jueves, octubre 23, 2008

Histórias de amor nihilistas o jamás sucedidas.

En un bar:

Ella entró en el bar y lo miró por un momento a los ojos. Al él se le resquebrajó algo en lo más profundo de su ser. Jamás la había visto antes y sin embargo sentía como si tuvieran un amnésico pasado común, como si estuvieran predestinados por alguna ley cósmica imposible de alcanzar a comprender. Ella había sido puesta allí por alguna estratagema del destino o por un rocambolesco plan urdido por algún dios jugetón. De repente todo encajaba y cualquier acto anterior de su vida que le hubiera conducido a este justo momento cobraba sentido. El paso del tiempo mismo, los amores y desamores de antaño, la ubicación exacta de cada estrella en el cielo, la disposición de cada una de las sillas y mesas del bar y hasta la muerte misma; todo tenía explicación des del preciso instante en que la vió aparecer por la puerta mirandole vagamente a los ojos. Ella acabó de tomar el café que había pedido, pagó, dejó una módica propina y se marchó sin más.

En el metro:

Si al sentarse junto a ella en el metro tan solo le hubiera preguntado la hora, él no hubiera tenido más remedio que preguntarle si llegaba tarde a algun sitio por entablar una conversación (pues ella era poseedora de la suficiente belleza como para que él se sintiera atraído de immediato) y entonces ella hubiera podido bromear a la par que mostrarse inteligente con alguna respuesta audaz como que hay que llegar puntual aunque no te esté esparando nadie (mostrandose, así de paso, veladamente solícita) y entonces él le diría que como puede ser que nadie te esté esperando con lo guapa que eres (bordeando la barrera del disímulo) que ella traspasa de pleno contestándole que él tampoco está nada mal (proposición casi explicita de sexo) y él (aunque incluso algo estupefacto por la precipitación de estos inesperados acontecimientos amorosos un martes por la mañana) le diría que si quiere la invita a comer, con lo que ella (encantada de haber conocido al que le parece que podría ser el hombre de su vida) acepta. Y luego en la comida risas y afinidades varias y al día siguiente en el cine palomitas y beso de despedida y al tercer día habitación de hotel y compatibilidad sexual y durante el mes siguiente amigos y cenas y deportes de aventuras y un viaje a Paris con lo que al cabo de siete meses boda y al año embarazo y gemelos y luego tres hijos más, chalet junto al mar y tiempos felices para ir envejeciendo de a poco uno junto al otro hasta el fin de sus días.
Pero no, ella jamás le pregunta la hora y él ya acaba de bajar en la última parada y se cierran las puertas del vagón y el tren vuelve a emprender su marcha y ella aun tiene tiempo de verle por última vez perdiendose por entre los pasillos de la estación confundiendose entre la multitud que abarrota el andén una fria mañana de martes de otoño.

Por la calle:

De repente, mientras iba caminando por la acera la vió aparecer desde la siguiente bocacalle y aunque era un poco miope le pareció que su silueta era digna de consideración. Desde la distancia la excrutaba sin pudor cuando le pareció que ella también alzaba la vista y le miraba por entre la gente. Él apartó la mirada por un momento haciendo un barrido visual a la calle para finalmente volver a posar sus ojos sobre ella. Ahora estaba un poco más cerca con lo que él pudo ver con claridad como ella aparta su mirada con cierto disimulo en el momento justo en el que él fijaba la suya sobre ella. No había duda era una chica preciosa y sus pasos iban acercandoles el uno al otro de a poco cuando otra vez los ojos de ella bascularon en un veloz movimiento cecálico para fijarse justo en el punto donde se encontraba él, al que un instinto social adquirido (pues no lo poseen los bebes) le hizo apartar de immediato la vista. Y, sin embargo, ahora sabía con seguridad que ella también se había fijado en él encontrandose los dos inmiscuídos en un cortejo subyacente telepático oftalmológico visual. Y ya tan solo se encontraban apenas a unos metros cuando él decidió profundizar de forma descarada su mirada sobre la de ella vulnerando cualquier precepto de intimidad urbana, ella le correspondió entornando un poco sus ojos y mirandole fijamente en una mueca de índole osadamente libidinosa para luego apartar lentamente la vista hacia el otro lado hasta fijarla casi como mirando al cielo en un claro gesto de disimulo explicitamente mal disimulado. Ahí fue cuando él miró al suelo un instante como para coger aliento y recargar la que sería su mirada definitiva. Y cuando ya casi estaban a la misma altura, girando además el cuello apenas unos grados la contemplo con la absoluta naturalidad de los que se conocen desde siempre, haciendole el amor con la mirada o más bien follandosela por los ojos y mientras ella, sin apartar la vista de él, le correspondía con la misma intensidad en un momento que se hacía eterno, a la vez, que pasó tan efímero y fugaz, cruzaron sus caminos y ella siguió por su lado y él por el suyo sin que nadie se decidiera a mirar atrás.

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