El escritor de etiquetas de champú
Léeme o muere
domingo, septiembre 02, 2012
La ciudad infinitesimal.
La ciudad era infinita y ellos estaban perdidos infinitesimalmente en ella. Los espacios intermedios que los separaban demoraban sus destinos y la ínfima posibilidad de cruzar sus vidas era estadísticamente irrelevante.
El laberinto estaba compuesto de infinitas calles que se bifurcaban en infinitas esquinas que contenían infinitos desencuentros. Casi todos los números de las puertas de las casas eran impares y la soledad rondaba las aceras acechando en cada portal. Deambulaba el olvido por el abismo de los bordillos y nadie conocía a nadie que conociera a alguien que te conociera a ti.
Las pisadas resonaban huecas en medio de la noche, las persianas dormitaban opacas a su paso. Había una multitud de carteros extraviados que no llegaban jamás a entregar una carta de amor. La muerte pasaba en ambulancias fluorescentes dejando a su paso tras de sí sirenas del apocalipsi que detenían por un instante el pensamiento de los transeúntes en un memento mori. Y después todo volvía a continuar como si nada.
También había un imperio de miradas cruzadas de peatones que al pasar escudriñaban mutuamente sus rostros observándose furtivamente para luego seguir cada uno su camino sin volver a encontrarse jamás.
Quizás una vez miraste a esa persona y ella te miró a ti. Y luego seguisteis cada uno por su lado sin saber que de algún modo estabais predestinados el uno para el otro.
Pero en medio de la ciudad infinita los destinos se amparan en la nada y los sueños tienden a acercarse a cero y hay personas que vagan perdidas en medio del indescifrable callejero sin llegar a encontrarse jamás.
La ciudad era infinita y ellos estaban perdidos infinitesimalmente en ella. Los espacios intermedios que los separaban demoraban sus destinos y la ínfima posibilidad de cruzar sus vidas era estadísticamente irrelevante.
El laberinto estaba compuesto de infinitas calles que se bifurcaban en infinitas esquinas que contenían infinitos desencuentros. Casi todos los números de las puertas de las casas eran impares y la soledad rondaba las aceras acechando en cada portal. Deambulaba el olvido por el abismo de los bordillos y nadie conocía a nadie que conociera a alguien que te conociera a ti.
Las pisadas resonaban huecas en medio de la noche, las persianas dormitaban opacas a su paso. Había una multitud de carteros extraviados que no llegaban jamás a entregar una carta de amor. La muerte pasaba en ambulancias fluorescentes dejando a su paso tras de sí sirenas del apocalipsi que detenían por un instante el pensamiento de los transeúntes en un memento mori. Y después todo volvía a continuar como si nada.
También había un imperio de miradas cruzadas de peatones que al pasar escudriñaban mutuamente sus rostros observándose furtivamente para luego seguir cada uno su camino sin volver a encontrarse jamás.
Quizás una vez miraste a esa persona y ella te miró a ti. Y luego seguisteis cada uno por su lado sin saber que de algún modo estabais predestinados el uno para el otro.
Pero en medio de la ciudad infinita los destinos se amparan en la nada y los sueños tienden a acercarse a cero y hay personas que vagan perdidas en medio del indescifrable callejero sin llegar a encontrarse jamás.
jueves, junio 21, 2012
Bajo el indómito manto de estrellas del cielo nocturno.
Cuando la conoció pensó que la posibilidad de que ella lo quisiera era comparable a que le tocara el primer premio de la lotería un millón de veces seguidas. O sea, que había una posibilidad.
Más tarde, cuando en aquella fiesta de amigos comunes se pusieron a charlar y resultó que su película favorita era la misma y que estaban leyendo el mismo libro por las noches y el apellido de ella coincidía con el nombre de la calle en la que él vivió en su infancia, entonces, estaba completamente seguro de que en un futuro se casaría con ella con una probabilidad del 99,9% periodo. Con lo que lo seguramente eso no sucedería jamás.
Fue entonces cuando una tarde en que se encontraron en la sección de congelados del supermercado él la invitó a cenar esa noche y después de la cena salieron del restaurante y fueron a pasear por el parque bajo el manto indómito de estrellas del cielo nocturno. Y así entre risas y comentarios banales él le dijo que la amaba e intentó besarla y ella le correspondió. O, quizás, ella apartó sus labios en el último instante mostrándose arisca y distante para que él comprendiera que la había malinterpretado y que, en realidad, ni tan siquiera salieron a pasear por el parque esa noche bajo el manto de indómitas estrellas del cielo nocturno después de la cena en el restaurante o, tal vez, ni siquiera ella hubo aceptado que la invitara a cenar esa noche cuando se encontraron en la sección de congelados del supermercado porqué incluso jamás llegaron a encontrarse ese día en aquel lugar.
O, quizás, si que se encontraron y él la invitó a cenar y ella aceptó y cenaron juntos ese día y luego salieron a pasear bajo el manto de indómitas estrellas del cielo nocturno y él le dijo que la quería y la intentó besar y ella le correspondió. Por lo que volvieron a quedar otro día y se fueron gustando y siguieron besándose e hicieron el amor y a las pocas semanas ya eran una pareja estable y al cabo de unos meses decidieron casarse y tuvieron varios hijos y dos perros y una hipoteca y viajaron a París y también a Roma y envejecieron juntos y se quisieron mucho y fueron felices y en el entierro de ella él lloró desconsoladamente y siguió amando su recuerdo hasta el final de sus propios días.
O, tal vez, no siguió amando su recuerdo, ni lloró desconsoladamente en su entierro, ni tuvieron varios hijos, ni viajaron a Roma, ni tuvieron dos perros, porqué jamás pasearon juntos bajo el manto de indómitas estrellas del cielo nocturno, ni la intentó besar, ni la invitó a cenar esa noche, ni llegaron a encontrarse jamás ese día en la sección de congelados del supermercado, ni viajaron a París.
Ahora, o sea, antes de que sucediera o no sucediera todo esto, él piensa que quizás compartan una vida juntos o no. Y a la vez recuerda su futuro conjunto e imagina desde este un pasado común. Y la probabilidad de que esto suceda fluctúa dependiendo de parámetros como que ella le roce la mano cuando se encuentran en alguna charla de amigos comunes o que en cambio decida irse de algún sitio a los diez minutos de que aparezca él. Cualquier detalle mínimo puede ser interpretado como un designio advenedizo de un destino común o una señal adversa de un lúgubre porvenir en el que cada uno irá por su lado.
Pero en medio de la noche bajo el manto de indómitas estrellas del cielo nocturno él cree oír a lo lejos música de violines sonando en alguna calle de París.
lunes, mayo 28, 2012
El hombre del futuro.
El cosmonauta ruso Vasily Moscov permaneció durante 843 días en el espacio. Al volver al planeta, según las leyes de la relatividad, para él habían transcurrido cinco segundos menos que para el resto de las personas que permanecieron sobre la faz de la tierra durante ese periodo.
Los psicólogos de la empresa espacial pronto pudieron determinar que ese fenómeno dejó efectos secundarios en la personalidad de Vasily. Llegando a la conclusión de que el hecho de haber viajado cinco segundos hacia el futuro provocó en el astronauta ruso un síndrome desincrónico que lo llevaba a creer que vivía permanentemente en un futuro cercano a tan solo cinco segundos del habitual.
De este modo Vasily te contestaba antes de que le hubieras acabado de formular una pregunta, entraba en los sitios antes de que le abrieran la puerta golpeándose así contra la misma, miraba las cosas en movimiento al lugar hacia donde estas se dirigían y no en el lugar que estaban. También reía los chistes antes de que sus colegas acabaran de explicarlos y una vez al ser víctima de un atentado por un fanático envidiosa que se había apostado con un rifle en un tejado se agazapó súbitamente esquivando el disparo segundos antes de que se oyera el estruendo de la bala.
Vasily sentía una gran confusión y andaba sumido en una gran torpeza social que muchos atribuían al hecho de que hubiera pasado tanto tiempo solo en el espacio. Pocos eran los que creían a Vasily cuando aseguraba estar viviendo cinco segundos en el futuro respecto al presente de los demás.
Así su mujer lo dejó porqué parecía como si nada de lo que ella hiciera o dijera pudiera sorprender ya a su marido que siempre se anticipaba en un instante a sus comentarios, a sus besos de improvisto, a sus enfados y arrebatos repentinos de tal modo que cuando ella estando juntos en el sofá mirando la tele en silencio intento por última vez sorprender a su marido diciéndole de sopetón que lo dejaba, un instante antes él se levantó, dijo de acuerdo, adiós y se encerró en la habitación sin que ella pudiera prorrumpir palabra.
Con el tiempo Vasily aprendió a atenuar sus reacciones y consiguió demorar sus respuestas y acciones cinco segundos hasta adecuarlas al tiempo en que estas eran esperadas por los demás.
En ese decalaje autoimpuesto Vasily se aburría y maldecía que la otra gente viviera en un tiempo retrospectivo que había sucedido ya aunque todo el mundo estuviera esperando que sucediera aun.
Los psicólogos que lo trataban, sin embargo, estaban muy satisfechos porqué parecía que los efectos secundarios por el hecho de haber estado tanto tiempo viviendo en el espacio parecían remitir.
Vasily había conseguido adaptar así su comportamiento para sincronizarlo a esos cinco segundos después en que transcurría el mundo a su alrededor. Y no te contestaba hasta que hubiera pasado ese intervalo de tiempo desde que hubieras terminado de preguntar. También, y por supuesto esto fue una de las primeras cosas que aprendió, no entraba en los sitios hasta al menos cinco segundos después de que le hubieran abierto la puerta. Cuando le contaban algo chistoso se aguantaba la risa y luego reía las bromas, aunque ya sin ganas, en el momento justo en que se esperaba que hicieran gracia. Ahora miraba las cosas que se movían no hacia donde estas se dirigían sino ahí donde habían estado hace un momento que es donde la gente percibía como el lugar donde justamente estaban.
Asimismo, dejaba que su nueva novia Irina le contara cosas sin que él la interrumpiera y hacía ver que estas le interesaban y le sorprendían en el preciso instante en que lo tenían que hacer. Alguna vez, aunque pocas, se desconcentraba en la demora voluntaria de sus reacciones. Como cuando le dijo a Irina "Sí quiero" justo un instante antes de que ella le preguntara si quería que se casaran.
Y así Vasily vivió su vida fingiendo existir en un tiempo que no le pertenecía. Vivió con paciencia y resignación el hecho contradictorio de tener que postergar sus acciones hacia el pasado siendo que el percibía los sucesos futuros de los demás con antelación. Vivió una larga vida vagamente feliz y en el último instante de su vida pudo alcanzar a decir "muerto soy" cinco segundos antes de que la muerte le alcanzara de verdad.
El cosmonauta ruso Vasily Moscov permaneció durante 843 días en el espacio. Al volver al planeta, según las leyes de la relatividad, para él habían transcurrido cinco segundos menos que para el resto de las personas que permanecieron sobre la faz de la tierra durante ese periodo.
Los psicólogos de la empresa espacial pronto pudieron determinar que ese fenómeno dejó efectos secundarios en la personalidad de Vasily. Llegando a la conclusión de que el hecho de haber viajado cinco segundos hacia el futuro provocó en el astronauta ruso un síndrome desincrónico que lo llevaba a creer que vivía permanentemente en un futuro cercano a tan solo cinco segundos del habitual.
De este modo Vasily te contestaba antes de que le hubieras acabado de formular una pregunta, entraba en los sitios antes de que le abrieran la puerta golpeándose así contra la misma, miraba las cosas en movimiento al lugar hacia donde estas se dirigían y no en el lugar que estaban. También reía los chistes antes de que sus colegas acabaran de explicarlos y una vez al ser víctima de un atentado por un fanático envidiosa que se había apostado con un rifle en un tejado se agazapó súbitamente esquivando el disparo segundos antes de que se oyera el estruendo de la bala.
Vasily sentía una gran confusión y andaba sumido en una gran torpeza social que muchos atribuían al hecho de que hubiera pasado tanto tiempo solo en el espacio. Pocos eran los que creían a Vasily cuando aseguraba estar viviendo cinco segundos en el futuro respecto al presente de los demás.
Así su mujer lo dejó porqué parecía como si nada de lo que ella hiciera o dijera pudiera sorprender ya a su marido que siempre se anticipaba en un instante a sus comentarios, a sus besos de improvisto, a sus enfados y arrebatos repentinos de tal modo que cuando ella estando juntos en el sofá mirando la tele en silencio intento por última vez sorprender a su marido diciéndole de sopetón que lo dejaba, un instante antes él se levantó, dijo de acuerdo, adiós y se encerró en la habitación sin que ella pudiera prorrumpir palabra.
Con el tiempo Vasily aprendió a atenuar sus reacciones y consiguió demorar sus respuestas y acciones cinco segundos hasta adecuarlas al tiempo en que estas eran esperadas por los demás.
En ese decalaje autoimpuesto Vasily se aburría y maldecía que la otra gente viviera en un tiempo retrospectivo que había sucedido ya aunque todo el mundo estuviera esperando que sucediera aun.
Los psicólogos que lo trataban, sin embargo, estaban muy satisfechos porqué parecía que los efectos secundarios por el hecho de haber estado tanto tiempo viviendo en el espacio parecían remitir.
Vasily había conseguido adaptar así su comportamiento para sincronizarlo a esos cinco segundos después en que transcurría el mundo a su alrededor. Y no te contestaba hasta que hubiera pasado ese intervalo de tiempo desde que hubieras terminado de preguntar. También, y por supuesto esto fue una de las primeras cosas que aprendió, no entraba en los sitios hasta al menos cinco segundos después de que le hubieran abierto la puerta. Cuando le contaban algo chistoso se aguantaba la risa y luego reía las bromas, aunque ya sin ganas, en el momento justo en que se esperaba que hicieran gracia. Ahora miraba las cosas que se movían no hacia donde estas se dirigían sino ahí donde habían estado hace un momento que es donde la gente percibía como el lugar donde justamente estaban.
