miércoles, enero 25, 2012

Derecho a fracasar.

Ciudadano anónimo reivindica el derecho a fracasar en la vida, a ni tan siquiera tener que intentar alcanzar el éxito, a darse por vencido de antemano, a salir derrotado a la calle anticipadamente.
A no tener objetivos que cumplir, a no tener sueños que anhelar, a no saber soñar. A estar conforme con lo que la vida le depara, a administrar aquello dado, a non creer en el destino, en la providencia, ni tan siquiera en el azar.
Y, así, ciudadano anónimo no juega a la lotería porqué no cree que jamás le toque, no ama por temor a no ser correspondido, no vive porqué sabe que ha de morir y no espera nada del futuro porqué ha constatado que este jamás llega.
Ciudadano anónimo transita el presente como quien deambula por la aceras. No ha de llegar a ningún sitio concreto, ni ha de llegar antes que nadie, ni ha de llegar en ningún momento preciso.
Se rige por el principio de incertidumbre de Heissenberg y se deja arrastrar por la fuerza de Coriolis que rige en cada encrucijada. A veces se pone a hacer una cosa y al mismo tiempo la contraria en estado de Tupac-amaru y bajo el síndrome de Estocolmo queda enamorado de su soledad.
Ciudadano anónimo, sin embargo, a veces es afortunado y es querido. Es exitoso y se ve inmerso en la felicidad. Es capaz de llegar al lugar justo en el momento exacto. Es vivido por la vida, viajado por el mundo, transitado por las calles, es esperado por la esperanza, esclavizado por el libre albedrío, soñado por un sueño y alcanzado por su destino. Y en esos casos ciudadano anónimo se deja ser.

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