miércoles, mayo 25, 2011

Carta de amor.

Una carta de amor escrita a mano en un papel cualquiera supo un día que ya fuera por pusilaminidad o por prudencia jamás sería enviada a su destinatario. Por lo que, despues de pasarse alguna noche en blanco rumiando tumbada sobre el escritorio cual debiera ser su proposito en la vida, una mañana -ávida de papiroflexia- dobló primero una de sus esquinas, luego la otra y retorciendose sobre sí misma y plegandose nuevamente sobre sí logró alcanzar, en no menos de veintidós movimientos, a convertirse en un auténtico pájaro de origami.
Y fue así como, luego de mirar por la ventana que ningún gris nubarrón predijera que el día se tornara lluvioso, batió sus alas de papel alzando una finísima capa de polvo a través del escritorio hasta lograr alzarse de dicha superficie y quedar levemente volando ante las estanterías. Justo delante de donde se encontraba aquel sobre en el que no se atrevieron jamás a enviarla y en el que ahora podía leer perfectamente la dirección exacta donde debía ir. Para, despues de memorizarla, salir por la ventana entreabierta de la habitación cual carta de amor transmutada en pajarito de origami volando hacia su destino.

martes, mayo 24, 2011

Escaleradecaracolofobia

 Sucede que cada vez más a la hora de subir escaleras de caracol algunas personas suelen afrontarlo con desgana o pavor. El miedo a subir escaleras de caracol se ha vuelto más frecuente en estos tiempos de recelos ignomiosos y sin sentido en que la muchedumbre percibe peligros tal vez ilusorios o de raigambre psicológica a la hora de ejecutar los actos más cotidianos.
En cualquier caso se especula que en las negativas tajantes para acometer el ascenso por alguna de estas escaleras prototípicas subyace un miedo intrinseco a su forma en hélice o espiral. Y esto bien pudiera ser debido -según algunos de los más ilustres genetistas- al hecho contrastado por la sapienza científica de que el genoma del común del ser humano estaría compuesto a base de pares cromosómicos que simulan dicha figura geométrica.
Quedaría propuesta así una cierta metáfora ilustrativa de como subir por una escalera de caracol es al mismo tiempo inmiscuírse en la misma esencia de la biología humana. Con lo que, obviamente, el interfecto que hubiera desarollado inconscientemente dicha asociación queda atrapado ipso facto por el miedo metafísico a la espiral de la existencia propia.
Claro que todo esto quedaría súbitamente refutado a través de otras propuestas de raiz más psicoanalítica o arquitectónica que postularían que la fobia a subir una escalera de caracol bien pudiera estar relacionada con la hipotética posibilidad de más tarde no conseguir bajarla. Cabrá tener en cuenta en todo caso que la forma en espiral es la prolongación de un bucle que puede llegar a prosperar de forma indefinida en un tirabuzón infinito que se alarga innecesariamente augmentando la probabilidad de caer en un agujero negro y retorcerse sobre sí mismo para toda la eternidad. La plausibilidad de este hecho racionalizaría de algún modo la adquisición del miedo a este tipo de estructuras que, por otra parte, reflejan vagamente en la mente de aquellos que no sucumben a temores infundados el dibujo que crean los surcos de una concha de caracol. De ahí, evidentemente, la nomenclatura de la servil metáfora que inculca en la mente del prójimo la mansedumbre y parsimonia del gasterópodo sublime que invita a subir lentamente cada peldaño como si el acto mismo de avanzar fuera ya de por si suficientemente autónomo dejando relegada de esta forma la función intrínseca de tener que llegar a algún lugar más allá de la escalera como si la ascensión misma fuera a su vez un descenso a los avernos y uno ya no tuviera nada claro si viene o si va a través de ese maligno mecanismo en espiral en el que ha quedado atrapado inconexamente entre el arriba y el abajo donde se oye el latido de un quasar y el murmullo de una respiración del adn proviniente del nucleo de una célula y el arrastrarse cadensioso de la eternidad alternando contracciones y elongaciones a través de las babas de sus dedos de caracol que interpérritos te acarician suavemente.

viernes, mayo 13, 2011

Afectaciones fenológicas.

Tan afectada por la fenología de las estaciones del año o por los ciclos noche-día que no podía por más que sucumbir ante los fenómenos metereológicos tales como la lluvia. Y, sobretodo, esa concreta expresión climatológica de la naturaleza tan metáfora de nuestra lacrimogena tristeza de seres humanos. Tanto que ya no sabe si es la lluvia quien la pone triste o si, en cambio, es ella quien con su estádo nostálgico y taciturno la convoca. Y, a pesar de isóbaras y anticiclones, queda mimetizado ser humano y naturaleza para sincronizar un modo existencial propicio para la melancolía.
Y así ella siente como si le lloviera por dentro y se anegara su corazón mientras oye ahí afuera la cadencia sublime de la lluvia cayendo sobre las aceras, sobre el asfalto, sobre las hojas de los arboles y el capot de los coches aparcados junto a la acera. Y es como si lloviera sobre toda la faz de la tierra en ese instante: sobre las montañas más altas y sobre los oceanos, sobre los campos de cosechas y sobre las selvas, pero también en todos y cada uno de los más áridos desiertos del planeta por solidaridad con sus sentimientos. Una lluvia torrencial e infinita y telúrica que hace crecer el curso de los ríos y desborda los pantanos y hace subir el nivel del mar hasta cotas tan extremas que las más altas montañas pronto se ven convertidas en islotes en medio de ese diluvio universal.
Es como si lloviera para siempre y desde siempre, como si el mundo entero fuera una clepsidra que marca el tiempo del universo y su unidad básica de medición fuera la lágrima.
Como si todas las estrellas del cosmos estuvieran hechas de agua y cayeran centrípetamente a través de la bóveda celestial sobre nuestras cabezas en una lluvia húmeda y mojada que nos devolviera al medio del que procedemos cuando eramos animales anfibios y acuáticos con aletas y agallas y el aire era nuestro espacio sideral y quizá por eso ahora ella se ahoga de oxígeno y siente como si sus pulmones no sirvieran para respirar en este mundo de aire en que se encuentra atrapada mientras oye ahí afuera el repiquetear de las gotas de lluvia contra el cristal.
Y se siente pez atrapado en su pecera de vidrio, sumido en su tristeza branquicéfala de ojos vacuos que no saben llorar porque las lágrimas, que no saben soñar porque sus deseos, que no tienen memoria porqué porque su pasado, que no pueden amar porque su destino, que no saben respirar porque sus pulmones, que no pueden ser felices porque afuera la lluvia y más allá las cimas de las montañas insulares y sobre las aceras y el capot de los coches y las gotas contra el cristal y las isóbaras y la clepsidra del tiempo y la tristeza branquicéfala y las estrellas cayendo centrípetamente y el universo taciturno y melacólico y las metáforas torrenciales e infinitas y su delirio anfibio y su melancolía repiqueteando contra el cristal y los pantanos lacrimógenos y las gotas de lluvia cayendo sobre toda la faz de la tierra y la fenología.