viernes, noviembre 25, 2011

Emboscada de frío entre las sábanas.


La deliciosa cama preparada prolijamente para adecuarse al frío de una noche de invierno me espera con todos sus elementos formando una sucesión perfecta de capas dispuestas sobre el colchón a modo de: sábana bajera, sábana encimera, frazada y colcha. Una superposición estratégica que debidamente fijada a través de los bordes de dichas prendas sujetados entre el colchón y el somier forman un sistema sustentación calorífica inigualable.
Y así es como después de apagar la luz me dispongo a ubicarme en el aparente confort y estado de calidez que me promete para cruzar raudo la habitación en piyama deshaciéndome de las pantuflas con sendos movimientos sinusoidales de piernas e instaurarme en un único e inconmensurable gesto dentro de la cama.
Ahí constato no sin cierta estupefacción como bajo esa acumulación de capas térmicas que debieran conferirme una apacible temperatura me está esperando agazapada y latente una emboscada de frío.
Y a pesar de la sorpresa que siempre me pilla desprevenido en estos casos no dejaré de sentir una especie de gezellig recorriendo mi espina dorsal que devuelve a la memoria de mi piel todas aquellas veces que en mi pasado me he inmiscuido en noches frías de invierno dentro de camas donde me esperaba aun más frío del que pueda sentir afuera.
En cualquier caso, esta sensación durará apenas un rato en lo que tarde mi propio calor corporal en convertir en un microclima cálido el interior de esa cama. Para entonces uno empezar a quedar sumido en una cálida intimidad de reminiscencias casi intrauterinas sucumbiendo a la blandura del lecho, a la complicidad de la almohada hasta pronto quedar inmerso en un estado rayano a la felicidad.
Y, aunque el sueño no llegue de inmediato, uno se ve confortablemente envuelto en esa sucesión de pieles ancestrales que el desarrollo de la civilización humana ha ido concatenando secularmente. Y ahí es cuando uno se arropa a si mismo satisfecho de formar parte de la contemporaneidad del momento histórico y de la sublimación del estado del bienestar en concepto de menaje del hogar.
Lo que ocurre es que con el sutil movimiento de estirar la manta hasta cubrir levemente el mentón parece que la esta se ha descorrido de debajo del colchón y ahora las puntas de los pies está tan solo cubierta por el binomio   sábana-colcha con la pertinente disminución térmica asociada al hecho. Así que uno intenta restituir la frazada a través de un movimiento de zarpa efectuado podológicamente que además de no lograr su objetivo hace deslizarse la sábana hacia el lado izquierdo de la cama dejándola convertida en un harapo inservible que ahora tan solo me cubre medio cuerpo.
Decido entonces recuperar medidas reconstituyentes del estado primigenio en la predisposición de las telas ladeando el cuerpo hacia la parte contraria en que ha quedado amontonada la sábana tirando de esta para intentar retomarla a su estado equitativo aunque sin conseguirlo finalmente y agravando más aun la situación al provocar con el movimiento del cuerpo la desestabilización de la colcha que ha ido a parar con gran vehemencia al frío suelo.
Al darme cuenta de ello procedo a alargar un brazo hacia donde preveo que haya podido caer la colcha provocando que del lado contrario ahora se desenganche una de las puntas subjetoras de la sabana bajera mientras sigo palpando en la oscuridad para intentar asir la colcha caída con escaso o ningún éxito.
De este modo, el estado actual de los respectivos tejidos viene a distribuirse en: la inasible colcha en el suelo, la sábana bajera corrida desde la parte de arriba a la izquierda del colchón dejándolo al descubierto, la amalgamada sábana amontonándose en espiral en el lado derecho de la cama y la insuficiente manta que llegado a este punto ya ha tomado una disposición rombal sobre el eje longitudinal de la cama dejando de este modo a la intemperie los hombros y parte del torso así como los pies hasta la altura del tobillo.
Todo ello en una masa informe de telas conglomeradas que hacen que uno vaya ya perdiendo la fe en ciertas evoluciones tecnológicas de la especie, en alguna de las leyes de la termodinámica, en la posibilidad de alcanzar alguna felicidad duradera por parte del individuo y en la esperanza de obtener esta noche cualquier conciliación de sueño de forma pronta.

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