sábado, mayo 07, 2005

Tan frágil como una pompa fúnebre.

A mi que me entierren en una bolsita de té, dentro de un ataúd de madera de bonsai (...mi muerte es tan pequeña...) El cortejo fúnebre que esté compuesto por una hilera de hormiguitas, todas de luto, todas inquietas frunciendo sus diminutas antenitas preguntandose las unas a las otras quien es el que va dentro del féretro.
Que no me sotierren, pues jamás sentí verdadero apego hacia la tierra, aun más, siempre me mostré a favor de la derogación de la ley de la gravedad. No quiero tampoco que esparzan mis cenizas a voleo por el aire, me niego a que ciertas personas me respiren. No quiero ser arrojado al mar, ya fui plácton en esta, mi primera vida.
En todo caso, desearía que nadie llorara en mi mi entierro, sin llegar al extremo opuesto y se suscitaran carcajadas de alegría. Dono mis órganos a la ciencia, a la ciencia del desamparo y mi corazón que sea extirpado y enviado por correo contrarembolso a esa chica a la que siempre le perteneció.
En mi testamento lego a las generaciones venideras un iogur a punto de caducar, una metáfora en ambar y el agujero de mi calcetín. Que el requiem por mi muerte no sea soporífero, tampoco contagioso, que mi epitafio diga "colorín, colorado, este cuento se ha acabado", que mi autopsia revele que morí de aburrimiento, que sean sagradas las amebas, porque voy a reencarnarme en una de ellas.

No hay comentarios.: