lunes, agosto 07, 2006

Escrito a mano como una paja.

Con un boligrafo en la mano era capaz de escribir las más delicadas palabras de amor pero también podía sacarte un ojo.
Con su punta retráctil afilada como la uña de un gato raspa sobre el papel como arañazos en el interior de una tumba, con el desgarro y la claustrofobia de la imminencia de la muerte. Haciendo gala de una caligrafía que raya el jeroglífico, digna del médico de cabecera de un Faraón, se estremecían las palabras de su puño y letra haciendo del papel un lienzo, una partitura o talladas en aristas en la xilografía del marmol de una lápida. Y su última frase siempre era su epitafio.
Entroncandose en la tradición sumeria de escribanos que cincelaban sobre tablillas cuneiformes de cerámica letra a letra blasfemaba de Gutenberg y maldecía la New Times Roman.
Pero, sin embargo, él jamás escribió -como petulantemente pregonan otros- para sí mismo, ni tan siquiera para ella. Él escribió siempre para los analfabetos o para los fanáticos que queman libros en piras.
Sujeta el boligrafo como un pincel o como el pene de un mono y con el dedo indice y pulgar juega a hacerlo aletear como si fuera un colibrí. Luego, a veces, lo consigue domar en la cetrería indómita de sus altos vuelos. Y otras veces no.

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