miércoles, marzo 29, 2006

Discurso para lagartijas nº68; JC

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apoltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fíludas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los espromedios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del Aurelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.



Posible traducción:

Apenas él le acariciaba el cuello (o el chocho en versión picante) a ella le entraba la calentura (en cualquiera de los dos tocamientos) y caían en un extasis de besos, de salvajes contorneos, de agitaciones exasperantes. Cada vez que él le procuraba lamer el conyo (ahora no hay duda de que es un conyo como una casa), empezaba a jadear quejumbrosamente y tenía que girarse de cara al techo sintiendo como poco a poco su clitoris se contraía, se iba excitando, estremeciendo, hasta quedar rendido como la grasa de una sartén a la que se le ha dejado caer unas gotas de Fairy (por ejemplo). Y sin embargo era apenas el principio (se ve que ella es multiorgásmica), porqué en un momento dado ella se abría nuevamente de piernas consintiendo que él le aproximara suavemente su polla. Apenas la penetraba, algo como un escalofrío los estremecía, los hacía sentir uno y les hacía dar espasmos, de pronto llegaba el climax, la fulgorosa convulsión de la matriz, la jadeosa explosión (más bien de geiser que volcánica) del orgasmo (este es el de él), los efluvios del esperma en una más-que-humeda agonía (placentera) ¡Ossana! ¡Ossana! Posados sobre la cresta de una ola (¿de un gallo?) se sentía bajar la marea, serenos y sosegados. Temblaba el somier, se aplastaba la almohada y todo quedaba resuelto en una profunda calma, en pliegues de pringosas sábanas, en caricias casi crueles que los llevaban hasta el límite del frenesí (o de las pantunflas).

3 comentarios:

Unknown dijo...

o sea, que el resto tampoco es tuyo, qué desilusión.

Imposivle dijo...

no debería serlo, pero...

Unknown dijo...

me encanta.