sábado, enero 02, 2010


La imposibilidad del tiempo.

Los relojes con saeta para los segundos son auténticos instrumentos de tortura. Observar como pasa el tiempo -irremediablemente- llevándose consigo cada instante para siempre y avanzando de forma inexorable hasta el momento mismo de la muerte es un delicadísimo infierno. Ningún reloj debiera marcar los demasiado volátiles segundos o quizá no debería existir ningún artefacto que pueda medir el paso del tiempo. Y de esta forma, tal vez, podríamos vivir en un único instante inquebrantable y eterno como viven los pájaros y las flores sin sospechar que todo ha de acabar un día, despistando así nuestra agonía crónica y mortal.
Regidos, entonces, por la luz del Sol y la forma de las nubes. Por el reflujo de las olas del mar batiéndose espumosas en la orilla. Libres de horarios, citas y cronómetros. Absueltos de tiempo poder llegar siempre a la hora justa, porqué todas las horas serían la misma hora. Y elegir siempre el momento exacto para cada cosa, porqué todos los momentos serían el mismo. Vivir para siempre, porqué cualquier tiempo sería nuestro tiempo y, a la vez, ninguno.
Seríamos eternos, porqué para morir tendríamos que vivir todo el tiempo que nos queda de vida y antes de eso alcanzar a vivir la mitad del resto de nuestra vida. Pero antes de alcanzar esta mitad deberíamos primero llegar a vivir la mitad de dicha mitad. Por lo que, en circumstancias normales, pronto nos damos cuenta de que para avanzar en dirección a la muerte en algun momento deberemos superar el transcurso de nuestro próximo año de vida, para lo cual nos resulta imprescindible alcanzar a vivir el próximo medio año de vida y antes de este el primer trimestre. Con lo que para poder llegar ahí tendremos que haber conseguido sobrepasar el primer mes y medio de nuestro porvenir y antes de este las tres semanas previas. Pero sucede que para poder alcanzar a vivir la primera de las semanas habremos de superar con antelación cada uno de los días que la conforman. Y, sin embargo, para poder vivir tan solo un días más necesitaremos transitar cada una de las horas que lo conforman empezando por la próxima hora a la que deberemos llegar dejando atrás cada uno de sus minutos con un orden cronológico tal que el primero de ellos habrá de ser nuestro más inmediato minuto de vida para lo que deberemos proceder a vivir antes todos y cada uno de los sesenta segundos de que esta compuesto empezando por nuestro próximo segundo de vida. Tarea que, si bien nos pudiera parecer bastante sencilla y fugaz por lo aparentemente volátil de un segundo, requerirá para lograrla de la superación previa de nuestro próximo milisegundo y antes de ese avanzar tan solo un microsegundo con lo que pronto estamos intentando vivir un nimio nanosegundo o femtosegundo o aunque sea un misero Tiempo de Planck sin lograrlo nunca adentrándonos infinitesimalmente en la divisibilidad indefinida del abismo de un presente infinito. Y, así, incapaces de avanzar en el tiempo nos convertimos en seres estáticos e inmortales capaces de vivir eternamente un mismo instante.
Y eso a pesar de que para poder haber llegado a este instante tendríamos de haber vivido antes la mitad de nuestra anterior vida y antes de esta cada una de las consiguientes mitades previas hasta desembocar en el justo instante previo de nuestro nacimiento para concluir que lo que quizá ocurra es que no hemos llegado a nacer nunca. O si retrocediéramos mitad a mitad hasta el principio de los tiempos resultará, entonces, que nada ha llegado a existir jamás.

2 comentarios:

Ale dijo...

...segundos

me pregunto que pasó con los primeros

Imposivle dijo...

ei, no vale saltarse instantes. Tienes que quedarte muy petrificada respirando flojito sin poder avanzar. Aunque si quieres puedes poner cara de velocidad.