viernes, mayo 25, 2007

La firma del olvido.

Era el abajofirmante de gran parte de la literatura universal y de miles de frases célebres además de casi todas las amenazas de muerte o notas de secuestro. Y, aun a pesar de eso, a Anónimo no le conocía nadie.
No le pedían autógrafos por la calle, ni se subastaban mechones de su pelo por cantidades astronómicas de dinero. Anónimo no salía en el diario, ni le invitaban a café en cualquier bar. No tenía un club de fans, ni escribían canciones inspiradas en su biografía. No le hacían los paparazzis fotos con zoom bañandose en la playa. Tampoco nadie le pondría su nombre de pila al primogenito en su honor.
No creaba tendencias y nadie se vestía como él, se peinaba como él, ni sacó nunca su propia linea de calzado. Tampoco le salían hijos secretos reclamando su paternidad, ni se encontraba con su cara en los paneles de las marquesinas de las paradas de los autobuses. Las monedas y los billetes tampoco portaban su esfingie y su rostro tampoco apareció en sellos commemorativos de él. Jamás se celebraría el día de Anónimo en el aniversario de su muerte, ni vendrían gentes de los lugares más dispares del planeta a visitar su tumba, no se laminaría su cerebro a rodajas para que lo estudiaran los científicos, ni nadie guardaría su pene disecado para la posteridad.
Por todo eso, a Anónimo no le cambiaría nunca el carácter debido a la fama. A él lo que le cambiaba era el anonimato.