Asimismo, dejaba que su nueva novia Irina le contara cosas sin que él la interrumpiera y hacía ver que estas le interesaban y le sorprendían en el preciso instante en que lo tenían que hacer. Alguna vez, aunque pocas, se desconcentraba en la demora voluntaria de sus reacciones. Como cuando le dijo a Irina "Sí quiero" justo un instante antes de que ella le preguntara si quería que se casaran.
Y así Vasily vivió su vida fingiendo existir en un tiempo que no le pertenecía. Vivió con paciencia y resignación el hecho contradictorio de tener que postergar sus acciones hacia el pasado siendo que el percibía los sucesos futuros de los demás con antelación. Vivió una larga vida vagamente feliz y en el último instante de su vida pudo alcanzar a decir "muerto soy" cinco segundos antes de que la muerte le alcanzara de verdad.
jueves, mayo 10, 2012
El tiempo pasa disoluto en la termodinámica de un café.
Vuelve a provar el café y ahora lo encuentra demasiado frio. Un hombre abandona la plaza y las palomas alzan el vuelo y revolotean a su paso. El camarero le trae el café. Pide un café. Mira otra vez la hora: son las cinco y cinco y ella ya no llegará. Se sienta en la primera mesa de la izquierda. Rasga el azucarito. Aletea el azucarito. Mira de nuevo la hora: son las cuatro y cuarenta y ella todavía no ha llegado. Coge la cucharita y remueve el café. Vierte el azucarito dentro de la taza de café. Mira a su alrededor la plaza casi vacía donde tan solo las palomas deambulan mansas por el centro de la misma. Llega el camarero y le pregunta que quiere tomar. Él dice gracias. Mira la hora: son las cuatro y veinte de la tarde y ella aun no llega. Se dirige a una cafetería que hay ahí en una esquina. Paga y se va. El camarero trae la cuenta. Prueva un sorbo y se quema la punta de la lengua. Empieza a impacientarse. Deja la taza sobre el platito para que se enfrie un poco. Mira la hora y aun es pronto. Pide la cuenta. La atraviesa y las palomas alzan el vuelo y revolotean a su paso. Un hombre llega a la plaza.
Vuelve a provar el café y ahora lo encuentra demasiado frio. Un hombre abandona la plaza y las palomas alzan el vuelo y revolotean a su paso. El camarero le trae el café. Pide un café. Mira otra vez la hora: son las cinco y cinco y ella ya no llegará. Se sienta en la primera mesa de la izquierda. Rasga el azucarito. Aletea el azucarito. Mira de nuevo la hora: son las cuatro y cuarenta y ella todavía no ha llegado. Coge la cucharita y remueve el café. Vierte el azucarito dentro de la taza de café. Mira a su alrededor la plaza casi vacía donde tan solo las palomas deambulan mansas por el centro de la misma. Llega el camarero y le pregunta que quiere tomar. Él dice gracias. Mira la hora: son las cuatro y veinte de la tarde y ella aun no llega. Se dirige a una cafetería que hay ahí en una esquina. Paga y se va. El camarero trae la cuenta. Prueva un sorbo y se quema la punta de la lengua. Empieza a impacientarse. Deja la taza sobre el platito para que se enfrie un poco. Mira la hora y aun es pronto. Pide la cuenta. La atraviesa y las palomas alzan el vuelo y revolotean a su paso. Un hombre llega a la plaza.
martes, mayo 08, 2012
Un universo en una cáscara de nuez.
Al romper esa cáscara de nuez encontró dentro un universo.
Al principio la sorpresa y la maravilla fueron considerables, pero al cabo de un instante -no sabe muy bien porqué- pensó que tal vez ese era uno de los lugares más adecuados en los que pudiera albergarse un universo.
A pesar de eso cabe destacar que las anteriores veces en que había estado cascando nueces, tanto esa misma tarde como en otras ocasiones a lo largo de su vida, jamás había encontrado hasta entonces dentro de la cáscara de una nuez escondido ningún universo. Por lo general solía hallar el esperado fruto seco que consumía con devoción, aunque sí que es cierto que alguna vez encontró la nuez pasada o rancia y no menos de cuatro veces encontró que dentro del cascarón no había nada. Pero de eso a que ahí se contuviera un universo con sus galaxias , planetas y demás espacio cósmico la diferencia era ostensible y, a pesar de esto, lo aceptó con la cotidianidad de lo extraordinario. Como el trébol de cuatro hojas o la tostada que cae al suelo finalmente por el lado contrario al de la mantequilla.
De este mismo modo, tantas veces al abrir una nuez, ya fuera golpeándola con algún objeto contundente, estrujándola con fuerza entre las palmas de las propias manos, mordiéndola entre los dientes con el peligro subyacente de fisurar algún premolar o a través del uso más civilizado de un cascanueces -fuera del modo que fuera- nunca jamás hasta entonces al resquebrajarse la cáscara, entre destellos de cuasars y el fulgor de las supernovas, había aparecido emitiendo pequeños haces luminiscentes a través de los intersticios abiertos entre las grietas del armazón roto de la nuez ninguna cosa que pudiera semejar un universo.
Y, en cambio, ahora la fluorescente apoteosis de un reluciente mundo diminuto se abre paso entre las costras y los reductos de añicos esparcidos sobre el mantel de la mesa infiriendo con su presencia la posibilidad recóndita, pero ahora admisible, que dentro de las cáscaras de algunos frutos secos se escondan magníficos y resplandecientes universos.
Al romper esa cáscara de nuez encontró dentro un universo.
Al principio la sorpresa y la maravilla fueron considerables, pero al cabo de un instante -no sabe muy bien porqué- pensó que tal vez ese era uno de los lugares más adecuados en los que pudiera albergarse un universo.
A pesar de eso cabe destacar que las anteriores veces en que había estado cascando nueces, tanto esa misma tarde como en otras ocasiones a lo largo de su vida, jamás había encontrado hasta entonces dentro de la cáscara de una nuez escondido ningún universo. Por lo general solía hallar el esperado fruto seco que consumía con devoción, aunque sí que es cierto que alguna vez encontró la nuez pasada o rancia y no menos de cuatro veces encontró que dentro del cascarón no había nada. Pero de eso a que ahí se contuviera un universo con sus galaxias , planetas y demás espacio cósmico la diferencia era ostensible y, a pesar de esto, lo aceptó con la cotidianidad de lo extraordinario. Como el trébol de cuatro hojas o la tostada que cae al suelo finalmente por el lado contrario al de la mantequilla.
De este mismo modo, tantas veces al abrir una nuez, ya fuera golpeándola con algún objeto contundente, estrujándola con fuerza entre las palmas de las propias manos, mordiéndola entre los dientes con el peligro subyacente de fisurar algún premolar o a través del uso más civilizado de un cascanueces -fuera del modo que fuera- nunca jamás hasta entonces al resquebrajarse la cáscara, entre destellos de cuasars y el fulgor de las supernovas, había aparecido emitiendo pequeños haces luminiscentes a través de los intersticios abiertos entre las grietas del armazón roto de la nuez ninguna cosa que pudiera semejar un universo.
Y, en cambio, ahora la fluorescente apoteosis de un reluciente mundo diminuto se abre paso entre las costras y los reductos de añicos esparcidos sobre el mantel de la mesa infiriendo con su presencia la posibilidad recóndita, pero ahora admisible, que dentro de las cáscaras de algunos frutos secos se escondan magníficos y resplandecientes universos.
lunes, abril 16, 2012
Muriéndonos de a poco.
Voy a morir, lo se ¿tu lo sabes? Que un día las cuencas de tus ojos albergarán gusanos dándose el festín del manjar de tus pupilas, que quizás morarás debajo de la tierra dentro de un ataúd de madera, quien sabe, si tu muerte será plácida en la cama o violenta por accidente de tráfico o bomba nuclear, da igual, lo único seguro es que has de estar muerto algún día, tal vez muy pronto o quizá dentro de mucho tiempo pero en cualquier caso cada vez más cerca a cada segundo que pasa, que importa, si la muerte y tu seréis una única cosa hierática e inexistente que apena a los seres queridos y a ti ni te afecta porqué ni te das cuenta de que estás muerto, de que has muerto, que más da, si ni tan siquiera ya no sientes nada si es que algún día llegaste a sentir alguna cosa, parece, que ni padeces ni te alegras y tampoco eres capaz de pensar porqué tu cerebro ya no va y ya no eres nada, que importa, ni tan solo ese vacío que se expande a través de todo aquello que no alberga vida alguna y a lo que un día miraste con prepotencia y desdén creyéndote mejor por poder respirar, sentir, pensar, saber distinguir entre lo que es y no es que ahora te vence para volverte átomos que componen un ser muerto en esa apoteosis de la nada en que te has convertido, a no ser que siempre hubieras sido eso y nada haya cambiado aun, ni haya de cambiar jamás, ya ves.
Voy a morir, lo se ¿tu lo sabes? Que un día las cuencas de tus ojos albergarán gusanos dándose el festín del manjar de tus pupilas, que quizás morarás debajo de la tierra dentro de un ataúd de madera, quien sabe, si tu muerte será plácida en la cama o violenta por accidente de tráfico o bomba nuclear, da igual, lo único seguro es que has de estar muerto algún día, tal vez muy pronto o quizá dentro de mucho tiempo pero en cualquier caso cada vez más cerca a cada segundo que pasa, que importa, si la muerte y tu seréis una única cosa hierática e inexistente que apena a los seres queridos y a ti ni te afecta porqué ni te das cuenta de que estás muerto, de que has muerto, que más da, si ni tan siquiera ya no sientes nada si es que algún día llegaste a sentir alguna cosa, parece, que ni padeces ni te alegras y tampoco eres capaz de pensar porqué tu cerebro ya no va y ya no eres nada, que importa, ni tan solo ese vacío que se expande a través de todo aquello que no alberga vida alguna y a lo que un día miraste con prepotencia y desdén creyéndote mejor por poder respirar, sentir, pensar, saber distinguir entre lo que es y no es que ahora te vence para volverte átomos que componen un ser muerto en esa apoteosis de la nada en que te has convertido, a no ser que siempre hubieras sido eso y nada haya cambiado aun, ni haya de cambiar jamás, ya ves.
martes, abril 10, 2012
Indicaciones.
- Siga todo recto durante dos manzanas, tuerza entonces hacia la derecha en la siguiente bocacalle, camine por esa acera hasta encontrar un edificio color rosa que hace chanflán, rodeelo y siga caminando hasta toparse con la calle mayor, resígala durante un trecho y ,finalmente, encontrará un semáforo en ambar, fíjese en la mujer que cruza por el paso cebra, mírela fijamente a los ojos y justo ahí, en el agujero negro de sus pupilas, puede hallar la entrada al infierno. Entre.
- Oiga, yo le he preguntado por la farmacia más cercana.
miércoles, abril 04, 2012
Donde habitan los muertos.
Los muertos están en sus múltiples dimensiones paralelas recorriendo sus vidas. No pueden oirte, ni tu a ellos. No se puede entrar en contacto de ningún modo y tan solo podeis sospecharos mutuamente.
Pero si conoces, porqué lo has vivido tu también, con precisión un instante de la vida de alguien y lo evocas a través del recuerdo estarás participando de alguna forma en ese momento que está sucediendo ahora mismo en algún inhóspito timpo. Cuando los muertos estaban vivos y decían sus frases y llevaban a cabo sus gestos como si fuera imposible que se fueran a morir jamás. Y tu también eras otra persona y estabas ahí en medio de las escenas cotidianas recorriendo el surco de tu existencia sin sospechar -aunque pudieras sospecharlo- que un día estarías aquí rememorandote y sabiendo una vez más que en alguna recondita región del multiverso -donde habitan los muertos- estás ahí ahora mismo escribiendo esto. O leyéndolo.
Los muertos están en sus múltiples dimensiones paralelas recorriendo sus vidas. No pueden oirte, ni tu a ellos. No se puede entrar en contacto de ningún modo y tan solo podeis sospecharos mutuamente.
Pero si conoces, porqué lo has vivido tu también, con precisión un instante de la vida de alguien y lo evocas a través del recuerdo estarás participando de alguna forma en ese momento que está sucediendo ahora mismo en algún inhóspito timpo. Cuando los muertos estaban vivos y decían sus frases y llevaban a cabo sus gestos como si fuera imposible que se fueran a morir jamás. Y tu también eras otra persona y estabas ahí en medio de las escenas cotidianas recorriendo el surco de tu existencia sin sospechar -aunque pudieras sospecharlo- que un día estarías aquí rememorandote y sabiendo una vez más que en alguna recondita región del multiverso -donde habitan los muertos- estás ahí ahora mismo escribiendo esto. O leyéndolo.
miércoles, marzo 21, 2012
La crema antiarrugas.
Ha empezado a usar una crema antiarrugas tan fuerte que a los pocos segundos reduce las marcas y lineas de expresión, al minuto tu piel recupera la tersura y la suavidad de la juventud, al cabo de cinco minutos se renueva tu vigor, tus ansias de vivir y tus sueños de adolescensia. Cuando ya pasa un cuarto de hora desde su aplicación te sientes rejuvenecido como un niño y al llegar a la hora gateas por el suelo, te defecas encima y hablas con gorgoteos.
Antes de que se acabe el día tan solo serás un espermatozoide.
martes, marzo 13, 2012
La dirección de la mirada.
En vagamente Ilion, acaso en campiñas toscanas al término de güelfos y gibelinos y por qué no en tierras de daneses o en esa región de Brabante mojada por tantas sangres: escenario móvil como la luz que corre sobre la batalla entre dos nubes negras, desnudando y cubriendo regimientos y retaguardias, encuentros cara a cara con puñales o alabardas, visión anamórfica sólo dada al que acepte el delirio y busque en el perfil de la jornada su ángulo más agudo, su coágulo entre humos y desbandes y oriflamas.
