sábado, abril 22, 2006

Hágase la luz en tu mirada.

Si estuvieras a mi lado te contaría como la bombilla que dejo encendida por la noche ¿Por miedo a la oscuridad? ¿Por si viene Papá Noel que no tropiece? al amanecer, a plena luz del día, se queda marchitandose en un rincón calladita la boca.
También me gustaría explicarte, entomólogo acerrimo, porque los bichitos voladores van hacía esas luces nocturnas que serán su silla eléctrica, su horno crematorio, en fin, su muerte segura por electro-quemazón. Que lo hacen porque las confunden con la Luna y que, posiblemente, si tuviera alasa mi también me pasaría, atrapado por ese influjo, golpeandome en cada farola, dándome un coscorrón contra algún crater lunar si consiguiera ir más allá.
Porqué estoy convencido de que si te tuviera delante se me pondría la mirada del gato que está a punto de ser atropellado de noche en la carretera. Absorto ante el resplandor de la luz hipnotizante de unos faros, ojos fotoluminiscentes que no pestañean, paralizado ante una muerte perturbadora por cruce de miradas.
Pero adicto a ti como barco en noche de tormenta necesitado de faro, como Rey Mago de Oriente siguiendo su estrella en Navidad, como pez atrapado con la técnica de la encandilada.
Capaz de mirar fijamente la luz del día entrar por la ventana hasta irritar mis ojos. Luego, cerrarlos y poder asomarme al retal del negativo que queda encallado en mi retina. Por el que entran cantos de pájaro y brisa marina.
Adicto a la luz en todos sus formatos quisiera vivir en un castillo de fuegos artificiales, emborracharme con las luces de neón, llevar luces de galibo en el sombrero hasta convertir el planeta en una gran bola de discoteca que brilla y gira en medio de la galaxia, enamorarme de un culito de luciérnaga y meterle mano con la mirada. Decir siempre luces, camara y acción antes de besarnos o activar las luces de emérgencia si te vas, escribirte mensajes secretos que solo son visibles a la luz ultraviolada, atrapar estrellas fugaces con cazamariposas, ser azul como la luz de un mechero, parpadear al compás del fosforescente de la cocina, ser eterno como la llama de la vela que nunca se apaga de un pastel de cumpleaños.
Morir, repentinamente de un ataque fulminante, entre espasmos de un dolor horrible y, a la vez, placentero, sabedor de que mueres por lo que más amas, al leer el recibo de la factura de la luz.

3 comentarios:

Unknown dijo...

aich! no hay otra versión con un final distinto? sin factura, digo.

Imposivle dijo...

los buenos finales siempre tienen que ser tristes, como la vida misma...

Unknown dijo...

no, mi queja es por una cuestión de armonía no de tristeza. pero el resto es tan bueno que compensa el final, vale... o mejor me invento otro.