martes, octubre 18, 2011


Jugando al azar de las esquinas dobladas.

Ahí se separaron y, luego, jugaron al azar de las esquinas dobladas. A la casi infinita bifurcación del mundo en esquinas que desarticulan la ciencia exacta de los encuentros por probabilística o fluctuación del devenir propio y ajeno.
Y quedan así expuestos a una casualidad cósmica vinculada a los paseos nocturnos que suceden en ciudades distintas. A pesar de que todas las ciudades del mundo son, a veces, la misma ciudad.
Y mientras uno decide seguir recto por la calla que recorre, ella está al mismo tiempo tomando una bocacalle hacia la derecha que le hará ejecutar un mutis por el foro que él ya no alcanzará a ver. Asimismo, en cuanto ella gire hacia la esquina, él acaba de tomar en un ángulo bisectriz una avenida que le hará ir en el opuesto sentido cardinal a donde se encuentra ella. Y se acercan y se alejan entre ellos a través del laberinto errático de aceras tomadas al azar en medio de la noche sin tener muy claro a donde quieren ir.
Qué más da. Jugando al azar de las esquinas dobladas el destino juega siempre a favor y en contra de uno mismo. Y saben los dos que cualquier dirección puede llevarles al encuentro casual -si es que este se da- y, al mismo tiempo, saben que quedarse donde uno esté no es más que el movimiento estático de una vaga esperanza.
Y así deambulan nocturnos en pos de la profecía de saberse en la búsqueda contínua de su propio hallazgo. Saliendo ella de una plaza cualquiera, tomando él una callejuela estrecha, cruzándose los dos en la misma esquina sin verse por apenas unos pocos segundos. Presintiéndose en cada cruce y halládose ambos al unísono en el reencuentro final donde todas las esquinas convergen en un único centro de vértigo y caos en el que se alcanzan y entrelazan todas las direcciones del mundo. Y donde la suma de todos los números de todas la puertas de todas las calles da sentido al encuentro. Si es que este se da.

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