Una batalla, entonces, el derroche usual que rebasa sentidos y venideras crónicas. ¿Cuántos vieron al héroe en su hora más alta, rodeado de enemigos carmesíes? Máquina eficaz del aedo o del bardo: lentamente, elegir y narrar. También el que escucha o el que lee: sólo intentando la desmultiplicación del vértigo. Entonces acaso sí, como el que desgaja de la multitud ese rostro que cifrará su vida, la opción de Charlotte Corday ante el cuerpo desnudo de Marat, un pecho, un vientre, una garganta. Así ahora desde hogueras y contraórdenes, en el torbellino de gonfalones huyentes o de infantes aqueos concentrando el avance contra el fondo obseesionante de las murallas aún invictas: el ojo ruleta clavando la bola en la cifra que hundirá treinta y cinco esperanzas en la nada para exaltar una suerte roja o negra.
Inscrito en un escenario instantáneo, el héroe en cámara lenta retira la espada de un cuerpo todavía sostenido por el aire, mirándolo desdeñoso en su descenso ensangrentado. Cubriéndose frente a los que lo embisten, el escudo les tira a la cara una metralla de luz donde la vibración de la mano hace temblar las imágenes del bronce. Lo atacarán, es seguro, pero no podrán dejar de ver lo que él les muestra en un desafío último. Deslumbrados (el escudo, espejo ustorio, los abrasa en una hoguera de imágenes exasperadas por el reflejo del crepúsculo y los incendios) apenas si alcanzan a separar los relieves del bronce y los efímeros fantasmas de la batalla.
En la masa dorada buscó representarse el propio herrero, en su fragua, batiendo el metal y complaciéndose en el juego concéntrico de forjar un escudo que alza su combado párpado para mostrar entre tantas figuras (lo está mostrando ahora a quienes mueren o matan en la absurda contradicción de la batalla) el cuerpo desnudo del héroe en un claro de selva, abrazando a una mujer que le hunde la mano en el pelo como quien acaricia o rechaza. Yuxtapuestos los cuerpos en la brega que la escena envuelve con una lenta respiración de frondas (un ciervo entre dos árboles, un pájaro temblando sobre las cabezas) las líneas de fuerza parecerían concentrarse en el espejo que guarda la otra mano de la mujer y en el que sus ojos, acaso no queriendo ver a quien así la desflora entre fresnos y heléchos, van a buscar desesperados la imagen que un ligero movimiento orienta y precisa.
Arrodillado junto a un manantial, el adolescente se ha quitado el casco y sus rizos sombríos le caen sobre los hombros. Ya ha bebido y tiene los labios húmedos, gotas de un bozo de agua; la lanza yace al lado, descansando de una larga marcha. Nuevo Narciso, el adolescente se mira en la temblorosa claridad a sus pies pero se diría que sólo alcanza a ver su memoria enamorada, la inalcanzable imagen de una mujer perdida en remota contemplación.
Es otra vez ella, no ya su cuerpo de leche entrelazado con el que la abre y la penetra, sino grácilmente expuesto a la luz de un ventanal de anochecer, vuelto casi de perfil hacia una pintura de caballete que el último sol lame con naranja y ámbar. Se diría que sus ojos sólo alcanza a ver el primer plano de esa pintura en la que el artista se representó a sí mismo, secreto y desapegado. Ni él ni ella miran hacia el fondo del paisaje donde juntoa una fuente se entrevén cuerpos tendidos, el héroe muerto en la batalla bajo el escudo que su mano empuña en un último reto, y el adolescente que una flecha en el espacio parece designar multiplicando al infinito la perspectiva que se resuelve en lo lejano por una confusión de hombres en retirada y de estandartes rotos.
El escudo ya no refleja el sol; su lámina apagada, que no se diría de bronce, contiene la imagen del herrero que termina la descripción de una batalla, parece signarla en su punto más intenso con la figura del heroe rodeado de enemigos, pasando la espada por el pecho del más próximo y alzando para defenderse su escudo ensangrentado en el que poco se alcanza a ver entre el fuego y la cólera y el vértigo, a menos que esa imagen desnuda sea la de la mujer, que su cuerpo sea el que se rinde sin esfuerzo a la lenta caricia del adolescente que ha posado su lanza al borde de un manantial.
Una batalla, entonces, el derroche usual que rebasa sentidos y venideras crónicas. ¿Cuántos vieron al héroe en su hora más alta, rodeado de enemigos carmesíes? Máquina eficaz del aedo o del bardo: lentamente, elegir y narrar. También el que escucha o el que lee: sólo intentando la desmultiplicación del vértigo. Entonces acaso sí, como el que desgaja de la multitud ese rostro que cifrará su vida, la opción de Charlotte Corday ante el cuerpo desnudo de Marat, un pecho, un vientre, una garganta. Así ahora desde hogueras y contraórdenes, en el torbellino de gonfalones huyentes o de infantes aqueos concentrando el avance contra el fondo obseesionante de las murallas aún invictas: el ojo ruleta clavando la bola en la cifra que hundirá treinta y cinco esperanzas en la nada para exaltar una suerte roja o negra.
Inscrito en un escenario instantáneo, el héroe en cámara lenta retira la espada de un cuerpo todavía sostenido por el aire, mirándolo desdeñoso en su descenso ensangrentado. Cubriéndose frente a los que lo embisten, el escudo les tira a la cara una metralla de luz donde la vibración de la mano hace temblar las imágenes del bronce. Lo atacarán, es seguro, pero no podrán dejar de ver lo que él les muestra en un desafío último. Deslumbrados (el escudo, espejo ustorio, los abrasa en una hoguera de imágenes exasperadas por el reflejo del crepúsculo y los incendios) apenas si alcanzan a separar los relieves del bronce y los efímeros fantasmas de la batalla.
En la masa dorada buscó representarse el propio herrero, en su fragua, batiendo el metal y complaciéndose en el juego concéntrico de forjar un escudo que alza su combado párpado para mostrar entre tantas figuras (lo está mostrando ahora a quienes mueren o matan en la absurda contradicción de la batalla) el cuerpo desnudo del héroe en un claro de selva, abrazando a una mujer que le hunde la mano en el pelo como quien acaricia o rechaza. Yuxtapuestos los cuerpos en la brega que la escena envuelve con una lenta respiración de frondas (un ciervo entre dos árboles, un pájaro temblando sobre las cabezas) las líneas de fuerza parecerían concentrarse en el espejo que guarda la otra mano de la mujer y en el que sus ojos, acaso no queriendo ver a quien así la desflora entre fresnos y heléchos, van a buscar desesperados la imagen que un ligero movimiento orienta y precisa.
Arrodillado junto a un manantial, el adolescente se ha quitado el casco y sus rizos sombríos le caen sobre los hombros. Ya ha bebido y tiene los labios húmedos, gotas de un bozo de agua; la lanza yace al lado, descansando de una larga marcha. Nuevo Narciso, el adolescente se mira en la temblorosa claridad a sus pies pero se diría que sólo alcanza a ver su memoria enamorada, la inalcanzable imagen de una mujer perdida en remota contemplación.
Es otra vez ella, no ya su cuerpo de leche entrelazado con el que la abre y la penetra, sino grácilmente expuesto a la luz de un ventanal de anochecer, vuelto casi de perfil hacia una pintura de caballete que el último sol lame con naranja y ámbar. Se diría que sus ojos sólo alcanza a ver el primer plano de esa pintura en la que el artista se representó a sí mismo, secreto y desapegado. Ni él ni ella miran hacia el fondo del paisaje donde juntoa una fuente se entrevén cuerpos tendidos, el héroe muerto en la batalla bajo el escudo que su mano empuña en un último reto, y el adolescente que una flecha en el espacio parece designar multiplicando al infinito la perspectiva que se resuelve en lo lejano por una confusión de hombres en retirada y de estandartes rotos.
El escudo ya no refleja el sol; su lámina apagada, que no se diría de bronce, contiene la imagen del herrero que termina la descripción de una batalla, parece signarla en su punto más intenso con la figura del heroe rodeado de enemigos, pasando la espada por el pecho del más próximo y alzando para defenderse su escudo ensangrentado en el que poco se alcanza a ver entre el fuego y la cólera y el vértigo, a menos que esa imagen desnuda sea la de la mujer, que su cuerpo sea el que se rinde sin esfuerzo a la lenta caricia del adolescente que ha posado su lanza al borde de un manantial.
Julio Cortázar.
domingo, marzo 11, 2012
Indecibilidad a la hora de chutar un penalti.
En medio del furor del estadio el jugador que va a chutar mira fijamente a los ojos del portero para intentar escrutar su intención. Este le devuelve en un instante una mirada de reojo hacia el lado izquierdo de la portería. El jugador sabe que ese gesto ha sido hecho adrede por el portero para retarle a que chute por ese lado. El jugador también puede comprender que el portero sabe que él puede decidir chutar hacia el otro lado y entonces él se tirará hacia el lado contrario del que ha indicado. Pero como el jugador también sabe que es muy posible que el portero prevea que él piense que se va a tirar hacia el otro lado y, por tanto, se tire finalmente de nuevo hacia el lado izquierdo deberá entonces chutar hacia la derecha. Al mismo tiempo el jugador también puede llegar a la conclusión de que el portero pueda otra vez sospechar que él sepa que sabe que va a llegar a la conclusión de que se vaya a tirar hacia la izquierda y decida entonces tirarse de nuevo hacia el lado derecho. Con lo que llegado a ese punto el jugador piensa que si el portero sabe que él sabe que el portero sabe que el jugador sabe que va a tirarse hacia la derecha, entonces, decida de ese modo elegir el lado contrario a pesar de que el jugador empiece a sospechar que ha podido quedar atrapado en un estado de indecibilidad sostenida y se encuentre ya inmerso en un abismo de tiempo en que ningún penalti es lanzado y jugador y portero quedan eternamente suspendidos en sus sospechas mutuas para escudriñar la decisión del otro que ya jamás llegará a suceder en este tiempo aunque en otros las gradas estén ya cantando el gol o lamentándose por la parada del portero o porqué la pelota ha dado en el poste y ha salido fuera o ya el estadio está vacío o jamás se jugó ese partido y tan solo el frío de la noche acapara otro instante en silencio de todo aquello que no fue.
En medio del furor del estadio el jugador que va a chutar mira fijamente a los ojos del portero para intentar escrutar su intención. Este le devuelve en un instante una mirada de reojo hacia el lado izquierdo de la portería. El jugador sabe que ese gesto ha sido hecho adrede por el portero para retarle a que chute por ese lado. El jugador también puede comprender que el portero sabe que él puede decidir chutar hacia el otro lado y entonces él se tirará hacia el lado contrario del que ha indicado. Pero como el jugador también sabe que es muy posible que el portero prevea que él piense que se va a tirar hacia el otro lado y, por tanto, se tire finalmente de nuevo hacia el lado izquierdo deberá entonces chutar hacia la derecha. Al mismo tiempo el jugador también puede llegar a la conclusión de que el portero pueda otra vez sospechar que él sepa que sabe que va a llegar a la conclusión de que se vaya a tirar hacia la izquierda y decida entonces tirarse de nuevo hacia el lado derecho. Con lo que llegado a ese punto el jugador piensa que si el portero sabe que él sabe que el portero sabe que el jugador sabe que va a tirarse hacia la derecha, entonces, decida de ese modo elegir el lado contrario a pesar de que el jugador empiece a sospechar que ha podido quedar atrapado en un estado de indecibilidad sostenida y se encuentre ya inmerso en un abismo de tiempo en que ningún penalti es lanzado y jugador y portero quedan eternamente suspendidos en sus sospechas mutuas para escudriñar la decisión del otro que ya jamás llegará a suceder en este tiempo aunque en otros las gradas estén ya cantando el gol o lamentándose por la parada del portero o porqué la pelota ha dado en el poste y ha salido fuera o ya el estadio está vacío o jamás se jugó ese partido y tan solo el frío de la noche acapara otro instante en silencio de todo aquello que no fue.
miércoles, febrero 29, 2012
Obito literario para este milenio.
La literatura ha muerto
victima de los malos lectores.
El escritor ha fallecido debido a su afasia verbal.
Y ahora las palabras pululan sueltas por el aire
como mariposas disecadas.
Y las historias suceden en vez de ser narradas
bajo el influjo de la mediocridad de lo cotidiano.
Los personajes ya no existiran y las metáforas se quedan fosilizadas.
Y el escritor -que ya no escribe- sueña con ser un vulgar poeta.
Pero la poesía también ha muerto porque no era más que literatura del vacío.
Y una constelación de espacios en blanco sume la realidad en la nada.
Y los lectores se topan de bruces contra el espejo
que les devuelve circumspecto el rostro del apocalipsis.
Y se saben culpables de su mirada turbia y llena de muerte para el escritor.
Que los odia
por etupidos y ciegos de un tiempo de literatura en brayllie para analfabetos del sentido de las cosas.
Y se recrudece la guerra entre escritor y lector por la pertenencia de lo dicho.
Y mientras unos se mueren los otros se dejan morir.
Y el futuro avanza pero jamás llega.
Y todo transmuta en todo.
Y nada cambia.
La literatura ha muerto
victima de los malos lectores.
El escritor ha fallecido debido a su afasia verbal.
Y ahora las palabras pululan sueltas por el aire
como mariposas disecadas.
Y las historias suceden en vez de ser narradas
bajo el influjo de la mediocridad de lo cotidiano.
Los personajes ya no existiran y las metáforas se quedan fosilizadas.
Y el escritor -que ya no escribe- sueña con ser un vulgar poeta.
Pero la poesía también ha muerto porque no era más que literatura del vacío.
Y una constelación de espacios en blanco sume la realidad en la nada.
Y los lectores se topan de bruces contra el espejo
que les devuelve circumspecto el rostro del apocalipsis.
Y se saben culpables de su mirada turbia y llena de muerte para el escritor.
Que los odia
por etupidos y ciegos de un tiempo de literatura en brayllie para analfabetos del sentido de las cosas.
Y se recrudece la guerra entre escritor y lector por la pertenencia de lo dicho.
Y mientras unos se mueren los otros se dejan morir.
Y el futuro avanza pero jamás llega.
Y todo transmuta en todo.
Y nada cambia.
lunes, febrero 27, 2012
De El jardín de los senderos que se bifurcan.
En la ventana estaban los tejados de siempre
y el sol nublado de las seis
Me pareció increible que ese dia
sin premoniciones ni símbolos
fuera el de mi muerte implacable.
