba las montañas e iba de un lado a otro entrando en edificios, subiendo y bajando escaleras, rodeando manzanas y recorriendo cunetas a través de las carreteras hasta perderse más allá del horizonte.
La gente que conformaba dicha cola ni tan siquiera sabía la dirección en la que se desplazaba y había arduas discusiones entre sus integrantes por ver si la persona de al lado iba delante o detrás de uno. De esta forma unos miraban hacia una dirección, con la intención de que la cola avanzara en ese sentido, y otros dirigían a la vez sus miradas hacia el opuesto punto cardinal. Daba igual. Tampoco la cola avanzaba en realidad sino que su movimiento era un mero efecto óptico y, en verdad, ni tan siquiera nadie sabía cual era el motivo por el que se estaba haciendo dicha cola más que albergar su propia idiosincracia de mecanismo de espera.
Así unos decían que era la cola para entrar en el paraíso, mientras que otros aseguraban que se trataba de la cola del infierno o, en todo caso, de la de la muerte. Pero nadie creía a estos últimos por sospechar que pudieran decir eso para amedrentar a los presentes con el objetivo de que estos abandonaran la fila y poder así ocupar su turno en ella.
En todo caso, era una cola en la que esperar un destino o un futuro mejor aunque este no llegara nunca o en caso de ser alcanzado resultara ser menos de lo previsto. Como quizás en todas las colas sucede.

jueves, junio 16, 2011

Escribo.

Uno escribe para los demás. Yo, por ejemplo, escribo para los escritores muertos que ya no pueden leerme. Escribo para los analfabetos y para aquellos que queman libros en piras. Y escribo también a través de ese humo negro que asciende y se dispersa.
Yo escribo para los alienigenas que nunca llegarán a conocernos. Escribo para el ser humano del futuro que jamás llegará a sospechar que antes de su tiempo existió un mundo en el que se escribió. Escribo también para los primitivos y todos aquellos que vivieron en un momento de la historia en el que aún no se había inventado la escritura. Escribo para los niños que aún no han aprendido a leer. Y escribo para los ancianos que seniles ya lo han olvidado. Yo escribo para todos aquellos que no leen.
Y también escribo para el resto del mundo. Y, además, escribo para tí.
Pero, en realidad, -más que nada- escribo para mí. Para poder leerme.

Los dedos de los pies.

Los dedos de los pies sospechan mi presencia, lo sospecho. Los siento expectantes a mis movimientos sabedores de mis puntos flacos, conocedores de algunos de mis más hondos secretos y les veo capaces de usar todo lo que saben -e, incluso, todo lo que inventan- en mi contra.
Taciturnos y maquiavélicos aprendices pentacéfalos poseedores todos y cada uno de ellos de una terrible personalidad individual se pasan casi todo el día -ociosos andarines- conspirando contra mi. Esperando el momento en que agazapados en su espera latente salten y me devoren o me lastimen de mil formas diferentes, algunas de ellas tan sutiles que ni tan siquiera ellos saben y que tampoco yo llegaría nunca a notar.
Malditos sean cuando piensan entre ellos de forma telepática cuanto me odian, cuanto desean mi desdicha que en el fondo -y ellos lo saben- también sería la suya propia. Y pertrechan planes para arrebatar mi gloria mientras se contraen y se expanden a veces al unísono, a veces en abanico o dominó. Y murmuran amenazas ininteligibles desde aquí en las que amanezco asfixiado a la mañana siguiente lleno -según el parte de la comisaría- de extrañas huellas podológico-dactilares. La policía sospecha de la mafia o de algún extraño ser amorfo.
Pero yo soy más veloz y precavido y ya he escrito esta carta que dejo sobre el mueble del recibidor a la atención del señor juez en la que especifico que vivo amenazado y paso las noches en vilo mientras los veo sobresalir por el otro extremo de la sabana mirandome fijamente con sus infinitas uñas que en apenas un descuido por mi parte pasarían a desgarrar mi fina piel o a arrancarme el corazón de cuajo. Malditos gusanos asesinos que anhelan comerse mis pulmones en medio de la noche y devorar mi hígado y saciar su delirio con el manjar de mis ojos. Corruptos organismos putrafactos que sueñan con mi destrucción o desaparición definitiva para así alzarse, por fín, vanidosos y coquetos hasta declararse en rebeldía y proclamar así su independencia y entidad propia o que en todo caso se admita que llevan injertado un ser humano al final de su ser.

jueves, junio 02, 2011

El sistema métrico del Imperio.

