martes, mayo 24, 2011

Escaleradecaracolofobia

 Sucede que cada vez más a la hora de subir escaleras de caracol algunas personas suelen afrontarlo con desgana o pavor. El miedo a subir escaleras de caracol se ha vuelto más frecuente en estos tiempos de recelos ignomiosos y sin sentido en que la muchedumbre percibe peligros tal vez ilusorios o de raigambre psicológica a la hora de ejecutar los actos más cotidianos.
En cualquier caso se especula que en las negativas tajantes para acometer el ascenso por alguna de estas escaleras prototípicas subyace un miedo intrinseco a su forma en hélice o espiral. Y esto bien pudiera ser debido -según algunos de los más ilustres genetistas- al hecho contrastado por la sapienza científica de que el genoma del común del ser humano estaría compuesto a base de pares cromosómicos que simulan dicha figura geométrica.
Quedaría propuesta así una cierta metáfora ilustrativa de como subir por una escalera de caracol es al mismo tiempo inmiscuírse en la misma esencia de la biología humana. Con lo que, obviamente, el interfecto que hubiera desarollado inconscientemente dicha asociación queda atrapado ipso facto por el miedo metafísico a la espiral de la existencia propia.
Claro que todo esto quedaría súbitamente refutado a través de otras propuestas de raiz más psicoanalítica o arquitectónica que postularían que la fobia a subir una escalera de caracol bien pudiera estar relacionada con la hipotética posibilidad de más tarde no conseguir bajarla. Cabrá tener en cuenta en todo caso que la forma en espiral es la prolongación de un bucle que puede llegar a prosperar de forma indefinida en un tirabuzón infinito que se alarga innecesariamente augmentando la probabilidad de caer en un agujero negro y retorcerse sobre sí mismo para toda la eternidad. La plausibilidad de este hecho racionalizaría de algún modo la adquisición del miedo a este tipo de estructuras que, por otra parte, reflejan vagamente en la mente de aquellos que no sucumben a temores infundados el dibujo que crean los surcos de una concha de caracol. De ahí, evidentemente, la nomenclatura de la servil metáfora que inculca en la mente del prójimo la mansedumbre y parsimonia del gasterópodo sublime que invita a subir lentamente cada peldaño como si el acto mismo de avanzar fuera ya de por si suficientemente autónomo dejando relegada de esta forma la función intrínseca de tener que llegar a algún lugar más allá de la escalera como si la ascensión misma fuera a su vez un descenso a los avernos y uno ya no tuviera nada claro si viene o si va a través de ese maligno mecanismo en espiral en el que ha quedado atrapado inconexamente entre el arriba y el abajo donde se oye el latido de un quasar y el murmullo de una respiración del adn proviniente del nucleo de una célula y el arrastrarse cadensioso de la eternidad alternando contracciones y elongaciones a través de las babas de sus dedos de caracol que interpérritos te acarician suavemente.

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