A pesar de mi padre muerto,
a pesar de haber sido un niño
en un simétrico jardín de Hai Feng,
yo, ahora, iba a morir?
Despues reflexione que todas las cosas
que suceden a uno suceden
precisamente, precisamente ahora.
Siglos de siglos y solo en el presente
ocurren los hechos;
innumerables hombres en el aire,
en la tierra y el mar,
y todo lo que realmente pasa me pasa a mi.
En la ventana estaban los tejados de siempre
y el sol nublado de las seis
Me pareció increible que ese dia
sin premoniciones ni símbolos
fuera el de mi muerte implacable.
A pesar de mi padre muerto,
a pesar de haber sido un niño
en un simétrico jardín de Hai Feng,
yo, ahora, iba a morir?
Despues reflexione que todas las cosas
que suceden a uno suceden
precisamente, precisamente ahora.
Siglos de siglos y solo en el presente
ocurren los hechos;
innumerables hombres en el aire,
en la tierra y el mar,
y todo lo que realmente pasa me pasa a mi.
viernes, febrero 17, 2012
Poema para recitar justo un instante antes de que te echen de un bar.
¡Ay borracho de mí, y ay, infelice! Apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así qué delito cometí contra vosotros bebiendo; aunque si bebí, ya entiendo qué delito he cometido. Bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor; pues el delito mayor del hombre es haber bebido. Sólo quisiera saber para apurar mis desvelos (dejando a una parte, cielos, el delito de beber), qué más os pude ofender para castigarme más. ¿No bebieron los demás? Pues si los demás bebieron, ¿qué privilegios tuvieron qué yo no gocé jamás? |
martes, febrero 14, 2012
La Dinastía Ping: Nomenclatura.
La nomenclatura en la Dinastía Ping es considerada como un arte que, incluso, llega a alcanzar el rango de ciencia para sus más firmes devotos. Por lo tanto, para designar a los nuevos miembros de la sociedad se debe acatar unos preceptos básicos definidos por directrices ancestrales.
De este modo, el primer nombre que se le pone al nuevo ser lo recibe aun estando dentro del vientre de su madre. Este debe decidirse durante los primeros meses del embarazo y se lo conoce como el Nombre de Nacimiento.
Los progenitores, por lo común, en estos casos apelativos de cosas que suelan desarrollarse de forma fiable. Así, a los típicos Sauce, Oso o Flor de Lís provenientes del mundo de la flora y la fauna, en ambientes menos estrictos se suele apodar al bebé en gestación con conceptos de cosas o fenómenos florecientes a nivel metafórico. Verbigracia: Pandemia, Rumor, Tormenta, Caos...
Luego, al nacer la criatura, los padres deberán proceder a asignarle su Primer Nombre. Para ello, y teniendo en cuenta que el bebé es considerado como una tábula rasa que contiene en potencia todas las cualidades por igual, se hará uso de un método que esté supeditado al azar. Este consistirá en el lanzamiento al suelo de varios objetos metálicos pertenecientes a la familia como cacerolas, ollas, sartenes, cucharones y latas vacías de tomate y atún. Entonces, según sea el sonido efectuado por dichos cacharros se procederá a bautizar con ellos al recién nacido.
Su Primer Nombre le acompañará durante los primeros veinte años de su vida con lo que durante esa época el individuo no tendrá nunca del todo claro si se ha caído alguna cazuela en la cocina o su madre le está llamando.
En cualquier caso, a la edad de veinte años habrá de sustituír el Primer Nombre por otro: su Nombre de Adulto. Esté será elegido por sus familiares y allegados más directos y habrá de designar de forma sincera y honesta alguna destreza o habilidad en que el futuro portador de dicho nombre sobresalga por encima de los demás. Teniendo en cuenta que si el resto de conciudadanos creen que dicho apelativo sobrepasa en demasía las características reales del individuo en cuestión lo catalogarán como un acto de fanfarronería. Y, entonces, quien de nuevo bauticen a dicha persona a modo de apodo con algún antónimo correspondiente al nombre en cuestión.
Si se le proclamó Valiente y no lo es tanto, lo llamarán Cobarde. Si se le nombró como El Bello y no alcanza a serlo lo suficiente, será llamado El Feo. Si se le propuso como El Más Grande y no lo es, será conocido desde entonces como El Más Pequeño aunque no lo sea.
Y tal como sea nombrado por los otros deberá vivir su adultez haciendo honor a su nombre. El significado de su nombre lo acompañará siempre ahí a donde vaya y le precederá a sí mismo siendo juzgado de antemano a través de este. En el trabajo decidirán su valía según como se llame, las amistades se forjarán entre individuos con nombres del mismo campo semántico y se encontrará pareja cuando se halle a alguien que lleve un nombre compatible con el propio. El Señor Sabio jamás podrá unirse en matrimonio con la Señorita Ignorancia sino que deberá encontrar a alguna mujer que se llame Sapiencia o Sabiduría y cosas así.
Luego de vivida la vida con el nombre que a uno le haya tocado portar será hora de elegir el Nombre Póstumo que es el nombre que sirve para morir. Con este se encarará el trágico destino de la vejez y la muerte y es por eso que debe ser elegido esta vez sí por uno mismo. El Nombre Póstumo hará referencia a aquello que a uno le hubiera gustado ser y no pudo. Viajero, Galán, Dragón, Justiciero...son algunos, entre otros, de los más celebres apelativos que muchos eligen para designarse en la hora de la vejez. Algunos, sin embargo, prefieren dejar de lado los preceptos básicos de nomenclatura por esta vez y melancólicamente vuelven a hacerse llamar por su Primer Nombre. Aquel que surgió del sonido que hicieron unos cacharros al caer al suelo. Otros, incluso, van más allá y de nuevo se hacen llamar mediante el apodo que sus padres, haciendo referencia a alguna cosa en fase de crecimiento, le pusieron cuando aun no había nacido y que ahora, a las puertas de la muerte, les parece el mejor apelativo para encarar su destino. Y se llaman Roble, Geranio, Abejorro, Tulipán...
La nomenclatura en la Dinastía Ping es considerada como un arte que, incluso, llega a alcanzar el rango de ciencia para sus más firmes devotos. Por lo tanto, para designar a los nuevos miembros de la sociedad se debe acatar unos preceptos básicos definidos por directrices ancestrales.
De este modo, el primer nombre que se le pone al nuevo ser lo recibe aun estando dentro del vientre de su madre. Este debe decidirse durante los primeros meses del embarazo y se lo conoce como el Nombre de Nacimiento.
Los progenitores, por lo común, en estos casos apelativos de cosas que suelan desarrollarse de forma fiable. Así, a los típicos Sauce, Oso o Flor de Lís provenientes del mundo de la flora y la fauna, en ambientes menos estrictos se suele apodar al bebé en gestación con conceptos de cosas o fenómenos florecientes a nivel metafórico. Verbigracia: Pandemia, Rumor, Tormenta, Caos...
Luego, al nacer la criatura, los padres deberán proceder a asignarle su Primer Nombre. Para ello, y teniendo en cuenta que el bebé es considerado como una tábula rasa que contiene en potencia todas las cualidades por igual, se hará uso de un método que esté supeditado al azar. Este consistirá en el lanzamiento al suelo de varios objetos metálicos pertenecientes a la familia como cacerolas, ollas, sartenes, cucharones y latas vacías de tomate y atún. Entonces, según sea el sonido efectuado por dichos cacharros se procederá a bautizar con ellos al recién nacido.
Su Primer Nombre le acompañará durante los primeros veinte años de su vida con lo que durante esa época el individuo no tendrá nunca del todo claro si se ha caído alguna cazuela en la cocina o su madre le está llamando.
En cualquier caso, a la edad de veinte años habrá de sustituír el Primer Nombre por otro: su Nombre de Adulto. Esté será elegido por sus familiares y allegados más directos y habrá de designar de forma sincera y honesta alguna destreza o habilidad en que el futuro portador de dicho nombre sobresalga por encima de los demás. Teniendo en cuenta que si el resto de conciudadanos creen que dicho apelativo sobrepasa en demasía las características reales del individuo en cuestión lo catalogarán como un acto de fanfarronería. Y, entonces, quien de nuevo bauticen a dicha persona a modo de apodo con algún antónimo correspondiente al nombre en cuestión.
Si se le proclamó Valiente y no lo es tanto, lo llamarán Cobarde. Si se le nombró como El Bello y no alcanza a serlo lo suficiente, será llamado El Feo. Si se le propuso como El Más Grande y no lo es, será conocido desde entonces como El Más Pequeño aunque no lo sea.
Y tal como sea nombrado por los otros deberá vivir su adultez haciendo honor a su nombre. El significado de su nombre lo acompañará siempre ahí a donde vaya y le precederá a sí mismo siendo juzgado de antemano a través de este. En el trabajo decidirán su valía según como se llame, las amistades se forjarán entre individuos con nombres del mismo campo semántico y se encontrará pareja cuando se halle a alguien que lleve un nombre compatible con el propio. El Señor Sabio jamás podrá unirse en matrimonio con la Señorita Ignorancia sino que deberá encontrar a alguna mujer que se llame Sapiencia o Sabiduría y cosas así.
Luego de vivida la vida con el nombre que a uno le haya tocado portar será hora de elegir el Nombre Póstumo que es el nombre que sirve para morir. Con este se encarará el trágico destino de la vejez y la muerte y es por eso que debe ser elegido esta vez sí por uno mismo. El Nombre Póstumo hará referencia a aquello que a uno le hubiera gustado ser y no pudo. Viajero, Galán, Dragón, Justiciero...son algunos, entre otros, de los más celebres apelativos que muchos eligen para designarse en la hora de la vejez. Algunos, sin embargo, prefieren dejar de lado los preceptos básicos de nomenclatura por esta vez y melancólicamente vuelven a hacerse llamar por su Primer Nombre. Aquel que surgió del sonido que hicieron unos cacharros al caer al suelo. Otros, incluso, van más allá y de nuevo se hacen llamar mediante el apodo que sus padres, haciendo referencia a alguna cosa en fase de crecimiento, le pusieron cuando aun no había nacido y que ahora, a las puertas de la muerte, les parece el mejor apelativo para encarar su destino. Y se llaman Roble, Geranio, Abejorro, Tulipán...
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Historia tergiversada de la humanidad.
domingo, enero 29, 2012
Instrucciones para posar en las fotografías.
Cuando uno posa para una fotografía deberá esmerarse en conseguir salir incólume para la posteridad. Así, teniendo en cuenta que una fotografía puede ser el reflejo de uno mismo fijado en el tiempo, aquel que posara para salir en una debe atender a los preceptos básicos para legar una buena imagen de sí mismo ante los observadores futuros.
De este modo, la primera precaución a tener en cuenta será si se quiere o no aparecer en dicha fotografía. Uno debe calcular la idoneidad o no de dejar nuestra apariencia plasmada en un formato gráfico que la postergue de forma más o menos duradera. Así, dependiendo del estado anímico, la indumentaria, el tipo de peinado o ausencia del mismo, así como el estado facial de nuestro rostro se debe valorar la conveniencia de dejarse retratar o, en cambio, declinar amablemente dicha opción.
No obstante, si uno se siente con la suficiente entidad estética para acometer el acto de dejarse fotografiar, entonces:
Por una parte, deberá el retratado adoptar tanto una pose como un perfil. Este último vendrá dado por la experiencia acumulada a través de la observación de los resultados obtenidos en anteriores fotografías. Debe entonces seleccionarse el perfil con el que ud. suela aparecer más favorecido en anteriores fotografías o, tanto si ud. no ha sido nunca fotografiado con anterioridad como si habiéndolo sido no ha salido favorecido en ninguna ocasión, deberá entonces elegirse un perfil al azar.
Al mismo tiempo se habrá de adoptar una pose característica que le defina como ser humano. Hay que posar para las fotografías como lo que se es o, al menos, como lo que se quisiera ser. Para conseguirlo deberá adoptar la postura que ud. crea conveniente asegurándose al mismo tiempo que esta pueda ser sostenida durante varios segundos.
No de saltos, ni haga aspavientos, ni improvise na coreografía determinada. La esencia de la fotografía consiste en captar un momento estático en el tiempo. Y si no está ud. de acuerdo con esto puede, entonces, hacerse grabar en vídeo.
En cualquier caso, una vez adoptada la pose elegida se debe permanecer en la misma hasta que quien esté haciendo la fotografía de por terminado el proceso. Así que respire por la nariz, no se mueva un ápice y -muy importante- evite pestañear. La aparición de un pestañeo en el mismo justo instante en que se ejecute el disparo de la foto comportará que ud. aparezca en dicho documento gráfico con los ojos cerrados. Cada vez que alguien sale con los ojos cerrados en una foto muere una estrella en el firmamento.
Así que para no propiciar dicha catástrofe cosmológica se debe promover la desincronización entre quien ejecuta la fotografía y nuestro propio parpadeo. Por lo que para disminuir la posibilidad de coincidencia, habiendo estudios que aseguran que estadísticamente la mayoría de fotografías se llevan a cabo en segundos pares, se aconseja parpadear en segundos de índole impar.
Será de este modo como habiendo ud. elegido un perfil y una pose y procurando no pestañear en el preciso instante de ser fotografiado, tan solo le quedará por ejecutar la sonrisa preceptiva. Así que por muy serio que ud. sea o por muy triste que se sienta deberá en cualquier caso esbozar una mínima sonrisa de fotografiado para la posteridad.
Para lograrlo intente pensar en algo gracioso que le hayan dicho o en algún hecho humorístico que haya podido observar. Si a pesar de eso la sonrisa no surge de forma espontanea, se debe entonces uno concentrar en tensar los músculos faciales que la posibilitan procurando hacerla aparecer de forma paulatina y consistente.
No sirve a este menester una risa hilarante, un tic nervioso en la comisura del labio o cualquier mueca indeterminada que solo vagamente pueda ser reconocible como indicio de dicha. Una sonrisa bien ejecutada dotará, en cambio, de un áurea de dicha y jubilo a sus más insignes retratos y es, a la vez, el estandarte con que cualquier buen posador rubrique para el porvenir la fotogenia de su felicidad.
