lunes, septiembre 26, 2011

El universo en la punta de la nariz.

El grano de arena más insignificante del desierto eclipsó el Sol. Y la más lejana estrella de la galaxia quedó mansamente posada sobre la palma de tu mano. El día del Bigbang era pasado mañana y El Fin de los Tiempos sucedió anteayer.
Los átomos contenían dentro universos y más allá del infinito volvías a estar tu, enorme e ínfimo al unísono, efímero e inmenso, capaz de contener cualquier cosa en tu interior y siendo contenido por todo a la vez. Tan eterno como el aleteo de una mosca y tan fugaz como la vida de una estrella. Absoluto y vacío, omnisciente e idiota, observador imparcial de una realidad neutra donde los caracoles adelantan a los aviones en el paralaje de tus ojos, donde las montañas deambulan a la deriba y una gota de lluvia queda prendida para siempre de una alcayata de cielo.
Y los dinosaurios viajan a la Luna y los agujeros negros son fenómenos microscópicos creados por el hombre en un laboratorio. Y pasa un neutrino y eclipsa el mar.

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