martes, mayo 12, 2009

Brenns.

Cuentan los que han pasado por ahí que hay un pueblo perdido llamado Brenns. Sucede que por un error cartográfico ostensible no sale en muchos de los mapas de la región que fueron editados. Ubicado entre montañas solo puede accederse a él desviandose en un cruce de la carretera en el que algun gamberro ha arrancado el único cartel indicatorio. Por todo ello, es bastante fácil pasarse de largo si uno quiere ir a Brenns, pues al hecho de su nula señalización habría que añadir la peculiar orografía del terreno que hace que dicho pueblo no pueda ser avistado desde zonas transitables. Además, tampoco hay que desdeñar el hecho de que resulta bastante extraño que alguien quiera por propia voluntad ir hasta Brenns. A Brenns no se suele ir a nada, no hay oficinas administrativas, ni monumentos históricos, ni se venden productos autóctonos con denominación de origen. No hay motivos para estar en Brenns a eccepción del hecho de haber nacido ahí.
Nacer en Brenns es una maldición transmitida de padres a hijos. Por ello, en algun momento de su juventud los descendientes reprocharán a sus progenitores el hecho de haber sido engendrados y criados en dicha población. Pero es demasiado tarde y ya estarán condenados a seguir viviendo en Brenns sin más destino que hacerse mayores y tener más hijos que algun día lleguen a reprocharles el haberlos traído al mundo en un lugar como Brenns.
Y es que a la gente de Brenns se le agria el caracter con la edad. Y a su poca sociabilidad tipológica cabe añadir la circumstancia de vivir en un lugar cuyo clima hostil e idiosincracia de pueblo de montaña les conduce a albergar mucha desconfianza y cierto resquemor por los forasteros. En realidad, tampoco se fían de sus convecinos y es muy posible que ni tan siquiera se gusten ellos mismos.
Quiza por ello si te plantas en medio de la plaza de Brenns a cualquier hora del día y miras en los cuatro puntos cardinales es posible que no veas a nadie. Y como a los habitantes de Brenns les gusta mucho estar en casa, cuando se ven forzados a salir para ir a sus trabajos o a comprar el pan sus pasos son ligeros y su zancada hancha. Caminan medio cabizbajos para no tener que saludar a nadie en la lejanía y si se cruzan con algun vecino por la acera de tal forma que resulte inevitable el encuentro lo despachan preferiblemente con un adiós antes que con un hola.
No obstante, cada uno de ellos suele tener sus propios recorridos fijados y hay calles por las que nunca se aventura e, incluso, a pesar de que el pueblo es relativamente pequeño, hay algunos lugares por los que uno no ha vuelto a pasar desde que era niño. Con lo que hay mucha gente que ni siquiera se conoce entre sí o que se conocieron de pequeños en la escuela y ahora si se cruzaran por la calle creerían reciprocamente que el otro es alguien forastero que se ha venido a vivir a Brenns. Por lo que se odiarían mutuamente al considerar al otro un intruso, además de un idiota.
Los mozos y las mozas de Brenns suelen conocerse todos por haber compartido escolarización. A pesar de eso no suelen congeniar mucho entre sí, pero el deseo de tener relaciones sexuales promtas y la presión ejercida sobre el estigma social de quedarse soltero hace que se apareen entre ellos en relaciones habitualmente monogámicas y longevas a muy temprana edad. Lo hacen, no obstante, por el método del descarte mediante el cual aquel mozo que sospecha que no le va a querer nadie se acerca a la presumible moza que parece tampoco no poseer ningún pretendiente y se rejuntan entre ellos. Entonces, al estar estos ya ocupados, los siguientes en la jeraquía del descarte al verse en la misma situación seguirán las mismas consignas. Y así sucesivamente hasta que la pareja más solicita de su generación ve que todos los demás se han apareado y, a pesar de no amarse al igual que no se aman las demás parejas, deciden hacer también lo mismo entre sí.
A consecuencia de todo esto, aunque no exclusivamente, los matrimonios ya consolidados en Brenns no gozan de felicidad. A pesar de eso, se esfuerzan bastante en intentar aparentarla. Su objetivo para ello es la constancia en el esfuerzo mutuo de permanecer juntos. No tan solo por el que dirán o por ser envidiados por los demás, sinó también porqué cren que lo que tienen en casa es tan malo que lo de fuera aun debe ser peor. Y de esta forma aguantan muchos años la gran mayoría de matrimonios por temor a que a la maldición de haber nacido en Brenns no se le añada la condena de la soledad. Ya que los habitantes de Brenns a pesar de ser condescendientes con su destino y conscientes de su maldición saben, sin embargo, que el mundo aun podría ser peor.
El gentilicio de Brenns es otro motivo de disputa entre paisanos y así mientras unos defienden ser brennianos, otros aseguran ser brennienses. Esto enardece muchas veces las juntas en la alcaldía y algunas tertulias furtivas. Es curioso, sin embargo, que ante tal fervor nomenclativo autoctono al encontrarse fuera de la localidad jamás suelan utilizar ninguno de esos términos por verguenza o precaución y prefieran, si se ven obligados a ello, hacer referencia a su origen como que viven en un pueblo cerca de tal o cual lugar.
A pesar de que los que viven en Brennssuelen profesar un marcado caracter taciturno y gris, la media de longevidad así como el índice de suicidio en la población son mínimos. Pues lo que mantiene sano y deseoso de vivir a cada vecino es la esperanza de ver morir antes a sus cohetaneos. El son de las campanas mortuorias de la iglesia de Brenns es recibido más que con preocupación con curiosidad. Y a sus habitantes no les interesa tanto el hecho de saber a quien no podrán ver ya más, sinó la efemeride de a quien han sobrevivido. No obstante, la gente de Brenns piensa que el infierno, si existe, tendrá que ser lo suficientemente riguroso como para no notarlo como una mejoría. O que ya fueron condenados y Brenns es el infirno de los que se portaron mal en otra vida.
A veces, la gente de Brenns cuando creen que no les ve nadie saludan al cielo al ver pasar allá a lo lejos algun avión. Y se quedan observando desde su ventana como se aleja hasta hacerse invisible, como desaparece poco a poco el rastro del avión desvaneciendose en la inmensidad azul del cielo hasta no quedar nada.
No obstante, y a pesar de odiar con todas sus fuerzas su lugar de nacimiento, piensan los de Brenns que no podrían vivir en ningún otro lugar. Se encierran en sus casas y se resignan a envejecer maldiciendo su sino. No se saben libres de elegir su destino y transitan sombrios por calles mil veces recorridas con la mirada triste, apesadumbrados. Hay quien dice que con el gesto deliberadamente torcido para no dejar resquicio a la duda de que se piense que en el fondo les gusta vivir aquí. Y esconden cualquier atisvo de felicidad para que nadie dude de su mala suerte, de la trágica promesa aceptada de quedarte a vivir para siempre que implica el hecho de haber nacido en Brenns.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

yo he oído hablar de algún oriundo de brenns que, excepcionalmente emigró a la capital, y las únicas diferencias en su comportamiento, frente a las que tienen en brenns, es que a veces van a centros comerciales y usan el metro.

Imposivle dijo...

a lo que podriamos deducir que Brenns está dentro de cada uno de nosotros

Anónimo dijo...

ni se te ocurra incluirme