Cuando uno posa para una fotografía deberá esmerarse en conseguir salir incólume para la posteridad. Así, teniendo en cuenta que una fotografía puede ser el reflejo de uno mismo fijado en el tiempo, aquel que posara para salir en una debe atender a los preceptos básicos para legar una buena imagen de sí mismo ante los observadores futuros.
De este modo, la primera precaución a tener en cuenta será si se quiere o no aparecer en dicha fotografía. Uno debe calcular la idoneidad o no de dejar nuestra apariencia plasmada en un formato gráfico que la postergue de forma más o menos duradera. Así, dependiendo del estado anímico, la indumentaria, el tipo de peinado o ausencia del mismo, así como el estado facial de nuestro rostro se debe valorar la conveniencia de dejarse retratar o, en cambio, declinar amablemente dicha opción.
No obstante, si uno se siente con la suficiente entidad estética para acometer el acto de dejarse fotografiar, entonces:
Por una parte, deberá el retratado adoptar tanto una pose como un perfil. Este último vendrá dado por la experiencia acumulada a través de la observación de los resultados obtenidos en anteriores fotografías. Debe entonces seleccionarse el perfil con el que ud. suela aparecer más favorecido en anteriores fotografías o, tanto si ud. no ha sido nunca fotografiado con anterioridad como si habiéndolo sido no ha salido favorecido en ninguna ocasión, deberá entonces elegirse un perfil al azar.
Al mismo tiempo se habrá de adoptar una pose característica que le defina como ser humano. Hay que posar para las fotografías como lo que se es o, al menos, como lo que se quisiera ser. Para conseguirlo deberá adoptar la postura que ud. crea conveniente asegurándose al mismo tiempo que esta pueda ser sostenida durante varios segundos.
No de saltos, ni haga aspavientos, ni improvise na coreografía determinada. La esencia de la fotografía consiste en captar un momento estático en el tiempo. Y si no está ud. de acuerdo con esto puede, entonces, hacerse grabar en vídeo.
En cualquier caso, una vez adoptada la pose elegida se debe permanecer en la misma hasta que quien esté haciendo la fotografía de por terminado el proceso. Así que respire por la nariz, no se mueva un ápice y -muy importante- evite pestañear. La aparición de un pestañeo en el mismo justo instante en que se ejecute el disparo de la foto comportará que ud. aparezca en dicho documento gráfico con los ojos cerrados. Cada vez que alguien sale con los ojos cerrados en una foto muere una estrella en el firmamento.
Así que para no propiciar dicha catástrofe cosmológica se debe promover la desincronización entre quien ejecuta la fotografía y nuestro propio parpadeo. Por lo que para disminuir la posibilidad de coincidencia, habiendo estudios que aseguran que estadísticamente la mayoría de fotografías se llevan a cabo en segundos pares, se aconseja parpadear en segundos de índole impar.
Será de este modo como habiendo ud. elegido un perfil y una pose y procurando no pestañear en el preciso instante de ser fotografiado, tan solo le quedará por ejecutar la sonrisa preceptiva. Así que por muy serio que ud. sea o por muy triste que se sienta deberá en cualquier caso esbozar una mínima sonrisa de fotografiado para la posteridad.
Para lograrlo intente pensar en algo gracioso que le hayan dicho o en algún hecho humorístico que haya podido observar. Si a pesar de eso la sonrisa no surge de forma espontanea, se debe entonces uno concentrar en tensar los músculos faciales que la posibilitan procurando hacerla aparecer de forma paulatina y consistente.
No sirve a este menester una risa hilarante, un tic nervioso en la comisura del labio o cualquier mueca indeterminada que solo vagamente pueda ser reconocible como indicio de dicha. Una sonrisa bien ejecutada dotará, en cambio, de un áurea de dicha y jubilo a sus más insignes retratos y es, a la vez, el estandarte con que cualquier buen posador rubrique para el porvenir la fotogenia de su felicidad.
sábado, enero 28, 2012
Breve historia del universo.
En una sutil distracción de la nada empezó el universo a través del Big-Bang. Ahí se formó el espacio-tiempo, las leyes físicas, los átomos. Luego, se expandió todo y en apenas un instante ya estaban formadas las galaxias, los planetas, los seres vivos y tu y yo.
Y, entonces, casi inmediatamente, tu y yo ya habíamos desaparecido. Y también los seres vivos, los planetas, las galaxias, los átomos, las leyes físicas, el espacio-tiempo y todo volvió a sumirse de nuevo en la nada sin más.
En una sutil distracción de la nada empezó el universo a través del Big-Bang. Ahí se formó el espacio-tiempo, las leyes físicas, los átomos. Luego, se expandió todo y en apenas un instante ya estaban formadas las galaxias, los planetas, los seres vivos y tu y yo.
Y, entonces, casi inmediatamente, tu y yo ya habíamos desaparecido. Y también los seres vivos, los planetas, las galaxias, los átomos, las leyes físicas, el espacio-tiempo y todo volvió a sumirse de nuevo en la nada sin más.
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Brevario sobre la existencia
miércoles, enero 25, 2012
Derecho a fracasar.
Ciudadano anónimo reivindica el derecho a fracasar en la vida, a ni tan siquiera tener que intentar alcanzar el éxito, a darse por vencido de antemano, a salir derrotado a la calle anticipadamente.
A no tener objetivos que cumplir, a no tener sueños que anhelar, a no saber soñar. A estar conforme con lo que la vida le depara, a administrar aquello dado, a non creer en el destino, en la providencia, ni tan siquiera en el azar.
Y, así, ciudadano anónimo no juega a la lotería porqué no cree que jamás le toque, no ama por temor a no ser correspondido, no vive porqué sabe que ha de morir y no espera nada del futuro porqué ha constatado que este jamás llega.
Ciudadano anónimo transita el presente como quien deambula por la aceras. No ha de llegar a ningún sitio concreto, ni ha de llegar antes que nadie, ni ha de llegar en ningún momento preciso.
Se rige por el principio de incertidumbre de Heissenberg y se deja arrastrar por la fuerza de Coriolis que rige en cada encrucijada. A veces se pone a hacer una cosa y al mismo tiempo la contraria en estado de Tupac-amaru y bajo el síndrome de Estocolmo queda enamorado de su soledad.
Ciudadano anónimo, sin embargo, a veces es afortunado y es querido. Es exitoso y se ve inmerso en la felicidad. Es capaz de llegar al lugar justo en el momento exacto. Es vivido por la vida, viajado por el mundo, transitado por las calles, es esperado por la esperanza, esclavizado por el libre albedrío, soñado por un sueño y alcanzado por su destino. Y en esos casos ciudadano anónimo se deja ser.
Ciudadano anónimo reivindica el derecho a fracasar en la vida, a ni tan siquiera tener que intentar alcanzar el éxito, a darse por vencido de antemano, a salir derrotado a la calle anticipadamente.
A no tener objetivos que cumplir, a no tener sueños que anhelar, a no saber soñar. A estar conforme con lo que la vida le depara, a administrar aquello dado, a non creer en el destino, en la providencia, ni tan siquiera en el azar.
Y, así, ciudadano anónimo no juega a la lotería porqué no cree que jamás le toque, no ama por temor a no ser correspondido, no vive porqué sabe que ha de morir y no espera nada del futuro porqué ha constatado que este jamás llega.
Ciudadano anónimo transita el presente como quien deambula por la aceras. No ha de llegar a ningún sitio concreto, ni ha de llegar antes que nadie, ni ha de llegar en ningún momento preciso.
Se rige por el principio de incertidumbre de Heissenberg y se deja arrastrar por la fuerza de Coriolis que rige en cada encrucijada. A veces se pone a hacer una cosa y al mismo tiempo la contraria en estado de Tupac-amaru y bajo el síndrome de Estocolmo queda enamorado de su soledad.
Ciudadano anónimo, sin embargo, a veces es afortunado y es querido. Es exitoso y se ve inmerso en la felicidad. Es capaz de llegar al lugar justo en el momento exacto. Es vivido por la vida, viajado por el mundo, transitado por las calles, es esperado por la esperanza, esclavizado por el libre albedrío, soñado por un sueño y alcanzado por su destino. Y en esos casos ciudadano anónimo se deja ser.
lunes, enero 23, 2012
Poema Ajedrez de Jorge Luis Borges
I
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
sábado, enero 07, 2012
La invención de la muerte.
La muerte no existe. Es tan solo una invención ideada por los más ancianos como motivación de los más jóvenes respecto a la vida. Y es por eso que la muerte fue inventada una tarde gris de otoño de hace mucho ante el desencanto vital de la gente.
Los seres del mundo habían quedado hastiados de tanto vivir y ahora tan solo persistían en una existencia baldía e inerte. Así que un día se reunieron algunos de los más sabios ancianos de entonces y acordaron idear un plan. Este consistiría en la ocultación definitiva de algunos de ellos y la posterior explicación a la gente de que estos habían muerto.
No obstante, no podrían usar estas palabras porqué la muerte aun no existía, así que tuvieron que explicar que era aquello que les había sucedido a esos venerables ancianos que no les permitía estar ahí presentes. Con lo que mediante metáforas fluviales, argumentaciones ad absurdum y mímica asociada lograron hacer comprender a la gente el lúgubre concepto. Unos -quizá aquellos que más lo comprendieron- no lo aceptaron de inmediato, a otros les dio absolutamente igual, algunos pensaron que todo era una invención ideada por los ancianos, pero la mayoría sucumbieron ante el misterio y la irrevocabilidad del acto de morirse y pronto valoraron más su propia vida.
A partir de entonces las personas vivieron con más intensidad. Se alegraban más, se entristecían con más esmero, lloraban, reían, pintaban cuadros y se besaban más. Hacían más el amor, bailaban más, cantaban más y mejor y también iban con más ímpetu a la guerra. Se esforzaban más en sus trabajos, amaban con más intensidad, se odiaban con más fuerza y luego recordaban más vivamente todo aquello que les había ido sucediendo. Porque ahora la vida tenía un final que le confería un destino contra el que revelarse de algún modo cada día.
Después, a medida que se hacían mayores les era revelada la mentira con la prerrogativa de que guardaran el secreto y que eligieran ellos mismos el día en que quisieran desaparecer. Y de este modo, llegado el momento deberían simular su muerte y esconderse para siempre en unas tierras lejanas que se habían predispuesto a ese fin. Allí se reencontrarían con aquellos seres amados que también tuvieron que partir algún día. Y allí esperarían a aquellos que dejaban en vida entristecidos por su muerte aun ignorantes de la oculta confabulación que se había pertrechado para promover la vida.
Sí alguno descubría el secreto demasiado joven no había más remedio que conminarle a representar una trágica e inesperada muerte temprana. Se alguien se negaba a mantener oculta la trama también era desplazado hasta esas lejanas tierras que muchos empezaron a llamar el más allá. Y así se inventaron años más tarde las religiones para proponer a través de estas equivocas interpretaciones de la muerte y falsos paraísos con los que confundir la verdadera ubicación de los finados.
Más tarde todo se fue volviendo más confuso cada día y ante la nueva dejadez vital de los que ya habían descubierto aquella trama tuvo que inventarse otro lugar al que partían aquellos que desaparecían en el más allá. Luego en las nuevas tierras se procedió del mismo modo y así sucesivamente. Ante tales complicaciones, en asamblea sumarísima dirigida por aquellos primeros ancianos, se acordó borrar la memoria e infundirle nuevos recuerdos a cualquiera que fuera desplazado de un sitio para empezar a vivir en otro. De este modo se infundió la certeza de que la muerte existía en todos y cada uno de los sitios que se habían ido habilitando a tal fin que ahora eran incontables lugares en los que se vivía y moría para ser luego trasladado al siguiente.
Así que, excepto aquellos primeros ancianos que mantuvieron la memoria para llevar a cabo el plan, ya nadie podía saber si había muerto con anterioridad o era aun su primera vida o había vivido ya múltiples existencias a lo largo de los sucesivos desplazamientos que había sufrido tras sus incontables muertes. Y, claro, mucho menos aun podían sospechar que la muerte era tan solo una mera invención.
La muerte no existe. Es tan solo una invención ideada por los más ancianos como motivación de los más jóvenes respecto a la vida. Y es por eso que la muerte fue inventada una tarde gris de otoño de hace mucho ante el desencanto vital de la gente.
Los seres del mundo habían quedado hastiados de tanto vivir y ahora tan solo persistían en una existencia baldía e inerte. Así que un día se reunieron algunos de los más sabios ancianos de entonces y acordaron idear un plan. Este consistiría en la ocultación definitiva de algunos de ellos y la posterior explicación a la gente de que estos habían muerto.
No obstante, no podrían usar estas palabras porqué la muerte aun no existía, así que tuvieron que explicar que era aquello que les había sucedido a esos venerables ancianos que no les permitía estar ahí presentes. Con lo que mediante metáforas fluviales, argumentaciones ad absurdum y mímica asociada lograron hacer comprender a la gente el lúgubre concepto. Unos -quizá aquellos que más lo comprendieron- no lo aceptaron de inmediato, a otros les dio absolutamente igual, algunos pensaron que todo era una invención ideada por los ancianos, pero la mayoría sucumbieron ante el misterio y la irrevocabilidad del acto de morirse y pronto valoraron más su propia vida.
A partir de entonces las personas vivieron con más intensidad. Se alegraban más, se entristecían con más esmero, lloraban, reían, pintaban cuadros y se besaban más. Hacían más el amor, bailaban más, cantaban más y mejor y también iban con más ímpetu a la guerra. Se esforzaban más en sus trabajos, amaban con más intensidad, se odiaban con más fuerza y luego recordaban más vivamente todo aquello que les había ido sucediendo. Porque ahora la vida tenía un final que le confería un destino contra el que revelarse de algún modo cada día.
