Parpadear tiempo.
Abres los ojos. Estás en el jardín de infancia llorando debajo de una mesa en tu primer día de guardería. Sin poder entender porqué tu madre y tu tía te han dejado solo en ese lugar lleno de otros niños que no conoces. Pestañeas.
Tienes vinti-tantos años y estás en medio de un trabajo cualquiera rodeado de otros niños que también fueron abandonados y también se han he3cho mayores.
Pestañeas.
Eres un anciano meciendose en su balancía con o sin una vida que haya valido la pena a sus espaldas. No has perdido la capacidad de llorar.
Pestañeas.
Eres un cuerpo inerte (putrefacto) yaciendo en una tumba o en el mejor de los casos polvo intergaláctico esparciendose a merced de los vientos.
Pestañeas.
Estás enfrente de un espejo intentando ver ese efimero bagar de la vejez a la niñez, de ahí al polvo de estrellas pasando fugazmente por este presente en que, paradójicamente, cada hora de tu horario laboral parece hacerse eterna.
Pero, pestañeas.
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