El sistema métrico del Imperio tenía como unidad básica de medida el pene del emperador. Así mientras sus coetaneos aduladores que proferían que dicha longitud quedaba estipulada en palmo y medio casi dos podrían tasar unas tierras en 700 penes del emperador, habría a la vez aquellos escepticos confabuladores que, proponiendo que la longitud del pene del emperador no iría más allá de los cuatro dedos de largaria, tenderían a acotar esas mismas tierras en algo más del triple: es decir, unos 2300 penes del emperador.
Todo esto provocaba graves problemas de lindes que subyacian al hecho que el poseedor de alguna tierra acababa siempre convirtiendose en un exagerador de las medidas del falo real, mientras que aquellos que querían comprar o arrendar algún terreno solían menoscabar la extensión de dicho miembro.
También se producían grandes quebraderos de cabeza a la hora de confeccionar mapas. Y era así como los cartógrafos se veían obligados a consultar a las concubinas reales para para definir las auténticas medidas del Imperio. Sin embargo, mientras la primera mujer del Emperador, Merigilda I, ya entrada en años, envidiosa de las demás mujeres más jóvenes del harem y ya poco requerida por el Emperador en sus aposentos, solía proponer medidas a la baja que proponían de esta forma un vasto Imperio, había también algunas de las más jóvebes, bellas e impresionables concubinas segun cuyos postulados de lado a lado del Imperio no alcanzaría a caber en demasía el oblongo baremo pues tan longa era a su parecer la unidad métrica del Imperio en estado de esplendor.
De este modo, ante tales fluctuaciones y percepciones contradictorias del fenómeno y ante la imposibilidad protocolaria de que el propia Emperador mostrara sus partes pudentas en público se determinó abordar la ejecución de un molde para dejar fijado en una figura de bronce para siempre la extensión exacta del divino apéndice.
Para ello se solicitó la presencia del yesista oficial de la corte que acometió solícito la ardua tarea de elaborar el imperial molde, al término de la cual, se procedería a la destrucción de la horma con que este había sido fabricado, así como a la amputación de las propias manos del yesista para que nunca pudieran volver a crear una figura de semejantes características que volviera a sumir en un caos métrico al Imperio. A pesar de que algunos historiadores aseguran que a proposición de Merigilda I se barajó la opción de cortar directamnte el miembro del Emperador para mayor seguridad. Idea que fue raudamente desdeñada por el propio Emperador alegando razones de estado y ante la súplica y el llanto de algunas de sus otras concubinas ahí congregadas.
Así pues, una vez fijado el supremo baremo estandart todo pudo ser medido desde entonces con total precisión. Y los plebeyos supieron si medían seis, siete u ocho vergas imperiales. Y pudieron definir exactamente los cartógrafos durante cuantos falos reales se extendían los ríos hasta el mar. Así como también pudieron concretar los astronomos la insignificancia del miembro viril del Emperador ante la inmensidad de la bóveda celestial. Todo se pudo medir con la suficiente exactitud y precisión gracias a la fálica vara de bronce que era guardada bajo custodia en la cámara real y todo el mundo podía consultar.
Pero un día, años más tarde, el molde del pene real desapareció y con este también Merigilda I a la que nadie nunca más volvió a ver en palacio. Se intentó reponer la obra trayendo nuevos yesistas, pero el Emperador, mermado por la vejez y el cansancio, ya no era el mismo. Y jamás se pudo volver a hacer ninguna horma de similares dimensiones. Por lo que el Imperio volvió a quedar sumido en la anarquía métrica, la ambivalencia de las distancias y la ambigúedad de las medidas.
Cuentan, eso si, que algunos viajeros creyeron reconocer en una campesina que vivía como ermitaña en un monte perdido más allá de las fronteras del Imperio el rostro de la que un día fue Merigilda I. Y dicen que se la veía sonriente y feliz.

miércoles, mayo 25, 2011

Carta de amor.

Una carta de amor escrita a mano en un papel cualquiera supo un día que ya fuera por pusilaminidad o por prudencia jamás sería enviada a su destinatario. Por lo que, despues de pasarse alguna noche en blanco rumiando tumbada sobre el escritorio cual debiera ser su proposito en la vida, una mañana -ávida de papiroflexia- dobló primero una de sus esquinas, luego la otra y retorciendose sobre sí misma y plegandose nuevamente sobre sí logró alcanzar, en no menos de veintidós movimientos, a convertirse en un auténtico pájaro de origami.
Y fue así como, luego de mirar por la ventana que ningún gris nubarrón predijera que el día se tornara lluvioso, batió sus alas de papel alzando una finísima capa de polvo a través del escritorio hasta lograr alzarse de dicha superficie y quedar levemente volando ante las estanterías. Justo delante de donde se encontraba aquel sobre en el que no se atrevieron jamás a enviarla y en el que ahora podía leer perfectamente la dirección exacta donde debía ir. Para, despues de memorizarla, salir por la ventana entreabierta de la habitación cual carta de amor transmutada en pajarito de origami volando hacia su destino.

