lunes, mayo 28, 2012

El hombre del futuro.

El cosmonauta ruso Vasily Moscov permaneció durante 843 días en el espacio. Al volver al planeta, según las leyes de la relatividad, para él habían transcurrido cinco segundos menos que para el resto de las personas que permanecieron sobre la faz de la tierra durante ese periodo.
Los psicólogos de la empresa espacial pronto pudieron determinar que ese fenómeno dejó efectos secundarios en la personalidad de Vasily. Llegando a la conclusión de que el hecho de haber viajado cinco segundos hacia el futuro provocó en el astronauta ruso un síndrome desincrónico que lo llevaba a creer que vivía permanentemente en un futuro cercano a tan solo cinco segundos del habitual.
De este modo Vasily te contestaba antes de que le hubieras acabado de formular una pregunta, entraba en los sitios antes de que le abrieran la puerta golpeándose así contra la misma, miraba las cosas en movimiento al lugar hacia donde estas se dirigían y no en el lugar que estaban. También reía los chistes antes de que sus colegas acabaran de explicarlos y una vez al ser víctima de un atentado por un fanático envidiosa que se había apostado con un rifle en un tejado se agazapó súbitamente esquivando el disparo segundos antes de que se oyera el estruendo de la bala.
Vasily sentía una gran confusión y andaba sumido en una gran torpeza social que muchos atribuían al hecho de que hubiera pasado tanto tiempo solo en el espacio. Pocos eran los que creían a Vasily cuando aseguraba estar viviendo cinco segundos en el futuro respecto al presente de los demás.
Así su mujer lo dejó porqué parecía como si nada de lo que ella hiciera o dijera pudiera sorprender ya a su marido que siempre se anticipaba en un instante a sus comentarios, a sus besos de improvisto, a sus enfados y arrebatos repentinos de tal modo que cuando ella estando juntos en el sofá mirando la tele en silencio intento por última vez sorprender a su marido diciéndole de sopetón que lo dejaba, un instante antes él se levantó, dijo de acuerdo, adiós y se encerró en la habitación sin que ella pudiera prorrumpir palabra.
Con el tiempo Vasily aprendió a atenuar sus reacciones y consiguió demorar sus respuestas y acciones cinco segundos hasta adecuarlas al tiempo en que estas eran esperadas por los demás.
En ese decalaje autoimpuesto Vasily se aburría y maldecía que la otra gente viviera en un tiempo retrospectivo que había sucedido ya aunque todo el mundo estuviera esperando que sucediera aun.
Los psicólogos que lo trataban, sin embargo, estaban muy satisfechos porqué parecía que los efectos secundarios por el hecho de haber estado tanto tiempo viviendo en el espacio parecían remitir.
Vasily había conseguido adaptar así su comportamiento para sincronizarlo a esos cinco segundos después en que transcurría el mundo a su alrededor. Y no te contestaba hasta que hubiera pasado ese intervalo de tiempo desde que hubieras terminado de preguntar. También, y por supuesto esto fue una de las primeras cosas que aprendió, no entraba en los sitios hasta al menos cinco segundos después de que le hubieran abierto la puerta. Cuando le contaban algo chistoso se aguantaba la risa y luego reía las bromas, aunque ya sin ganas, en el momento justo en que se esperaba que hicieran gracia. Ahora miraba las cosas que se movían no hacia donde estas se dirigían sino ahí donde habían estado hace un momento que es donde la gente percibía como el lugar donde justamente estaban.
Asimismo, dejaba que su nueva novia Irina le contara cosas sin que él la interrumpiera y hacía ver que estas le interesaban y le sorprendían en el preciso instante en que lo tenían que hacer. Alguna vez, aunque pocas, se desconcentraba en la demora voluntaria de sus reacciones. Como cuando le dijo a Irina "Sí quiero" justo un instante antes de que ella le preguntara si quería que se casaran.
Y así Vasily vivió su vida fingiendo existir en un tiempo que no le pertenecía. Vivió con paciencia y resignación el hecho contradictorio de tener que postergar sus acciones hacia el pasado siendo que el percibía los sucesos futuros de los demás con antelación. Vivió una larga vida vagamente feliz y en el último instante de su vida pudo alcanzar a decir "muerto soy" cinco segundos antes de que la muerte le alcanzara de verdad.

jueves, mayo 10, 2012

El tiempo pasa disoluto en la termodinámica de un café.

Vuelve a provar el café y ahora lo encuentra demasiado frio. Un hombre abandona la plaza y las palomas alzan el vuelo y revolotean a su paso. El camarero le trae el café. Pide un café. Mira otra vez la hora: son las cinco y cinco y ella ya no llegará. Se sienta en la primera mesa de la izquierda. Rasga el azucarito. Aletea el azucarito. Mira de nuevo la hora: son las cuatro y cuarenta y ella todavía no ha llegado. Coge la cucharita y remueve el café. Vierte el azucarito dentro de la taza de café. Mira a su alrededor la plaza casi vacía donde tan solo las palomas deambulan mansas por el centro de la misma. Llega el camarero y le pregunta que quiere tomar. Él dice gracias. Mira la hora: son las cuatro y veinte de la tarde y ella aun no llega. Se dirige a una cafetería que hay ahí en una esquina. Paga y se va. El camarero trae la cuenta. Prueva un sorbo y se quema la punta de la lengua. Empieza a impacientarse. Deja la taza sobre el platito para que se enfrie un poco. Mira la hora y aun es pronto. Pide la cuenta. La atraviesa y las palomas alzan el vuelo y revolotean a su paso. Un hombre llega a la plaza.

martes, mayo 08, 2012

Un universo en una cáscara de nuez.

Al romper esa cáscara de nuez encontró dentro un universo.
Al principio la sorpresa y la maravilla fueron considerables, pero al cabo de un instante -no sabe muy bien porqué- pensó que tal vez ese era uno de los lugares más adecuados en los que pudiera albergarse un universo.
A pesar de eso cabe destacar que las anteriores veces en que había estado cascando nueces, tanto esa misma tarde como en otras ocasiones a lo largo de su vida, jamás había encontrado hasta entonces dentro de la cáscara de una nuez escondido ningún universo. Por lo general solía hallar el esperado fruto seco que consumía con devoción, aunque sí que es cierto que alguna vez encontró la nuez pasada o rancia y no menos de cuatro veces encontró que dentro del cascarón no había nada. Pero de eso a que ahí se contuviera un universo con sus galaxias , planetas y demás espacio cósmico la diferencia era ostensible y, a pesar de esto, lo aceptó con la cotidianidad de lo extraordinario. Como el trébol de cuatro hojas o la tostada que cae al suelo finalmente por el lado contrario al de la mantequilla.
De este mismo modo, tantas veces al abrir una nuez, ya fuera golpeándola con algún objeto contundente, estrujándola con fuerza entre las palmas de las propias manos, mordiéndola entre los dientes con el peligro subyacente de fisurar algún premolar o a través del uso más civilizado de un cascanueces -fuera del modo que fuera- nunca jamás hasta entonces al resquebrajarse la cáscara, entre destellos de cuasars y el fulgor de las supernovas, había aparecido emitiendo pequeños haces luminiscentes a través de los intersticios abiertos entre las grietas del armazón roto de la nuez ninguna cosa que pudiera semejar un universo.
Y, en cambio, ahora la fluorescente apoteosis de un reluciente mundo diminuto se abre paso entre las costras y los reductos de añicos esparcidos sobre el mantel de la mesa infiriendo con su presencia la posibilidad recóndita, pero ahora admisible, que dentro de las cáscaras de algunos frutos secos se escondan magníficos y resplandecientes universos.