lunes, febrero 11, 2008

Código Deontológico del Asesino en Serie.

Cuando una pistola separa dos personas lo preferible es estar del lado de la empuñadura pensaba mientras se acercaba sigilosamente por detrás hacia su veintioctava víctima. Pero, como el valor que se requiere para apretar el gatillo se presupone en todo caso siempre inferior al miedo a recibir un disparo, esto le convertía automáticamente en un cobarde. Y, sin embargo, él jamás mató a nadie por la espalda. Antes de disparar dejaría que su víctima tuviera tiempo de girarse para ver de frente quien iba a sesgar su vida para siempre.
El asesino en serie más buscado de la década descubrió el concepto de muerte a la temprana edad de siete años. Aquel día sus padres no le despertaron para ir al colegio como solía ser habitual. Al levantarse se dirigió hacía la habitación de ellos que estaba al fondo del pasillo junto a la cocina. De ahí aun emanaba un ya tenue olor a gas que se había quedado impregnado en el papel de las paredes. Entró en la habitación donde dormían sus padres y esperó largo rato junto a su cama sin atreverse a despertarlos.
Al entrar en el cuarto de su veintenovena víctima el asesino en serie más buscado de la década se percató de que esta aun seguía durmiendo. Él jamás había matado a nadie que estuviera dormido por lo que se acercó silenciosamente hasta la almohada y simuló el zumbido del vuelo de un mosquito cerca del oido de su víctima. Cuando esta abrió los ojos tuvo tiempo de mirarle y saber así quien estaba a punto de apagar la luz de su existencia. Y fue entones, con el cadaver de su veintinovena víctima sobre la cama y mientras realizaba su macrabo ritual de darle un beso en la frente y susurrarle tiernamente al oido buenas noches cuando vió moverse sobre su rostro sin vida una hormiga.
La mañana en que murieron sus padres el que llegaría a ser el asesino en serie más buscado de la década almorzaba tranquilamente como si nada hubiera ocurrido. Con los cadáveres dormidos de sus padres en la habitación de al lado, desde la mesa de la cocina donde había quedado inoculado ese maldito olor a gas y mientras se tomaba un vaso de leche fría con galletas quedó fijada su atención en el frenético ir y venir de unas hormiguitas. Se movían frenéticamente mientras fruncian sus antenitas unas con otras formando una hilera sobre la encimera hasta el tarro de azucar. Entonces, posó la punta de su dedo índice sobre una de las hormigas y al retirarlo pudo observarla desposeída de repente de su frenesí. Una a una fue aplastando hormigas con tan solo la yema de su mortífero dedo índice deleitandose en los pequeños cuerpecitos de insectos dormidos que quedaban inhertes sobre el frio mármol de la encimera.
El asesino en serie más buscado de la decada dejó de matar tras su veintinovena víctima.
Desde la ventana de un séptimo piso en el centro de la ciudad el que fuera el asesino en serie más buscado de la década observa los transeuntes caminar por las aceras de abajo. Desde ahí arriba le parecen hormiguitas a sus ojos, nada más que insectos que juega a aplastar oprimiendo su dedo contra el vidrio de la ventana. Mientras lleva cabo esa inocua catarsis una mosca ha quedado atrapada en el cristal. Y es entonces cuando, en vez de aplastarla con un periódico enrrollado, como haríamos usted y yo o cualquiera, él preferirá abrir la ventana y dejarla volar libre hacia la calle. Jamás volvería a matar ningun ser vivo. O sea: jamás volvería a matar. Y es que puede qye haya una ética diferencial entre matar una hormiga y matar una mosca. Y entre matar una mosca y matar un hamster. Y bien pudiera ser que fuera distinto matar un hamster que matar una vaca y que haya una diferencia ostensible entre matar una vaca y matar un mono. Finalmente, es provable que no sea lo mismo matar un mono que matar un ser humano y, por tanto, la suma de todas esas diferencias será igual a la diferencia ética entre matar una hormiga y matar un ser humano.

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