martes, mayo 24, 2011

Escaleradecaracolofobia

 Sucede que cada vez más a la hora de subir escaleras de caracol algunas personas suelen afrontarlo con desgana o pavor. El miedo a subir escaleras de caracol se ha vuelto más frecuente en estos tiempos de recelos ignomiosos y sin sentido en que la muchedumbre percibe peligros tal vez ilusorios o de raigambre psicológica a la hora de ejecutar los actos más cotidianos.
En cualquier caso se especula que en las negativas tajantes para acometer el ascenso por alguna de estas escaleras prototípicas subyace un miedo intrinseco a su forma en hélice o espiral. Y esto bien pudiera ser debido -según algunos de los más ilustres genetistas- al hecho contrastado por la sapienza científica de que el genoma del común del ser humano estaría compuesto a base de pares cromosómicos que simulan dicha figura geométrica.
Quedaría propuesta así una cierta metáfora ilustrativa de como subir por una escalera de caracol es al mismo tiempo inmiscuírse en la misma esencia de la biología humana. Con lo que, obviamente, el interfecto que hubiera desarollado inconscientemente dicha asociación queda atrapado ipso facto por el miedo metafísico a la espiral de la existencia propia.
Claro que todo esto quedaría súbitamente refutado a través de otras propuestas de raiz más psicoanalítica o arquitectónica que postularían que la fobia a subir una escalera de caracol bien pudiera estar relacionada con la hipotética posibilidad de más tarde no conseguir bajarla. Cabrá tener en cuenta en todo caso que la forma en espiral es la prolongación de un bucle que puede llegar a prosperar de forma indefinida en un tirabuzón infinito que se alarga innecesariamente augmentando la probabilidad de caer en un agujero negro y retorcerse sobre sí mismo para toda la eternidad. La plausibilidad de este hecho racionalizaría de algún modo la adquisición del miedo a este tipo de estructuras que, por otra parte, reflejan vagamente en la mente de aquellos que no sucumben a temores infundados el dibujo que crean los surcos de una concha de caracol. De ahí, evidentemente, la nomenclatura de la servil metáfora que inculca en la mente del prójimo la mansedumbre y parsimonia del gasterópodo sublime que invita a subir lentamente cada peldaño como si el acto mismo de avanzar fuera ya de por si suficientemente autónomo dejando relegada de esta forma la función intrínseca de tener que llegar a algún lugar más allá de la escalera como si la ascensión misma fuera a su vez un descenso a los avernos y uno ya no tuviera nada claro si viene o si va a través de ese maligno mecanismo en espiral en el que ha quedado atrapado inconexamente entre el arriba y el abajo donde se oye el latido de un quasar y el murmullo de una respiración del adn proviniente del nucleo de una célula y el arrastrarse cadensioso de la eternidad alternando contracciones y elongaciones a través de las babas de sus dedos de caracol que interpérritos te acarician suavemente.

viernes, mayo 13, 2011

Afectaciones fenológicas.

Tan afectada por la fenología de las estaciones del año o por los ciclos noche-día que no podía por más que sucumbir ante los fenómenos metereológicos tales como la lluvia. Y, sobretodo, esa concreta expresión climatológica de la naturaleza tan metáfora de nuestra lacrimogena tristeza de seres humanos. Tanto que ya no sabe si es la lluvia quien la pone triste o si, en cambio, es ella quien con su estádo nostálgico y taciturno la convoca. Y, a pesar de isóbaras y anticiclones, queda mimetizado ser humano y naturaleza para sincronizar un modo existencial propicio para la melancolía.
Y así ella siente como si le lloviera por dentro y se anegara su corazón mientras oye ahí afuera la cadencia sublime de la lluvia cayendo sobre las aceras, sobre el asfalto, sobre las hojas de los arboles y el capot de los coches aparcados junto a la acera. Y es como si lloviera sobre toda la faz de la tierra en ese instante: sobre las montañas más altas y sobre los oceanos, sobre los campos de cosechas y sobre las selvas, pero también en todos y cada uno de los más áridos desiertos del planeta por solidaridad con sus sentimientos. Una lluvia torrencial e infinita y telúrica que hace crecer el curso de los ríos y desborda los pantanos y hace subir el nivel del mar hasta cotas tan extremas que las más altas montañas pronto se ven convertidas en islotes en medio de ese diluvio universal.
Es como si lloviera para siempre y desde siempre, como si el mundo entero fuera una clepsidra que marca el tiempo del universo y su unidad básica de medición fuera la lágrima.
Como si todas las estrellas del cosmos estuvieran hechas de agua y cayeran centrípetamente a través de la bóveda celestial sobre nuestras cabezas en una lluvia húmeda y mojada que nos devolviera al medio del que procedemos cuando eramos animales anfibios y acuáticos con aletas y agallas y el aire era nuestro espacio sideral y quizá por eso ahora ella se ahoga de oxígeno y siente como si sus pulmones no sirvieran para respirar en este mundo de aire en que se encuentra atrapada mientras oye ahí afuera el repiquetear de las gotas de lluvia contra el cristal.
Y se siente pez atrapado en su pecera de vidrio, sumido en su tristeza branquicéfala de ojos vacuos que no saben llorar porque las lágrimas, que no saben soñar porque sus deseos, que no tienen memoria porqué porque su pasado, que no pueden amar porque su destino, que no saben respirar porque sus pulmones, que no pueden ser felices porque afuera la lluvia y más allá las cimas de las montañas insulares y sobre las aceras y el capot de los coches y las gotas contra el cristal y las isóbaras y la clepsidra del tiempo y la tristeza branquicéfala y las estrellas cayendo centrípetamente y el universo taciturno y melacólico y las metáforas torrenciales e infinitas y su delirio anfibio y su melancolía repiqueteando contra el cristal y los pantanos lacrimógenos y las gotas de lluvia cayendo sobre toda la faz de la tierra y la fenología.

