viernes, octubre 28, 2011

Instrucciones para abrir un paraguas en un día de lluvia.

Del cielo caen millones de gotas de lluvia y no es culpa tuya. Y, sin embargo, en algún momento habrás de guarecerte de estas si sales a la intemperie. Y aunque es sabido y por muchos constatado que cuando llueve uno siempre debería quedarse a contemplar dicho fenómeno desde detrás del cristal de la ventana de su casa, no es menos cierto que el mundo es injusto y la vida no siempre es ideal.
A si que a veces uno deberá hacer uso de ese ancestral artilugio que acompaña al hombre desde hace ya mucho y que, a excepción de esos pequeños paraguas retráctiles que se abren pulsando un botón, a penas a sufrido modificaciones substanciales en el transcurso del tiempo dada su cuasi perfección intrínseca para el uso que se le ha de dar.
Y a pesar de eso habrá que tener en cuenta que las posibilidades parapetatorias y antihumectantes de dicho artefacto tan solo serán habilitadas después de ejecutar el mecanismo de apertura correspondiente. Por lo que un paraguas cerrado es un objeto inútil e inerte que nada puede hacer contra la inmensidad de un cielo abigarrado de húmedas gotas que caen horripilantemente sobre las cabezas de la gente deshaciendo la permanente de la señora que acaba de salir de la peluquería, empapando jerséis y mojando contumazmente el peluquín  de aquel tan digno señor.
Por lo que contra tanta penalidad y hecatombe no habrá otro remedio que articular el mecanismo de apertura del paraguas para prevención de desgracias y antídoto contra aguaceros. Y es entonces cuando uno deberá sujetar el ingrato artilugio por la empuñadura con una mano y, si-es-uno-de-esos-paraguas-modernos-de-apertura-automática, presionar el botón con el dedo pulgar y hacer ¡clic!

lunes, octubre 24, 2011

La luna menguante.

La luna está menguante en el cielo nocturno a través del cristal. Luna de los enamorados, luna de Corintio, luna de Petrarca que inspiró a los poetas y alumbró a los amantes perdidos en noches de pasión.
Y mienten los documentales cuando narran como te formaste a través de la colisión de un meteorito contra el planeta Tierra, Diosa Selene. Porqué tu has de ser siempre el perpetuo símbolo del amor en la noche, el trémulo reflejo de ti misma en los arroyos de antaño a los que se asomó también Narciso a observar su rostro y morir ahogado en él. Porqué tu serás siempre la luna que hechiza a los hombres y los transmuta en bestias y jamás aquella que pisó aquel astronauta dejando la cicatriz de su huella en tu faz para siempre.
Serás aquella que jamás muestra su cara oculta y guarda secretos. Serás la luna cosmicómica que se acercó tanto a la Tierra que se podía llegar a ella subiendo por una escalera y no esa luna despechada que se aleja de nosotros a razón de cuatro centímetros al año.
Porqué tu has de ser siempre la luna que persigue a los caminantes a través de su reflejo en el mar por toda la orilla y no el geómetrico paralaje de nuestra visión con respecto al horizonte. Serás la luna gibosa que en noches nubladas cumple los deseos de aquellos que la invocan y no el quinto satélite más grande del sistema solar. Serás la que define el tiempo de los hombres y rige las mareas sin saber absolutamente nada de fuerzas gravitatorias o calendarios lunares. La luna de los lunáticos a cuyo influjo sucumben los suicidas y no aquella que da vueltas a la Tierra esclava de fuerzas centrífugas.
La luna de Julio Verne, de Wells y de Philip K. Dick y no la de Neil Armstrong. La luna de los profetas y no la de los astrónomos. La de los astrólogos y no la de los cosmólogos.
La luna mitológica que produce catástrofes con sus eclipses y no esa taimada luna que describe su movimiento de traslación bajo las leyes de kepler y cuyos eclipses son predichos con milenios de antelación. La luna de los poetas y los mitómanos que resplandecía en el primer círculo concéntrico del cosmos y no la que Copérnico o Galileo acecharon con sus horribles telescopios. La luna de los amantes y no el pérfido cuerpo celestial que rota sobre si mismo y oscila alrededor de la Tierra. Tan solo la enamorada luna particular y única que poseen los amantes en medio de la noche.


martes, octubre 18, 2011


Jugando al azar de las esquinas dobladas.