Después, a medida que se hacían mayores les era revelada la mentira con la prerrogativa de que guardaran el secreto y que eligieran ellos mismos el día en que quisieran desaparecer. Y de este modo, llegado el momento deberían simular su muerte y esconderse para siempre en unas tierras lejanas que se habían predispuesto a ese fin. Allí se reencontrarían con aquellos seres amados que también tuvieron que partir algún día. Y allí esperarían a aquellos que dejaban en vida entristecidos por su muerte aun ignorantes de la oculta confabulación que se había pertrechado para promover la vida.
Sí alguno descubría el secreto demasiado joven no había más remedio que conminarle a representar una trágica e inesperada muerte temprana. Se alguien se negaba a mantener oculta la trama también era desplazado hasta esas lejanas tierras que muchos empezaron a llamar el más allá. Y así se inventaron años más tarde las religiones para proponer a través de estas equivocas interpretaciones de la muerte y falsos paraísos con los que confundir la verdadera ubicación de los finados.
Más tarde todo se fue volviendo más confuso cada día y ante la nueva dejadez vital de los que ya habían descubierto aquella trama tuvo que inventarse otro lugar al que partían aquellos que desaparecían en el más allá. Luego en las nuevas tierras se procedió del mismo modo y así sucesivamente. Ante tales complicaciones, en asamblea sumarísima dirigida por aquellos primeros ancianos, se acordó borrar la memoria e infundirle nuevos recuerdos a cualquiera que fuera desplazado de un sitio para empezar a vivir en otro. De este modo se infundió la certeza de que la muerte existía en todos y cada uno de los sitios que se habían ido habilitando a tal fin que ahora eran incontables lugares en los que se vivía y moría para ser luego trasladado al siguiente.
Así que, excepto aquellos primeros ancianos que mantuvieron la memoria para llevar a cabo el plan, ya nadie podía saber si había muerto con anterioridad o era aun su primera vida o había vivido ya múltiples existencias a lo largo de los sucesivos desplazamientos que había sufrido tras sus incontables muertes. Y, claro, mucho menos aun podían sospechar que la muerte era tan solo una mera invención.
jueves, enero 05, 2012
Siempre a destiempo y a deshora.
Te abandoné el jueves que viene y tu me querrás ayer. Y así andamos, besándome tu la próxima semana, mientras yo te diré que te quiero el martes pasado. Y ,luego, tu te enamorarás de mi hace unos días y yo hube empezado a aborrecerte dentro de un mes. Y seremos felices anteayer y fuimos desdichados el día de mañana. Y hace un rato dirás que lo nuestro no tiene arreglo y yo dije dentro de un rato que será mejor que intentemos olvidarnos. Lloraste próximamente y no hace mucho que yo me marcharé. Y así empezará todo aquel día o ha terminado ya cualquier día de estos.
Te abandoné el jueves que viene y tu me querrás ayer. Y así andamos, besándome tu la próxima semana, mientras yo te diré que te quiero el martes pasado. Y ,luego, tu te enamorarás de mi hace unos días y yo hube empezado a aborrecerte dentro de un mes. Y seremos felices anteayer y fuimos desdichados el día de mañana. Y hace un rato dirás que lo nuestro no tiene arreglo y yo dije dentro de un rato que será mejor que intentemos olvidarnos. Lloraste próximamente y no hace mucho que yo me marcharé. Y así empezará todo aquel día o ha terminado ya cualquier día de estos.
miércoles, diciembre 21, 2011
Plantilla para poema de amor descartable.
Querida, [ponga aquí el nombre de su amada]:
Flor de mi vida, querida luz de mi existencia, te amo como nunca antes he amado a otra mujer, queridísima [ponga aquí el nombre de su amada].
Tu belleza sin igual embriaga mi mirada y hechiza mi ser. Y cuando te contemplo mi corazón palpita desbocado así como cuando estoy a tu lado ¡oh [ponga aquí el nombre de su amada]! quisiera que el tiempo se detuviera junto a ti.
Y es que tu, [ponga aquí el nombre de su amada], eres única entre todas las demás y haces que mi amor por ti sea absoluto e intransferible. Y te amaré hasta el infinito y para siempre y aun más allá.
Porqué mi amor por ti es eterno, [ponga aquí el nombre de su amada], y no ha de extinguirse jamás. Y nunca he de volver a amar a otra como te quiero a ti, [ponga aquí el nombre de su amada].
Querida, [ponga aquí el nombre de su amada]:
Flor de mi vida, querida luz de mi existencia, te amo como nunca antes he amado a otra mujer, queridísima [ponga aquí el nombre de su amada].
Tu belleza sin igual embriaga mi mirada y hechiza mi ser. Y cuando te contemplo mi corazón palpita desbocado así como cuando estoy a tu lado ¡oh [ponga aquí el nombre de su amada]! quisiera que el tiempo se detuviera junto a ti.
Y es que tu, [ponga aquí el nombre de su amada], eres única entre todas las demás y haces que mi amor por ti sea absoluto e intransferible. Y te amaré hasta el infinito y para siempre y aun más allá.
Porqué mi amor por ti es eterno, [ponga aquí el nombre de su amada], y no ha de extinguirse jamás. Y nunca he de volver a amar a otra como te quiero a ti, [ponga aquí el nombre de su amada].
domingo, diciembre 18, 2011
Los Blablablás.
Los blablablás están por todas partes acechándote cada día con su terco blablablá de frases consabidas, argumentos trillados y preguntas retóricas que se contestan solas en el mejor de los casos.
Los blablablás recurren a los tópicos del día a día para entablar conversaciones que en realidad tan solo son monólogos de su silencio parafraseado. Y así el blablablá cuanto te encuentre en una fiesta te contará chistes ancestrales como antídoto de la risa o si te lo cruzas en el ascensor te ofrecerá el parte metereológico de hoy y mañana. Pues el cielo del blablablá está lleno de isobaras.
Y es que a los blablablás te los puedes encontrar en cualquier lugar y evento cotidiano y en seguida empiezan con su blablablá a desmenuzar la actualidad como si las anécdotas del presente fueran reflejo de algo eterno . Así el blablablá utilizará para ello frases manidas que repite como un mantra a través de los medios de comunicación de masas o de forma consuetudinaria. Y cabe destacar que el blablablá cree que esas frases las ha inventado él y es por eso que las repite constantemente a todas y cada una de las personas a las que se va encontrando e, incluso, te las volverá a reiterar de nuevo como si jamás te las hubiera dicho nunca si te lo vuelves a encontrar de nuevo otra vez.
Porqué los blablablás te asaltan en cualquier lugar con cordiales argumentos tras los que se oculta un discurso interminable de cosas que no quieres saber y te las cuentan, de preguntas que no quieres responder y te las hacen, de historias que no quieres oír y te las dicen. Así son los blablablá, perseverantes en su misión de propagar una realidad discursiva basada en nada. Y es que el blablablá si no habla se ahoga y no puede respirar. Y de este modo, comentandote el partido de ayer, el último chisme que ha oído, alguna noticia sobre política o cualquier burda broma que les venga a la cabeza los blablablá están salvando su vida de la apnea de pensar. Un blablablá callado es un blablablá muerto y ellos lo saben y por eso se les ilumina el rostro cuando te encuentran en cualquier lugar indefenso ante su ataque dialéctico de palabras vacías que se concatenan las unas con las otras cubriendo temas y motivos de la nada unos tras otros en su sempiterno, recurrente e incesante blablablá. Así son los blablablá.
Los blablablás están por todas partes acechándote cada día con su terco blablablá de frases consabidas, argumentos trillados y preguntas retóricas que se contestan solas en el mejor de los casos.
Los blablablás recurren a los tópicos del día a día para entablar conversaciones que en realidad tan solo son monólogos de su silencio parafraseado. Y así el blablablá cuanto te encuentre en una fiesta te contará chistes ancestrales como antídoto de la risa o si te lo cruzas en el ascensor te ofrecerá el parte metereológico de hoy y mañana. Pues el cielo del blablablá está lleno de isobaras.
Y es que a los blablablás te los puedes encontrar en cualquier lugar y evento cotidiano y en seguida empiezan con su blablablá a desmenuzar la actualidad como si las anécdotas del presente fueran reflejo de algo eterno . Así el blablablá utilizará para ello frases manidas que repite como un mantra a través de los medios de comunicación de masas o de forma consuetudinaria. Y cabe destacar que el blablablá cree que esas frases las ha inventado él y es por eso que las repite constantemente a todas y cada una de las personas a las que se va encontrando e, incluso, te las volverá a reiterar de nuevo como si jamás te las hubiera dicho nunca si te lo vuelves a encontrar de nuevo otra vez.
Porqué los blablablás te asaltan en cualquier lugar con cordiales argumentos tras los que se oculta un discurso interminable de cosas que no quieres saber y te las cuentan, de preguntas que no quieres responder y te las hacen, de historias que no quieres oír y te las dicen. Así son los blablablá, perseverantes en su misión de propagar una realidad discursiva basada en nada. Y es que el blablablá si no habla se ahoga y no puede respirar. Y de este modo, comentandote el partido de ayer, el último chisme que ha oído, alguna noticia sobre política o cualquier burda broma que les venga a la cabeza los blablablá están salvando su vida de la apnea de pensar. Un blablablá callado es un blablablá muerto y ellos lo saben y por eso se les ilumina el rostro cuando te encuentran en cualquier lugar indefenso ante su ataque dialéctico de palabras vacías que se concatenan las unas con las otras cubriendo temas y motivos de la nada unos tras otros en su sempiterno, recurrente e incesante blablablá. Así son los blablablá.
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Breve curso de incomunicación humana
lunes, diciembre 12, 2011
Contraindicaciones del hecho de existir.
Las autoridades sanitarias advierten que existir puede producir efectos secundarios contradictorios como alteración del estado del sueño, somnolencia, aceleración del ritmo cardíaco, disminución de la frecuencia cardiovascular, afección amorosa, odio al prójimo, furor concupiscente, apatía sexual, alteración extática de los estados anímicos, ataraxia, sentimientos de profunda tristeza, alegría desmedida e injustificada, claustrofobia, agorafobia, incertidumbre por los acontecimientos venideros, certeza del mañana, miedo repentino, valor inesperado, agudeza visual, percepción borrosa de lo circundante, sabiduría omnisciente, desconocimiento absoluto de las cosas, risa hilarante, llanto lacrimógeno, introversión, extroversión, introspección, extrospección, verborrea, laconismo, ataques de ira furibunda, mansedumbre, proyección onírica del destino de uno mismo, realismo austero del devenir propio, sensación de fugacidad ante el transcurso del tiempo, anquilosamiento y visión eternalista de cada instante, perdida de apetito, hambre insaciable, frio, calor y tos seca.
Y, además, también se advierte que vivir mata.
Las autoridades sanitarias advierten que existir puede producir efectos secundarios contradictorios como alteración del estado del sueño, somnolencia, aceleración del ritmo cardíaco, disminución de la frecuencia cardiovascular, afección amorosa, odio al prójimo, furor concupiscente, apatía sexual, alteración extática de los estados anímicos, ataraxia, sentimientos de profunda tristeza, alegría desmedida e injustificada, claustrofobia, agorafobia, incertidumbre por los acontecimientos venideros, certeza del mañana, miedo repentino, valor inesperado, agudeza visual, percepción borrosa de lo circundante, sabiduría omnisciente, desconocimiento absoluto de las cosas, risa hilarante, llanto lacrimógeno, introversión, extroversión, introspección, extrospección, verborrea, laconismo, ataques de ira furibunda, mansedumbre, proyección onírica del destino de uno mismo, realismo austero del devenir propio, sensación de fugacidad ante el transcurso del tiempo, anquilosamiento y visión eternalista de cada instante, perdida de apetito, hambre insaciable, frio, calor y tos seca.
Y, además, también se advierte que vivir mata.
lunes, diciembre 05, 2011
Instrucciones para escribir un texto dadaísta.
Coja un periódico
Coja un periódico
Coja unas tijeras
Escoja en el periódico un artículo de la longitud que cuenta darle a su poema
Recorte el artículo
Recorte en seguida con cuidado cada una de las palabras que forman el articulo y métalas en una bolsa
Agítela suavemente
Ahora saque cada recorte uno tras otro
Copie concienzudamente
en el orden en que hayan salido de la bolsa
El poema se parecerá a usted
Y es usted un escritor infinitamente original y de una sensibilidad hechizante, aunque incomprendido del vulgo.Escoja en el periódico un artículo de la longitud que cuenta darle a su poema
Recorte el artículo
Recorte en seguida con cuidado cada una de las palabras que forman el articulo y métalas en una bolsa
Agítela suavemente
Ahora saque cada recorte uno tras otro
Copie concienzudamente
en el orden en que hayan salido de la bolsa
El poema se parecerá a usted
miércoles, noviembre 30, 2011
Una extraña sensación.
Un hombre tiene la extraña sensación desde hace días de que su mujer no es quien dice ser. Le nota un comportamiento raro y la siente como diferente tal y como si no la reconociera.
Una noche, después de yacer juntos, en medio de la relajación post-coital decidió ponerla a prueba y la aborda con preguntas cuya respuesta tan solo sabría su verdadera mujer. Así, excusándose en una repentina melancolía, la interroga sobre el día en que se conocieron y encomendándose al supuesto interés mutuo por los pasajes de ese día en cuestión le pregunta sobre múltiples y banales detalles que tan solo podrían saber ellos.
Su mujer -o la mujer que está ahora con él en la cama y comparte su vida- demuestra acordarse de algunos de esos sucesos pero de otros no.
Y se acuerda del vestido que llevaba ella puesto y de donde fueron y de que película vieron y de algun.a de las cosas de que hablaron. Por contra, dice no recordar el color de la camisa que llevaba puesta él, ni del nombre del bar donde fueron después, ni de que tomaron, ni de alguna de las cosas de que hablaron. Detalles que su mujer verdadera debería saber, pero que una suplantadora preparada minuciosamente para aparentar ser su mujer podría desconocer.
A pesar de eso y amparándose en el habitual olvido en las que las parejas vierten gran parte de los múltiples detalles de su coexistencia bien pudiera ser que alguna de las circunstancias de aquel día hayan quedado borradas en la memoria de su verdadera mujer.
