jueves, mayo 10, 2012

El tiempo pasa disoluto en la termodinámica de un café.

Vuelve a provar el café y ahora lo encuentra demasiado frio. Un hombre abandona la plaza y las palomas alzan el vuelo y revolotean a su paso. El camarero le trae el café. Pide un café. Mira otra vez la hora: son las cinco y cinco y ella ya no llegará. Se sienta en la primera mesa de la izquierda. Rasga el azucarito. Aletea el azucarito. Mira de nuevo la hora: son las cuatro y cuarenta y ella todavía no ha llegado. Coge la cucharita y remueve el café. Vierte el azucarito dentro de la taza de café. Mira a su alrededor la plaza casi vacía donde tan solo las palomas deambulan mansas por el centro de la misma. Llega el camarero y le pregunta que quiere tomar. Él dice gracias. Mira la hora: son las cuatro y veinte de la tarde y ella aun no llega. Se dirige a una cafetería que hay ahí en una esquina. Paga y se va. El camarero trae la cuenta. Prueva un sorbo y se quema la punta de la lengua. Empieza a impacientarse. Deja la taza sobre el platito para que se enfrie un poco. Mira la hora y aun es pronto. Pide la cuenta. La atraviesa y las palomas alzan el vuelo y revolotean a su paso. Un hombre llega a la plaza.

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