lunes, abril 25, 2011

Ftak

Justo esta mañana la oía por primera vez. Ftak. Se lo decía un joven a otro en medio de una conversación en el parque. Parecía uno de esos nuevos aforismos que suelen usarse durante algún tiempo en el argot juvenil y luego desaparecen sin dejar rastro. No pude deducir su significado por el contexto y, en realidad, habría olvidado esa palabra muy pronto sino fuera porque un rato después la volví a oír.
Fue en la cola del supermercado donde sonó en boca de la cajera mientras se esmeraba en pasar sin exito un paquete de galletas por la máquina que lee los códigos de barras. La clienta a la que atendía -que estaba justo delante mio- asintió. Con lo que ese vocablo parecía ser de uso vagamente común y algo tenía que ver con asentir o dudar o quizá plantearse algo a uno mismo en voz alta o algo así.
Yo, inmerso en las rutinas automatizadas del día a día, no me animé a preguntar a la cajera ni a la clienta por el significado de la palabra ftak.
Luego, mientras volvía a casa llevando las bolsas de la compra y, a la vez, iba haciendo una lista mental de las cosas que se me habían olvidado comprar, me topé de nuevo con esa misteriosa palabra que no había oído nunca antes hasta hoy y que ahora parecía perseguirme. Estaba escrita en el cartel publicitario de la marquesina de una parada de autobús. En ella se podía leer en letras inmensas: La Gran Ftak. Y anunciaba lo que parecía ser un gran evento o una ftak que alguien hubiese organizado. Por lo que parece que a una ftak se podía asistir, fuese lo que fuese una ftak.
Más tarde, al llegar a casa dejé las bolsas sobre la encimera de la cocina y, exhausto, me tumbé en el sofá a ver la tele. Pensé que eso distraería mi mente de buscarle significado a esa cruel palabra, pero mientras cambiaba de canal haciendo zapping volví a oírla de nuevo varias veces: en un anuncio de perfumes como sinónimo de glamour, ftak, en una noticia sobre un terremoto a modo de lamento, ftak, en el diálogo que mantenía el protagonista de una serie policial con un mafioso como una especie de amenaza, ftak, en la retransmisión de un partido de tenis a modo de elogio a un revés cruzado, ftak. En cada caso esa palabra aparecía poseyendo un significado distinto sino diatralmente opuesto. Además, también la oí pronunciar por la voz en off de una película antigua, con lo que se deducía que esa palabra que yo jamás antes de hoy había oído nunca en mi vida y ahora aparecía por todos lados, era un vocablo usado ya en el tiempo del cine clásico en blanco y negro ¿Cómo podía haber estado tanto tiempo siéndome esquiva la palabra ftak?
Decidí salir de nuevo de casa para que me diera un poco el aire e intentar dejar de pensar en la palabra ftak. Pero ya mientras bajo la escalera y me cruzo con la vecina del cuarto esta la murmura a modo de saludo:  ftak. Salgo a la calle y camino por la acera y veo a un hombre que llama a un taxi ¡Ftak! Las conversaciones de los transeúntes están compuestas en su mayoría por la palabra ftak: ftak esto, ftak lo otro, te noto un poco ftak…En la verdulería de la esquina el verdulero vocifera a su clientela: ¡compre ftak, señora, que está de oferta! En el kiosco las noticias de las portadas de los periódicos contienen todas la palabra ftak, un niño le llora a su madre pidiéndole insistentemente ¡¡¡quiero ftak, quiero ftak, quiero ftaaaak!!! Su madre lo hace callar diciéndole ¡Ftak!
Más allá veo un policía y me acerco a él con la intención de explicarle lo ocurrido. Que por la televisión y los diarios, por la calle y en todas las conversaciones se ha inmiscuido como un virus una extraña palabra sin sentido que todo el mundo está usando sin que parezca darse cuenta de que lo hace. Pero nada más presentarme delante suyo el guardia me atiende muy cordialmente diciéndome ¿Ftak?
Me alejo de él sin decirle nada y una sospecha empieza a cernirse sobre mi cabeza. Porque si las autoridades tampoco parecen percibir la palabra ftak como intrusiva, en ese caso tampoco podrán advertir que algún fenómeno extraño está sucediendo. Y entonces podría ser que estuviéramos en peligro. Toda nuestra sociedad desmoronándose a través de la incomunicación colectiva. Peor aún, ya que todos siguen hablando creyendo entenderse los unos a los otros a pesar de estar prácticamente repitiendo la misma palabra sin sentido todo el rato.
Y entonces estaríamos a punto de convertirnos en una sociedad vulnerable, adormecida e indefensa a través de la letanía del sonido de una palabra. Con lo que nuestros enemigos podrían atacarnos en cualquier instante una vez que probablemente ellos mismos han conseguido inutilizar la principal arma de nuestra especie: el lenguaje. Y sean quienes sean -algún país rival o una sociedad secreta que pretende dominar el mundo o tal vez los extraterrestres- estamos a su merced. Sumidos en la inútil cadencia de la palabra ftak.
Aunque también puede que sea yo quien está perdiendo la cabeza y oigo siempre como ftak la pluralidad de palabras que parece entender como diferentes la gente. En realidad, eso sería lo mejor. Que ftak solo estuviera en mi mente y ahí afuera el mundo continuara igual que siempre. Ajeno a un peligro inexistente.
Llego a casa de nuevo y me encierro en el cuarto de baño dispuesto a pronunciar en voz alta delante del espejo la palabra que creo oír y ver por todos lados. O quizá la palabra que algún enemigo de nuestra sociedad ha inmiscuido como un virus dentro del lenguaje de la gente sin que nadie más que yo parezca darse cuenta. La digo:
Ftak.
Es una palabra tan sencilla ftak. Y no parece significar nada en especial. Quizás un fatk o la ftak, aquella ftak o ftak esto o lo otro. No parece ser nada peligrosa ftak. Pero muy pronto seremos destruidos por aquellos que introdujeron ftak en nuestro lenguaje. O, en todo caso, yo estaré en un centro ftak recluido como el loco ftak que solo oye la palabra ftak y que, además, solo ftak esa palabra. Y en este ftak, con mis últimos ftak de semiconsciencia de lo que ftak, me doy ftak de que -lleguen los ftak a la frontera o yo esté ftak- en cualquier ftak, ya es tarde…