Pero, sin embargo, él seguirá sintiéndola como una extraña que se ha colado en su vida y que sabe casi todo lo que su auténtica mujer debiera saber y se desenvuelve casi como su verdadera mujer lo haría y se comporta y se expresa casi tal y como lo haría su mujer original.
Y tal vez lo sea, probablemente sea ella y todo esto no sea más que una deshabituación de hechos cotidianos inmiscuida en la percepción que tiene él sobre su compañera. Y es casi seguro que tan solo sea eso, pero la duda le corroe. Y dispuesto a averiguar con certeza si esa mujer es quien dice ser se dispone a llevar a cabo un plan consistente en pertrechar alguna acción en la que él esté seguro de como se comportaría su mujer ante esta.
Y entonces ella defiende una injusticia, se acobarda ante un miedo, procede con egoísmo o le perdona una infidelidad. Hechos que transcurren como él reconoce que su verdadera mujer los acometería.
Pero, al mismo tiempo, en otras acciones esa mujer que dice ser la suya obrará de distinta manera a la que se hubiera podido esperar de su auténtica mujer. Y así ella promueve un odio, actúa con filantropía ante un suceso ambiguo, afronta uno de sus miedos o actúa con promiscuidad por despecho. Comportamientos que una usurpadora de la identidad de su mujer no suficientemente informada podría llegar a ejecutar de ese modo.
En todo caso él achaca estos errores a la volubilidad de los seres humanos que a veces se comportan según sus habituales patrones y otras veces no. O sea que tanto en el caso de que esa fuera su verdadera mujer o una impostara vagamente adiestrada para sustituirla podría llegar a efectuar de forma casi contradictoria acciones de signo diametralmente opuesto entre sí.
Y, a pesar de eso, él sigue la extraña sensación de que esa mujer con quien comparte lecho, con quien habla cada día y con la que ha vivido un pasado común y mantiene expectativas reciprocas de futuro no es quien dice ser.
Para averiguarlo de forma definitiva preparará una especie de test conversacional que mediante unos ítems que él irá marcando mentalmente según los que exprese su mujer en el diálogo podrá comprobar fehacientemente la concordancia de los resultados con los que previamente prevé que ofrecería su verdadera mujer.
De esta forma, mientras la conversación transita por temáticas banales él puede constatar como su mujer se presenta como sincera, comedida, perspicaz, dubitativa, huraña, algo melancólica o dicharachera. Atributos que su natural mujer ostenta por antonomasia y que propondrían con certeza que se trata de ella, sino fuera porqué en el mismo diálogo también se la puede determinar como disoluta, amargada, bondadosa, cordial, lúgubre y ecuánime. Rasgos que en nada tienen que ver con la habitual concepción de su auténtica mujer y que hacen elevar su sospecha intrínseca de que no se trata de su verdadera mujer sino fuera por el hecho sabido de que, a veces, las personas no se muestran tal y como son e, incluso, pueden llegar a ser distintas a si mismas según las circunstancias.
Así es como ese hombre quedará sumido en la incerteza de no poder asegurar que la persona con quien está compartiendo la vida sea quien dice ser. Y tan solo puede especular que se haya inmiscuido en su existencia común la extraña sensación de no conocer en absoluto a una persona en cuanto más la va conociendo. Hecho que él atribuirá a la impredicibilidad misma del ser humano que fluctúa en su manera de ser y de expresarse y que recuerda u olvida cosas de su propia vida con total impunidad.
De esta forma, esa puede ser o no ser su auténtica mujer tanto como es o no es uno mismo cualquier persona del mundo. Y seguirá conviviendo con ella en esa extraña cotidianidad intentando que no los afecte esa percepción alterada que él siente por ella. Y a pesar de que, luego, una noche desnudos en la cama después de hacer el amor él constata con una vaga sorpresa que la marca de nacimiento en forma de pera que ella tenía en el omóplato izquierdo ha desaparecido.
Un hombre tiene la extraña sensación desde hace días de que su mujer no es quien dice ser. Le nota un comportamiento raro y la siente como diferente tal y como si no la reconociera.
Una noche, después de yacer juntos, en medio de la relajación post-coital decidió ponerla a prueba y la aborda con preguntas cuya respuesta tan solo sabría su verdadera mujer. Así, excusándose en una repentina melancolía, la interroga sobre el día en que se conocieron y encomendándose al supuesto interés mutuo por los pasajes de ese día en cuestión le pregunta sobre múltiples y banales detalles que tan solo podrían saber ellos.
Su mujer -o la mujer que está ahora con él en la cama y comparte su vida- demuestra acordarse de algunos de esos sucesos pero de otros no.
Y se acuerda del vestido que llevaba ella puesto y de donde fueron y de que película vieron y de algun.a de las cosas de que hablaron. Por contra, dice no recordar el color de la camisa que llevaba puesta él, ni del nombre del bar donde fueron después, ni de que tomaron, ni de alguna de las cosas de que hablaron. Detalles que su mujer verdadera debería saber, pero que una suplantadora preparada minuciosamente para aparentar ser su mujer podría desconocer.
A pesar de eso y amparándose en el habitual olvido en las que las parejas vierten gran parte de los múltiples detalles de su coexistencia bien pudiera ser que alguna de las circunstancias de aquel día hayan quedado borradas en la memoria de su verdadera mujer.
Pero, sin embargo, él seguirá sintiéndola como una extraña que se ha colado en su vida y que sabe casi todo lo que su auténtica mujer debiera saber y se desenvuelve casi como su verdadera mujer lo haría y se comporta y se expresa casi tal y como lo haría su mujer original.
Y tal vez lo sea, probablemente sea ella y todo esto no sea más que una deshabituación de hechos cotidianos inmiscuida en la percepción que tiene él sobre su compañera. Y es casi seguro que tan solo sea eso, pero la duda le corroe. Y dispuesto a averiguar con certeza si esa mujer es quien dice ser se dispone a llevar a cabo un plan consistente en pertrechar alguna acción en la que él esté seguro de como se comportaría su mujer ante esta.
Y entonces ella defiende una injusticia, se acobarda ante un miedo, procede con egoísmo o le perdona una infidelidad. Hechos que transcurren como él reconoce que su verdadera mujer los acometería.
Pero, al mismo tiempo, en otras acciones esa mujer que dice ser la suya obrará de distinta manera a la que se hubiera podido esperar de su auténtica mujer. Y así ella promueve un odio, actúa con filantropía ante un suceso ambiguo, afronta uno de sus miedos o actúa con promiscuidad por despecho. Comportamientos que una usurpadora de la identidad de su mujer no suficientemente informada podría llegar a ejecutar de ese modo.
En todo caso él achaca estos errores a la volubilidad de los seres humanos que a veces se comportan según sus habituales patrones y otras veces no. O sea que tanto en el caso de que esa fuera su verdadera mujer o una impostara vagamente adiestrada para sustituirla podría llegar a efectuar de forma casi contradictoria acciones de signo diametralmente opuesto entre sí.
Y, a pesar de eso, él sigue la extraña sensación de que esa mujer con quien comparte lecho, con quien habla cada día y con la que ha vivido un pasado común y mantiene expectativas reciprocas de futuro no es quien dice ser.
Para averiguarlo de forma definitiva preparará una especie de test conversacional que mediante unos ítems que él irá marcando mentalmente según los que exprese su mujer en el diálogo podrá comprobar fehacientemente la concordancia de los resultados con los que previamente prevé que ofrecería su verdadera mujer.
De esta forma, mientras la conversación transita por temáticas banales él puede constatar como su mujer se presenta como sincera, comedida, perspicaz, dubitativa, huraña, algo melancólica o dicharachera. Atributos que su natural mujer ostenta por antonomasia y que propondrían con certeza que se trata de ella, sino fuera porqué en el mismo diálogo también se la puede determinar como disoluta, amargada, bondadosa, cordial, lúgubre y ecuánime. Rasgos que en nada tienen que ver con la habitual concepción de su auténtica mujer y que hacen elevar su sospecha intrínseca de que no se trata de su verdadera mujer sino fuera por el hecho sabido de que, a veces, las personas no se muestran tal y como son e, incluso, pueden llegar a ser distintas a si mismas según las circunstancias.
Así es como ese hombre quedará sumido en la incerteza de no poder asegurar que la persona con quien está compartiendo la vida sea quien dice ser. Y tan solo puede especular que se haya inmiscuido en su existencia común la extraña sensación de no conocer en absoluto a una persona en cuanto más la va conociendo. Hecho que él atribuirá a la impredicibilidad misma del ser humano que fluctúa en su manera de ser y de expresarse y que recuerda u olvida cosas de su propia vida con total impunidad.
De esta forma, esa puede ser o no ser su auténtica mujer tanto como es o no es uno mismo cualquier persona del mundo. Y seguirá conviviendo con ella en esa extraña cotidianidad intentando que no los afecte esa percepción alterada que él siente por ella. Y a pesar de que, luego, una noche desnudos en la cama después de hacer el amor él constata con una vaga sorpresa que la marca de nacimiento en forma de pera que ella tenía en el omóplato izquierdo ha desaparecido.
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Breve curso de incomunicación humana
viernes, noviembre 25, 2011
Emboscada de frío entre las sábanas.
La deliciosa cama preparada prolijamente para adecuarse al frío de una noche de invierno me espera con todos sus elementos formando una sucesión perfecta de capas dispuestas sobre el colchón a modo de: sábana bajera, sábana encimera, frazada y colcha. Una superposición estratégica que debidamente fijada a través de los bordes de dichas prendas sujetados entre el colchón y el somier forman un sistema sustentación calorífica inigualable.
Y así es como después de apagar la luz me dispongo a ubicarme en el aparente confort y estado de calidez que me promete para cruzar raudo la habitación en piyama deshaciéndome de las pantuflas con sendos movimientos sinusoidales de piernas e instaurarme en un único e inconmensurable gesto dentro de la cama.
Ahí constato no sin cierta estupefacción como bajo esa acumulación de capas térmicas que debieran conferirme una apacible temperatura me está esperando agazapada y latente una emboscada de frío.
Y a pesar de la sorpresa que siempre me pilla desprevenido en estos casos no dejaré de sentir una especie de gezellig recorriendo mi espina dorsal que devuelve a la memoria de mi piel todas aquellas veces que en mi pasado me he inmiscuido en noches frías de invierno dentro de camas donde me esperaba aun más frío del que pueda sentir afuera.
En cualquier caso, esta sensación durará apenas un rato en lo que tarde mi propio calor corporal en convertir en un microclima cálido el interior de esa cama. Para entonces uno empezar a quedar sumido en una cálida intimidad de reminiscencias casi intrauterinas sucumbiendo a la blandura del lecho, a la complicidad de la almohada hasta pronto quedar inmerso en un estado rayano a la felicidad.
Y, aunque el sueño no llegue de inmediato, uno se ve confortablemente envuelto en esa sucesión de pieles ancestrales que el desarrollo de la civilización humana ha ido concatenando secularmente. Y ahí es cuando uno se arropa a si mismo satisfecho de formar parte de la contemporaneidad del momento histórico y de la sublimación del estado del bienestar en concepto de menaje del hogar.
Lo que ocurre es que con el sutil movimiento de estirar la manta hasta cubrir levemente el mentón parece que la esta se ha descorrido de debajo del colchón y ahora las puntas de los pies está tan solo cubierta por el binomio sábana-colcha con la pertinente disminución térmica asociada al hecho. Así que uno intenta restituir la frazada a través de un movimiento de zarpa efectuado podológicamente que además de no lograr su objetivo hace deslizarse la sábana hacia el lado izquierdo de la cama dejándola convertida en un harapo inservible que ahora tan solo me cubre medio cuerpo.
Decido entonces recuperar medidas reconstituyentes del estado primigenio en la predisposición de las telas ladeando el cuerpo hacia la parte contraria en que ha quedado amontonada la sábana tirando de esta para intentar retomarla a su estado equitativo aunque sin conseguirlo finalmente y agravando más aun la situación al provocar con el movimiento del cuerpo la desestabilización de la colcha que ha ido a parar con gran vehemencia al frío suelo.
Al darme cuenta de ello procedo a alargar un brazo hacia donde preveo que haya podido caer la colcha provocando que del lado contrario ahora se desenganche una de las puntas subjetoras de la sabana bajera mientras sigo palpando en la oscuridad para intentar asir la colcha caída con escaso o ningún éxito.
De este modo, el estado actual de los respectivos tejidos viene a distribuirse en: la inasible colcha en el suelo, la sábana bajera corrida desde la parte de arriba a la izquierda del colchón dejándolo al descubierto, la amalgamada sábana amontonándose en espiral en el lado derecho de la cama y la insuficiente manta que llegado a este punto ya ha tomado una disposición rombal sobre el eje longitudinal de la cama dejando de este modo a la intemperie los hombros y parte del torso así como los pies hasta la altura del tobillo.
Todo ello en una masa informe de telas conglomeradas que hacen que uno vaya ya perdiendo la fe en ciertas evoluciones tecnológicas de la especie, en alguna de las leyes de la termodinámica, en la posibilidad de alcanzar alguna felicidad duradera por parte del individuo y en la esperanza de obtener esta noche cualquier conciliación de sueño de forma pronta.
La deliciosa cama preparada prolijamente para adecuarse al frío de una noche de invierno me espera con todos sus elementos formando una sucesión perfecta de capas dispuestas sobre el colchón a modo de: sábana bajera, sábana encimera, frazada y colcha. Una superposición estratégica que debidamente fijada a través de los bordes de dichas prendas sujetados entre el colchón y el somier forman un sistema sustentación calorífica inigualable.
Y así es como después de apagar la luz me dispongo a ubicarme en el aparente confort y estado de calidez que me promete para cruzar raudo la habitación en piyama deshaciéndome de las pantuflas con sendos movimientos sinusoidales de piernas e instaurarme en un único e inconmensurable gesto dentro de la cama.
Ahí constato no sin cierta estupefacción como bajo esa acumulación de capas térmicas que debieran conferirme una apacible temperatura me está esperando agazapada y latente una emboscada de frío.
