jueves, febrero 01, 2007

Tinnitus.

Oyes. Soy tu zumbido en el odido.
No se lo cuentes a tu médico de cabecera o, con el vademécum en la mano y la ignorancia de la ciencia por bandera, te podría diagnosticar Tinnitus. Y quedarse tan pancho y llegar a casa por la noche, besar a sus hijos, preguntarle a su esposa que hay de cenar, enfundarse sus pantunflas y quedarse dormido en el sofá.
Pero si pega su frio fonendoscopio a tu sien podría llegar a oír una voz lejana que le susurre que no, que todo es mentira, una farsa, que se puede dar por muerto.
Pero no. Tinnitus (amparandose otra vez en el miedo y la farmacopea).
Más triste aun el religioso que achacaría sin dudarlo tus ruiditos internos al castigo divino por escuchar con la oreja pegada en la pared como fornican tus vecinos o por urgarte la oreja con fines lascivos, amén de lividinosos.
No más allá de lo que la sabiduría atribuye como causa de ese pitido al hecho de que alguien esté hablando de ti. O, ya puestos, incluso podría ser que se tratara de una interferencia en el microchip que los extraterrestres han implantado en tu cerebro. Aunque quizá el zumbido no esté dentro de tu cabeza, tal vez proviene de esas misteriosas cajas de empalme de la electricidad que hay en las paredes o eres capaz de oir esos silbatos que solo oyen los perros.
Pero no. Y solo te daré una pista:
El mar escucha dentro de nuestras orejas el sonido de las caracolas.

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