martes, abril 19, 2011

Historias y sucesos de guerras y paces en un mundo regido por la ley de efecto-causa.

Él se enfada, ella le grita, él la ignora, ella le recrimina, él la engaña, ella le pregunta, él llega a casa.
Empieza la guerra, superan el ultimátum, se dan el ultimátum, imposible ponerse de acuerdo, se intentan poner de acuerdo, están en desacuerdo, se intentan limar asperezas mediante los mecanismos de la diplomacia, aparece la discrepancia.
La mata, la encañona con el arma, le susurra una amenaza apenas inaudible, la asusta, aparece de sopetón por detrás de su espalda, se abalanza sobre ella, la persigue sin que lo vea, la ve entrar en el oscuro callejón.
Observa su negro futuro en el pozo de la taza, toma el café de un sorbo, remueve bien el azúcar con la cucharita, hecha el azúcar al café, rasga el sobrecito de azúcar, aletea el sobrecito de azúcar, coge el sobrecito de azúcar con su mano, observa la taza de café humeante sobre la mesa, pide otro café, ella parece que no va a llegar.
Se queda dormido junto a ella, la abraza, le dice que la ama, le besa la cara, le mesa suavemente los cabellos, la mira con ternura, se corre sobre sus tetas.
Miles de muertos y heridos, devastación y caos, casas destruidas y pueblos arrasados, trombas de agua arrastrando todo, el mar entrando tierra adentro, llega el tsunami, hay un terremoto mar adentro, una mariposa bate sus alas.

domingo, abril 17, 2011

Morirán.

Morirán los arboles y los pájaros que en ellos anidan, morirán los ríos y las montañas, morirán los planetas y las estrellas. Morirán los viejos y los jóvenes, los moribundos, pero también los recién nacidos. Mueren los días y las horas, los años, los siglos y los milenios. Morirá el universo y la mosca que revolotea en el cristal de tu ventana. Morirán los gestos y las lenguas. Morirá esta frase y también la literatura universal al completo. Morirán los amaneceres y los atardeceres y cada uno de sus crepúsculos.
Morirán los hombres y mujeres del futuro como murieron los hombres y mujeres del pasado. Morirán las células que nos componen y morirán -a pesar de ser eternos- los átomos de que estamos hechos. Morirá el universo y sus aledaños. Morirás tu y moriré yo. Morirá la memoria de las cosas y morirá todo. Incluso, hasta la muerte morirá.
Y, luego, solo quedará un déjà vu de que todo esto habrá sucedido.
O, quizás, haya sucedido ya.

martes, abril 05, 2011

Historias de cronopios y de famas.

Afectación de la lluvia sobre un cronopio.

Cada vez que llueve los cronopios se ponen contentísimos y hacen bailes de la lluvia -aunque a posteriori- y recitan alabanzas a las metereólogos por haberse vuelto a equivocar de nuevo y cantan enardecidos por el maná que cae des del cielo en forma de gotas de agua. Luego, algunos de ellos vuelven de su frenesí y notan con frecuencia que la lluvia torrencial les ha pillado atrapados dentro una cabina de teléfono y no trajeron paraguas.

El andar repentino de los cronopios.

Al cronopio de a pie le sucede que a veces sin motivación aparente mientras va caminando por la calle empieza a saltar de una pata, de una pata, de una pata, de dos, de una y de dos. Tal y como si hubiera dibujada en tiza sobre la vereda una rayuela imaginaria.


Gustos del cronopio.

A los cronopios les gusta mucho el color azul marino y no tanto por el color en sí mismo sino por su clara referencia al mar. Pues un cronopio siempre está en consonancia con su faceta acuática debido a que en algún lugar recondito de su psique o de la memoria de su piel aun guarda recuerdos de cuando en la escala evolutiva fue un animal anfibio que se quedaba largas horas en la orilla mirando el mar meditando la cruel decisión de abandonarlo para siempre. Aunque, finalmente, esta no fuera una decisión definitiva pues muchos de los cronopios de hoy en día son ingenieros navales, patrones de barco o buzos o al menos soñaron con serlo de mayores cuando eran niños.


Lectura en el metro.

Siempre que leen algo que les gusta mucho los cronopios lo hacen en voz alta e interpretando el pasaje con ostensibles aspavientos sin importarles estar en el metro rodeados de tristes y grises famas con cara de estar observando un cactus y de alguna esperanza que despistada ha tomado la linea en sentido contrario. Y entonces los famas empiezan a proferir graves miradas de soslayo que vienen a dictaminar que en el metro el silencio, porque las personas decentes, porque las buenas costumbres y los manuales de viabilidad soterrada. Mientras que la esperanza empieza a darse cuenta que su norte es el sur y su izquierda su derecha.

J.C.

domingo, marzo 27, 2011

Maneras de estar en el mundo: instrucciones para existir.

Sea. O permanezca sobre la faz de la tierra de forma inubicua. Ampárese en el principio de certidumbre que indica que cualquier cosa bien pudiera ser cierta. Declárese cosa en sí misma. Aférrese a la realidad. Manténgase. Exista.
Piense, sin embargo, que el mero hecho de existir puede acarrear de por sí grandes contratiempos. Uno queda instaurado entonces en su biografía y además se verá de inmediato afectado por la ontología propia. La existencia conlleva implícitamente la obligación de ser, muy probablemente la necesidad de vivir y unido a esta el derecho inalienable a morir o, incluso, a estar muerto.
Entonces, Exista Ud. Según su propio criterio. Y viva a su manera, sea como desee, haga lo que crea, piense lo que quiera, diga lo que prefiera, expóngase. Haga acto de presencia en este mundo, cometa errores, materialícese en la realidad para ser veraz y ser alguien. Luego, cerciónese de serlo y, más tarde, corrobórese.
Ocupe su lugar en el mundo y asista a él. Coexista con sus coetáneos, sobreviva al momento,  subsista al instante. Aténgase al aquí y ahora. Permanézcase.  Sea.

martes, marzo 01, 2011

Breve catálogo de mitos sobre el amor.

Los mayas creyeron que el amor era un fenómeno mágico fácilmente explicable por la ingesta de un diminuto pájaro carpintero que se colaba por nuestra boca entreabierta mientras dormíamos y anidaba en nuestro corazón. De tal modo que, ante la contemplación de la persona por quien pasábamos a estar desde ese entonces mágicamente enamorados, el pájaro carpintero se avivaba y empezaba a picotear con tal fuerza nuestro corazón que el pulso se nos aceleraba, el ritmo cardíaco entraba en frenesí y el enamorado sentía como su corazón se desbocaba debido a la pasión mágica del hechizo del amor.


Los persas, por su parte, creyeron que el amor era un sueño en el que quedábamos sumergidos una noche y ya no nos podíamos despertar. De ese modo, al estar inmersos en un sueño, no eramos dueños de nuestras acciones y nos movíamos por influjos que no podíamos controlar yendo de aquí para allá a través de escenas cotidianas que no tenían sentido cuando la persona amada no estaba presente. Y, en cambio, cuando lo estaba nuestros sentidos quedaban alterados porque temíamos despertar en ese justo instante y que todo se desvaneciera cosa que, a veces, ocurría.
Pero otras veces, si la persona amada nos correspondía amorosamente en ese sueño, nos encontrábamos, a la vez, dentro del sueño de esa persona que también estaba soñando estar enamorada. Y el amor era eso: quedar los dos amantes atrapados en un sueño recíproco del que, a veces, nunca despertaban. Pero otras veces sí.


Para el pueblo esquimal de los inuit el amor era considerado como una enfermedad. Pues la persona enamorada solía descuidar sus tareas de aprovisionamiento del hogar y de abrigo llegando incluso, a veces, a morir alguien de frío o desnutrición creyéndose abrigado y alimentado tan solo por amor.
Es por eso que los más ancianos del pueblo recetaban medicinas e ungüentos contra el mal de amor. Pensando que si uno tomaba esas pociones a base de aceite de hígado de foca y bilis de oso polar mezclado con algas y hierbajos varios dejaría pronto de estar enamorado y de ser un puijilittatuq.
La creencia de que esos brebajes eran eficientes estaba bastante consolidada debido a que el porcentaje de personas que dejaban de estar enamorados después de tomar el remedio era ostensiblemente mayor con respecto a los que no lo habían tomado. Pero los ancianos no habían tenido en cuenta que esos datos estaban bastante influenciados porque quienes tomaban dicho brebaje eran aquellos que de algún modo en parte querían dejar de estar enamorados. Circunstancia que en el fondo constataba que, en realidad, no estaban tan enamorados en comparación con aquellos otros que se negaban a tomar dicha medicina prefiriendo no curarse y seguir sintiendo la enfermedad del amor aún a riesgo de que por ello pudieran morir de hambre o morir congelados.