Ahí se separaron y, luego, jugaron al azar de las esquinas dobladas. A la casi infinita bifurcación del mundo en esquinas que desarticulan la ciencia exacta de los encuentros por probabilística o fluctuación del devenir propio y ajeno.
Y quedan así expuestos a una casualidad cósmica vinculada a los paseos nocturnos que suceden en ciudades distintas. A pesar de que todas las ciudades del mundo son, a veces, la misma ciudad.
Y mientras uno decide seguir recto por la calla que recorre, ella está al mismo tiempo tomando una bocacalle hacia la derecha que le hará ejecutar un mutis por el foro que él ya no alcanzará a ver. Asimismo, en cuanto ella gire hacia la esquina, él acaba de tomar en un ángulo bisectriz una avenida que le hará ir en el opuesto sentido cardinal a donde se encuentra ella. Y se acercan y se alejan entre ellos a través del laberinto errático de aceras tomadas al azar en medio de la noche sin tener muy claro a donde quieren ir.
Qué más da. Jugando al azar de las esquinas dobladas el destino juega siempre a favor y en contra de uno mismo. Y saben los dos que cualquier dirección puede llevarles al encuentro casual -si es que este se da- y, al mismo tiempo, saben que quedarse donde uno esté no es más que el movimiento estático de una vaga esperanza.
Y así deambulan nocturnos en pos de la profecía de saberse en la búsqueda contínua de su propio hallazgo. Saliendo ella de una plaza cualquiera, tomando él una callejuela estrecha, cruzándose los dos en la misma esquina sin verse por apenas unos pocos segundos. Presintiéndose en cada cruce y halládose ambos al unísono en el reencuentro final donde todas las esquinas convergen en un único centro de vértigo y caos en el que se alcanzan y entrelazan todas las direcciones del mundo. Y donde la suma de todos los números de todas la puertas de todas las calles da sentido al encuentro. Si es que este se da.

lunes, octubre 17, 2011

Te odio.

Te odio de todo corazón. Mi odio por ti es profundo y sincero y he de odiarte el resto de mi vida y por siempre jamás.
Te odio tanto que apenas puedo expresarlo con palabras. Te odio con todas mis fuerzas y todo mi ser. Es un odio total e inquebrantable, un odio indestructible que lo abarca todo y no ha de terminar. Y cuando acabe el mundo, ahí seguiré yo odiandote.
Porqué te odio a cada segundo y a cada minuto y te odio desde siempre, desde antes incluso de conocerte. Te odio a todas horas y cada día que pasa te odio un poco más. Y te odio tanto que no se puede odiar más a una persona. Y te odiaré año tras añodurante el resto de mi vida y por los siglos de los siglos te odiaré. Y mi odio será eterno e infinito y será un odio tan inmenso y absoluto que en el fondo un poquito te querré.

sábado, octubre 15, 2011

Odiantes.

Hace tanto que se odian que ya no notan la diferencia entre ese sentimiento que se profesan y el amor. Como no la notan tampoco la padecen y siguen viviendo su vida sin percatarse de que todo a transmutado a través de la senescencia de lo cotidiano hasta convertir la complicidad en alta traición, la confianza en incomodidad, la compañía mutua en hartazgo del uno hacia el otro. Y se apoyan en coreografías como el sexo o los protocolarios besos, el la consuetudinaria salida al cine los miércoles o la cena en el restaurante los sábados noche. Quizá la pantomima del apelativo cariñoso carcomido por el tiempo y las caricias a deshora como un extraño ritual que pierde su sentido ontológico y queda tan solo como folclore.
Hace tanto tiempo que se miran a los ojos sin ver nada. Tan solo ese vacío oculto detrás de las pupilas antes amadas que ahora son contenedor cáustico de todos los defectos del otro acumulados en la memoria a lo largo de la convivencia común. La melancolía de haber formado algún día una simbiosis común de la que ahora tan solo queda el cochambroso reducto del plural mayéutico de un nosotros muerto: la grabación conjunta de sus voces en el mensaje del contestador, los objetos mutuamente regalados por el otro en el día de sus respectivos cumpleaños, los hipotéticos nombre que hubieran puesto a sus hijos que ahora saben que ya nunca tendrán cuando se dan cuenta que no tan solo se ha tergiversado su pasado común sino también cualquier expectativa de futuro que hayan podido albergar.
Y tan solo les queda este presente amargo que dilata las horas y les cubre de silencio o de palabras que suenan vacias y también de otras que resuenan en sus mentes pero prefieren callar. Porque ni siquiera comparten el odio que les une, egocentricamente sumidos cada uno por separado en la amargura de aguantar al otro.
Y planean un viaje juntos y comentan que podrían comprarse un perro y le buscan nombres.
Se saben tan distantes ya que nada les importa. Se oyen desde lejos, se miran en direcciones opuestas, se tocan como alejandose el uno del otro y nada les incumbe. Todo sucede porqué ha sucedido ya y puede que siga sucediendo pero nada de ello les concierne. Los hechos los hechos cotidianos del día a día transcurren en ellos sin immutarles lo más mínimo.
Tan solo el odio respectivo que les une les atañe.
Y uno odia la forma en que el otro mueve las manos al hablar y el otro odia la manera en que pronuncia el otro tal palabra.
Se odian tanto y desde hace tanto que casi parece que se quieran. Y como ya no sienten casi la diferencia entre el odio y el amor no la padecen. También porque pueda ser que no la haya. Son víctima de la polarización de dos signo sopuestos de un mismo sentimiento. Y seguirán juntos mientras esten enamorados el uno del otro odiándose recíprocamente.