martes, febrero 14, 2012

La Dinastía Ping: Nomenclatura.

La nomenclatura en la Dinastía Ping es considerada como un arte que, incluso, llega a alcanzar el rango de ciencia para sus más firmes devotos. Por lo tanto, para designar a los nuevos miembros de la sociedad se debe acatar unos preceptos básicos definidos por directrices ancestrales.
De este modo, el primer nombre que se le pone al nuevo ser lo recibe aun estando dentro del vientre de su madre. Este debe decidirse durante los primeros meses del embarazo y se lo conoce como el Nombre de Nacimiento.
Los progenitores, por lo común, en estos casos apelativos de cosas que suelan desarrollarse de forma fiable. Así, a los típicos Sauce, Oso o Flor de Lís provenientes del mundo de la flora y la fauna, en ambientes menos estrictos se suele apodar al bebé en gestación con conceptos de cosas o fenómenos florecientes a nivel metafórico. Verbigracia: Pandemia, Rumor, Tormenta, Caos...
Luego, al nacer la criatura, los padres deberán proceder a asignarle su Primer Nombre. Para ello, y teniendo en cuenta que el bebé es considerado como una tábula rasa que contiene en potencia todas las cualidades por igual, se hará uso de un método que esté supeditado al azar. Este consistirá en el lanzamiento al suelo de varios objetos metálicos pertenecientes a la familia como cacerolas, ollas, sartenes, cucharones y latas vacías de tomate y atún. Entonces, según sea el sonido efectuado por dichos cacharros se procederá a bautizar con ellos al recién nacido.
Su Primer Nombre le acompañará durante los primeros veinte años de su vida con lo que durante esa época el individuo no tendrá nunca del todo claro si se ha caído alguna cazuela en la cocina o su madre le está llamando.
En cualquier caso, a la edad de veinte años habrá de sustituír el Primer Nombre por otro: su Nombre de Adulto. Esté será elegido por sus familiares y allegados más directos y habrá de designar de forma sincera y honesta alguna destreza o habilidad en que el futuro portador de dicho nombre sobresalga por encima de los demás. Teniendo en cuenta que si el resto de conciudadanos creen que dicho apelativo sobrepasa en demasía las características reales del individuo en cuestión lo catalogarán como un acto de fanfarronería. Y, entonces, quien de nuevo bauticen a dicha persona a modo de apodo con algún antónimo correspondiente al nombre en cuestión.
Si se le proclamó Valiente y no lo es tanto, lo llamarán Cobarde. Si se le nombró como El Bello y no alcanza a serlo lo suficiente, será llamado El Feo. Si se le propuso como El Más Grande y no lo es, será conocido desde entonces como El Más Pequeño aunque no lo sea.
Y tal como sea nombrado por los otros deberá vivir su adultez haciendo honor a su nombre. El significado de su nombre lo acompañará siempre ahí a donde vaya y le precederá a sí mismo siendo juzgado de antemano a través de este. En el trabajo decidirán su valía según como se llame, las amistades se forjarán entre individuos con nombres del mismo campo semántico y se encontrará pareja cuando se halle a alguien que lleve un nombre compatible con el propio. El Señor Sabio jamás podrá unirse en matrimonio con la Señorita  Ignorancia sino que deberá encontrar a alguna mujer que se llame Sapiencia o Sabiduría y cosas así.
Luego de vivida la vida con el nombre que a uno le haya tocado portar será hora de elegir el Nombre Póstumo que es el nombre que sirve para morir. Con este se encarará el trágico destino de la vejez y la muerte y es por eso que debe ser elegido esta vez sí por uno mismo. El Nombre Póstumo hará referencia a aquello que a uno le hubiera gustado ser y no pudo. Viajero, Galán, Dragón, Justiciero...son algunos, entre otros, de los más celebres apelativos que muchos eligen para designarse en la hora de la vejez. Algunos, sin embargo, prefieren dejar de lado los preceptos básicos de nomenclatura por esta vez y melancólicamente vuelven a hacerse llamar por su Primer Nombre. Aquel que surgió del sonido que hicieron unos cacharros al caer al suelo. Otros, incluso, van más allá y de nuevo se hacen llamar mediante el apodo que sus padres, haciendo referencia a alguna cosa en fase de crecimiento, le pusieron cuando aun no había nacido y que ahora, a las puertas de la muerte, les parece el mejor apelativo para encarar su destino. Y se llaman Roble, Geranio, Abejorro, Tulipán...

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