El amor en el antiguo Egipto era una plaga de dimensiones bíblicas. Los Faraones pensaron que el amor era una maldición que se cernía a veces sobre su pueblo y que podía ser contagiada a través del aire entre sus súbditos.
Para contener dicha plaga se llevaron a cabo diversos sacrificios a los dioses intentando de este modo calmar su ira. Pero  esa plaga era más persistente que cualquier enjambre de langostas y más contagiosa que la lepra. Así que cuando el Faraón Ramsés creyó estar el mismo imbuido por la maldición, reconociéndose humano en esa debilidad y, por ende, mortal a través de esta, fue tal su desolación que mandó exiliar todo su harem de concubinas, hizo que sus súbditos se mantuvieran encerrados en sus casas durante ochenta días y ochenta noches para intentar erradicar el contagio y, dejando de creerse un dios y proveyendo así su futura muerte, hizo construir una pirámide de dimensiones colosales en el centro de la cual, tras múltiples pasadizos se hizo acomodar una cámara mortuoria en la que se depositara su cadáver debidamente momificado dentro de un sarcófago empalado tras varios compartimentos estancos rodeados de gruesos muros sellados no dejaran pasar el aire y lo aislaran tras su muerte del acecho de aquella plaga de la que sospechaba que no podría desprenderse jamás en vida y cuyo único anhelo ya era tan solo que no lo acompañara también después de muerto para toda la eternidad.



Para los pueblos bárbaros el amor era un hechizo que habitaba dentro del alma de la gente. Para ser más exactos el hechizo consistía en la traslación del alma de una persona hasta dejarla encerrada dentro del cuerpo de otra. Y era por eso que dicha persona no dejaba de pensar en aquel ser cuya alma había quedado atrapada dentro de uno mismo. Y, además, el alma, ante la cercanía del ser al cual pertenecía, se agitaba y se revolvía dentro de su cautiverio intentando escapar y provocando con ello temblores y afectaciones varias en su cuerpo huésped. Y este sentía la atracción inherente del alma atrapada hacia la persona a la que pertenecía y es por eso notaba un impulso irrefrenable por besarla, tocarla y hacerle el amor. Intentando a través del acto máximo de unión entre dos seres una transmigración del alma de nuevo hasta el cuerpo del que provenía.
Pero, eso, en realidad, resultaba muy complicado y requería tiempo y perseverancia. Por lo que lo ideal era que aquella misma persona cuya alma poseíamos estuviera también hechizada con la posesión de nuestra propia alma. Eso provocaba una atracción mutua que hacía que las almas intentaran intercambiarse el cuerpo la mayoría de los días y casi todas las noches. Y era con tanto empeño como alguna vez alguna de las almas o las dos conseguían salirse del cuerpo y regresar al suyo revirtiendo de esta forma el hechizo. Pero, otras veces, eso no se conseguía nunca, aunque los hechizados se empeñaran en ello juntando sus cuerpos cada noche y acariciándose y besándose intentando desprenderse del alma del otro fusionándose entre sí. Pero al alba volvían a despertar todavía hechizados mutuamente y aún despuntando el día sin desánimo lo volvían a intentar de nuevo.



Para los mesopotámicos el amor era una convención social arraigada en su pueblo generación tras generación. Y como costumbre social debía ser seguida con vehemencia y protocolo. Por lo que se consideraba de la más fina educación y respeto por la tradición el estar enamorado.
Eso hacía, a la vez, que muchos fingieran estar sometidos a los designios del amor tan solo por adecuarse al comportamiento que se esperaba de ellos.
Hacían poemas a la luz de la luna llena con indisimulada impostura y fingido arrebato, tomaban bebidas excitantes al anochecer para padecer insomnio y poder pasar así toda la noche en vela dando vueltas en la cama procurando pensar en la persona supuestamente amada y , luego, salían aún de madrugada para ver las naves zarpar alejándose lentamente más allá del horizonte mientras el amante fingidor jugaba a ponerle el nombre de la persona amada a cada ola del mar.
También solían apretar las puntas de los dedos de los pies y cerraban los puños con fuerza ante la presencia de esa persona a la que querían hacer ver que amaban para acelerar así su ritmo cardíaco ante esta. Además de aguantar también en su presencia la respiración provocándose pequeñas apneas que dificultaran su respiración ante el presunto ser querido.
Se llevaban a cabo tal serie de engaños y simulaciones por parte de tantos por ser aceptados socialmente que ya nadie sabía quien estaba realmente enamorado y quienes tan solo fingían estarlo.
Que más daba, porque qué era la tradición del amor sino una costumbre heredada de engaño y fingimiento de lo que en realidad eramos. Y todo aquel que acataba la costumbre de forma natural porque sentía que formaba parte de él no se diferenciaba en nada de aquellos que intentaban simular con artimañas un comportamiento llevado a cabo por la mayoría.
Además, de tanto fingir aquellos síntomas amorosos y las acciones atribuladas de los amantes uno acababa al final por no poder distinguir a veces si aún seguía parodiando el enamoramiento o si en una de estas se había enamorado de verdad. Y, en verdad, la diferencia entre las dos cosas resulta a veces casi imperceptible.

lunes, febrero 28, 2011

vidas de cucaracha

Las cucarachas nacen, crecen, se aparean, se reproducen, mueren, desaparecen y, luego, envejecen.

domingo, febrero 13, 2011

Derechos de autor.

Derecho a ignorar al lector, a menospreciarlo, a insultarlo. Idiota.
Derecho a no saber el final de la historia, a cambiarle los finales felices a los relatos. Derecho a escribir ideas estúpidas creyendo que no lo son. Derecho a dejar de escribir buenas ideas no sabiendo que hubieran sido buenas. Derecho a equivocarse. Derecho a cometer faltas de ortografía, de sintaxis y de gramática. Derecho a abusar de la metáfora. Derecho a ser mediocre, a ser anodino, a no vencer el olvido. Derecho a vencerlo, a ser genial, a ser extraordinario.
Derecho a ser juzgado. Derecho a caerle mal a la gente en contraposición a aquellos que no escriben y, por tanto, no serán juzgados por ello y en contraste con aquellos que sí escriben pero caen bien o no caen bien ni mal y también en comparación con aquellos que sí escriben y también caen mal pero por motivos distintos o, incluso, por motivos parecidos.
Derecho a tener derecho.
Derecho a caer en tópicos. Derecho a copiar y plagiar si no se nota demasiado. Derecho a recrear lo ya escrito. Derecho a homenajear a otros autores, preferiblemente muertos. Y derecho a ser copiado, plagiado, recreado y homenajeado después de muerto. Derecho a morir. Pero también, derecho a vivir eternamente.
Derecho a ser tergiversado por los demás. Derecho a ser malinterpretado por alguien. Derecho a ser criticado por alguno. Derecho a ser vilipendiado por las masas. Derecho al escarnio público y derecho a la íntima animadversión. Derecho a ser denostado, a ser exaltado, derecho a ser vanagloriado, a ser desprestigiado, derecho a ser ultrajado, a ser idolatrado, derecho a ser glorificado, a ser menoscabado, infravalorado, mitificado, abominado, admirado, odiado, querido, ignorado.
Derecho a ser leído.

lunes, enero 31, 2011

El reloj que atrasaba tiempo.

Su reloj atrasa, atrasa tiempo. Y lo primero que se deriva de ello es un leve decalaje que va del instante en que escucha algún chiste y su risa tardía que llega demorada en un par de segundos. Lo siguiente que se aprecia es que siempre pierde los autobuses por apenas cinco segundos y de nada le vale el último sprint para llegar a justo a tiempo porqué el conductor recio e inexpugnable cierra la puerta sin mirar tan siquiera por el retrovisor si llega corriendo por la acera algún rezagado. A partir de ahí la enfermedad acucia y empieza a hablar en delay: moviendo los labios sin emitir ningún sonido, para que luego de un instante se empiecen a oír las palabras antes pronunciadas cuando su boca ya está articulando otros sonidos inconexos o puede que incluso ya haya acabado de hablar y se queda con los labios cerrados mientras se termina de escuchar lo relatado anteriormente. Los signos empiezan a ser preocupantes y ya no puede llegar al cine sin que haya empezado ya la película hace no menos de cinco o diez minutos sino, incluso, un cuarto de hora o más. No cabe decir que al trabajo siempre llega unos veinte minutos tarde. La enfermedad se agudiza y, mientras su reloj va -paulatinamente- atrasando de a poco cada día un poco más, este hombre ya llega un promedio de casi una hora tarde a las citas. Sus amigos se impacientan, el comité ejecutivo está de mal humor, las mujeres con las que a veces queda para algún encuentro de carácter romántico se desengañan, su reloj sigue atrasando tiempo sin importarle nada.
El hombre que lleva un reloj que atrasa tiempo va demorando su cita con la vida y ya no llega a fin de mes. La enfermedad que le acecha hace que procrastine sus obligaciones, que postergue sus sueños, que posponga estaciones, que se demore el calendario y deba aplazar su cumpleaños una vez mas. La enfermedad se vuelve crónica e incurable y, al final, siempre llegará tarde a su cita con la muerte. Con lo que el hombre que lleva un reloj que atrasa tiempo puede ser que no muera jamás.