Y a pesar de la sorpresa que siempre me pilla desprevenido en estos casos no dejaré de sentir una especie de gezellig recorriendo mi espina dorsal que devuelve a la memoria de mi piel todas aquellas veces que en mi pasado me he inmiscuido en noches frías de invierno dentro de camas donde me esperaba aun más frío del que pueda sentir afuera.
En cualquier caso, esta sensación durará apenas un rato en lo que tarde mi propio calor corporal en convertir en un microclima cálido el interior de esa cama. Para entonces uno empezar a quedar sumido en una cálida intimidad de reminiscencias casi intrauterinas sucumbiendo a la blandura del lecho, a la complicidad de la almohada hasta pronto quedar inmerso en un estado rayano a la felicidad.
Y, aunque el sueño no llegue de inmediato, uno se ve confortablemente envuelto en esa sucesión de pieles ancestrales que el desarrollo de la civilización humana ha ido concatenando secularmente. Y ahí es cuando uno se arropa a si mismo satisfecho de formar parte de la contemporaneidad del momento histórico y de la sublimación del estado del bienestar en concepto de menaje del hogar.
Lo que ocurre es que con el sutil movimiento de estirar la manta hasta cubrir levemente el mentón parece que la esta se ha descorrido de debajo del colchón y ahora las puntas de los pies está tan solo cubierta por el binomio sábana-colcha con la pertinente disminución térmica asociada al hecho. Así que uno intenta restituir la frazada a través de un movimiento de zarpa efectuado podológicamente que además de no lograr su objetivo hace deslizarse la sábana hacia el lado izquierdo de la cama dejándola convertida en un harapo inservible que ahora tan solo me cubre medio cuerpo.
Decido entonces recuperar medidas reconstituyentes del estado primigenio en la predisposición de las telas ladeando el cuerpo hacia la parte contraria en que ha quedado amontonada la sábana tirando de esta para intentar retomarla a su estado equitativo aunque sin conseguirlo finalmente y agravando más aun la situación al provocar con el movimiento del cuerpo la desestabilización de la colcha que ha ido a parar con gran vehemencia al frío suelo.
Al darme cuenta de ello procedo a alargar un brazo hacia donde preveo que haya podido caer la colcha provocando que del lado contrario ahora se desenganche una de las puntas subjetoras de la sabana bajera mientras sigo palpando en la oscuridad para intentar asir la colcha caída con escaso o ningún éxito.
De este modo, el estado actual de los respectivos tejidos viene a distribuirse en: la inasible colcha en el suelo, la sábana bajera corrida desde la parte de arriba a la izquierda del colchón dejándolo al descubierto, la amalgamada sábana amontonándose en espiral en el lado derecho de la cama y la insuficiente manta que llegado a este punto ya ha tomado una disposición rombal sobre el eje longitudinal de la cama dejando de este modo a la intemperie los hombros y parte del torso así como los pies hasta la altura del tobillo.
Todo ello en una masa informe de telas conglomeradas que hacen que uno vaya ya perdiendo la fe en ciertas evoluciones tecnológicas de la especie, en alguna de las leyes de la termodinámica, en la posibilidad de alcanzar alguna felicidad duradera por parte del individuo y en la esperanza de obtener esta noche cualquier conciliación de sueño de forma pronta.
jueves, noviembre 24, 2011
La mosca inmortal.
La otra tarde me vino a visitar la inmortal mosca de los siglos, la eterna mosca imperecedera que transita la historia de los hombres revoloteando a su alrededor y viéndolos a todos y cada uno de ellos morir y sobreviviéndolos.
Ya antes tuve constancia de anteriores visitas suyas en mi infancia y juventud y la volví a ver el mes pasado. La reconocí de inmediato por su zumbido inconfundible y su característico vuelo sinusoidal que la hacen reconocible entre cualquier otra mosca que vuela anodinamente y muere de forma vil en pocas horas, días o semanas.
No así la inquebrantable mosca que acompaña la humanidad desde tiempos inmemoriales posándose en la frente de los calvos, en la punta de la nariz de las más distinguidas señoras burguesas y que un día se paró en tu oreja.
Porque ella es la indestructible mosca que jamás pudiste atrapar o aplastar de un zapatazo ya que posee reflejos ultrasónicos y es capaz de anticiparse a cualquier ataque como si pudiera prever tus movimientos. Es la mosca precognitiva que aguarda impertérrita que tu mano se vaya acercando a ella lentamente, a veces, incluso, frotará sus patas displicente mientras te ignora y tan solo un milisegundo antes de que lances tu zarpazo definitivo se anticipará a ti huyendo con total impunidad.
Una mosca inexpugnable capaz de eludir cualquier sistema que haya sido ideado para atrapar insectos, que se muestra incólume ante cualquier paleta matamoscas y es inmune a los insecticidas. La mosca que jamás quedará aprisionada en el cristal de ninguna ventana y siempre encontrará escapatoria para salir batiendo sus alas de un sitio a otro -ubícuamente- en su resistencia atemporal.
La misma mosca que en sus peripecias aéreas una tarde de otoño inspiró a Descartes sus coordenadas cartesianas. La misma que se cuela en los platós de televisión para incordiar insistentemente a los presentadores de los noticieros. La que se detuvo un instante sobre la punta del bigote de Dalí mientras este pintaba. Aquella que estando posada sobre el mástil de la carabela de Colón divisó antes que nadie el Nuevo Mundo. Aquella que voló entre visigodos, la misma que surcó el cielo de Mesopotamia y que anduvo entre güelfos y guibelinos, entre montescos y capuletos, entre utus y tutsis.
Quizás la inmemorial mosca que posándose tan solo una vez cada cien años sobre una bola de acero del tamaño del planeta Tierra conseguiría, haciéndola desaparecer por fricción, inaugurar el principio de la eternidad.
La otra tarde me vino a visitar la inmortal mosca de los siglos, la eterna mosca imperecedera que transita la historia de los hombres revoloteando a su alrededor y viéndolos a todos y cada uno de ellos morir y sobreviviéndolos.
Ya antes tuve constancia de anteriores visitas suyas en mi infancia y juventud y la volví a ver el mes pasado. La reconocí de inmediato por su zumbido inconfundible y su característico vuelo sinusoidal que la hacen reconocible entre cualquier otra mosca que vuela anodinamente y muere de forma vil en pocas horas, días o semanas.
No así la inquebrantable mosca que acompaña la humanidad desde tiempos inmemoriales posándose en la frente de los calvos, en la punta de la nariz de las más distinguidas señoras burguesas y que un día se paró en tu oreja.
Porque ella es la indestructible mosca que jamás pudiste atrapar o aplastar de un zapatazo ya que posee reflejos ultrasónicos y es capaz de anticiparse a cualquier ataque como si pudiera prever tus movimientos. Es la mosca precognitiva que aguarda impertérrita que tu mano se vaya acercando a ella lentamente, a veces, incluso, frotará sus patas displicente mientras te ignora y tan solo un milisegundo antes de que lances tu zarpazo definitivo se anticipará a ti huyendo con total impunidad.
Una mosca inexpugnable capaz de eludir cualquier sistema que haya sido ideado para atrapar insectos, que se muestra incólume ante cualquier paleta matamoscas y es inmune a los insecticidas. La mosca que jamás quedará aprisionada en el cristal de ninguna ventana y siempre encontrará escapatoria para salir batiendo sus alas de un sitio a otro -ubícuamente- en su resistencia atemporal.
La misma mosca que en sus peripecias aéreas una tarde de otoño inspiró a Descartes sus coordenadas cartesianas. La misma que se cuela en los platós de televisión para incordiar insistentemente a los presentadores de los noticieros. La que se detuvo un instante sobre la punta del bigote de Dalí mientras este pintaba. Aquella que estando posada sobre el mástil de la carabela de Colón divisó antes que nadie el Nuevo Mundo. Aquella que voló entre visigodos, la misma que surcó el cielo de Mesopotamia y que anduvo entre güelfos y guibelinos, entre montescos y capuletos, entre utus y tutsis.
Quizás la inmemorial mosca que posándose tan solo una vez cada cien años sobre una bola de acero del tamaño del planeta Tierra conseguiría, haciéndola desaparecer por fricción, inaugurar el principio de la eternidad.
miércoles, noviembre 16, 2011
Matrioska oftalmológica.
Mírame a los ojos y obsérvate a ti misma siendo reflejada en ellos y reflejando al mismo tiempo en tus propios ojos mi rostro que te observa y de nuevo refleja tu cara en cuya mirada volveré a aparecer yo mirándote otra vez y reflejando de nuevo en mis pupilas tu faz expectante que recíprocamente reproducirá una vez más mi rostro en un juego indefinido de espejos en que vuelves a aparecer tu dentro de mi mirada conteniéndome de nuevo a mi dentro de la tuya y adentrándonos así un poco más cada uno en el interior del otro atrapados en esta sucesión infinita de imágenes de nosotros que nos dejan de este modo condenados a una infinitesimal cárcel de miradas.
Y, sin embargo, el infierno de tus ojos me parece un lugar justo en el que pasar toda la eternidad.
Mírame a los ojos y obsérvate a ti misma siendo reflejada en ellos y reflejando al mismo tiempo en tus propios ojos mi rostro que te observa y de nuevo refleja tu cara en cuya mirada volveré a aparecer yo mirándote otra vez y reflejando de nuevo en mis pupilas tu faz expectante que recíprocamente reproducirá una vez más mi rostro en un juego indefinido de espejos en que vuelves a aparecer tu dentro de mi mirada conteniéndome de nuevo a mi dentro de la tuya y adentrándonos así un poco más cada uno en el interior del otro atrapados en esta sucesión infinita de imágenes de nosotros que nos dejan de este modo condenados a una infinitesimal cárcel de miradas.
Y, sin embargo, el infierno de tus ojos me parece un lugar justo en el que pasar toda la eternidad.
viernes, noviembre 11, 2011
Breves biografías de la inmortalidad.
Quizás el mayor anhelo del ser humano desde tiempos inmemoriales haya sido siempre alcanzar la inmortalidad. El proceso irremediable por el que los cuerpos tienden a envejecer condena con el suficiente periodo temporal transcurrido a toda la humanidad a la muerte y desaparición. Muchas han sido las teorías por la que este mecanismo inalterable del ser humano haya de acontecer sin remedio y muchos han sido aquellos que han dedicado su vida entera a la búsqueda de algún paliativo que contrarrestara ese funesto destino.
Ya en algunos jeroglíficos egipcios se encontró lo que algunos de los más conspicuos egiptólogos interpretan como un pasaje en que se describe a un hombre poseedor de un talismán cuyo portador no ha de sucumbir al imperativo de la senescencia mientras se halle dicho objeto en su poder.
El talismán es una piedra en forma rombal que vuelve a aparecer de nuevo en jeroglíficos de posteriores dinastías entre las que transcurren miles de años. Y no obstante, el hombre que porta dicho talismán parece ser el mismo que es mostrado siempre como contemporáneo en cada uno de esos periodos.
Ese hombre aparece junto al símbolo shen que representaba la protección eterna y cerca del dios Osiris de la resurrección. Es por eso que muchos consideran que esta pueda ser la primera memoria gráfica que se conserve de alguien descrito como inmortal.
Siglos más tarde en Babilonia, en uno de los primeros poemas épicos de los que se tiene constancia, nos encontramos con la figura de Gilgamesh cuya leyenda narra la búsqueda por parte de este de una planta que concede la inmortalidad. En la epopeya, Gilgamesh no alcanza a disfrutar de los beneplácitos de dicho vegetal. Sin embargo, alguno de los más reputados heureísticos postula que, tal vez, su leyenda imposible fuera inspirada por un Rey que reinó durante varias centurias sin desfallecer en su aliento vital y que vio morir de viejos a los hijos de sus súbditos y también a los hijos de estos y así durante varias generaciones más.
Ya en la Grecia Clásica volvemos a encontrar la figura de un misterioso filósofo que convivió con los grandes sabios de la cultura helenística pero que apenas es nombrado más que en vagas referencias halladas en textos de otros filósofos. Y a pesar de que jamás dejó legado escrito algunos estudiosos de la época clásica se han atrevido a recomponer secuencias de su historia. Así en algunos pasajes se puede deducir que queda explicada su sabiduría a través de la propia longevidad de su existencia. Se dice de ese hombre sabía tanto por lo mucho que había vivido y la mucha gente que había conocido, entre ellos, al propio Homero, quien vivió varios siglos antes. Aunque había también quien incluso osaba hipotetizar que del mismo Homero autor de los grandes poemas épicos sobre seres inmortales se trataba.
Fuera o no el propio Homero a aquel hombre se le atribuía su basta persistencia en el tiempo al conocimiento de un árbol cuyos frutos conferían a aquel que llevara a cabo su ingesta el don de la inmortalidad. De este modo, puede que aquel hombre hubiera estado alimentándose de ese árbol de la vida eterna por largo tiempo y gracias al conocimiento alcanzado en el transcurso de los múltiples años que vivió pudo así adoctrinar de forma discreta a los conciudadanos que conformarían la Atenas clásica.
Posteriormente, ya al final de la Edad Media, en un pasaje considerado apócrifo de La Divina Comedia de Dante se nombra a un hombre cuyo destino es la eternidad, cuyo origen se remonta al principio de los tiempos y que mora en ausencia tanto en el infierno, como en el cielo, como en el purgatorio por obra de un elixir misterioso. Esa persona a la que se alude como imperecedera se la espera ya decididamente en el infierno según narra el susodicho pasaje por haber usurpado uno de los atributos exclusivos de Dios.
Fue con el descubrimiento del nuevo mundo cuando se multiplicaron las leyendas sobre lugares inhóspitos en el otro lado del océano donde sus nativos habían alcanzado a sobrevivir periodos de tiempo inconmensurables debido a efectos portentosos obtenidos de la flora o fauna local.
En uno de estos relatos se nombra la existencia de un hombre que vio aparecer y desaparecer imperios sin mutar apenas en su lozana constitución. Se cuenta de dicho humano prodigioso que era picado regularmente por una especie de araña muy rara cuyo veneno era en realidad un antídoto contra la muerte y le confería vigor perpetuo y la liberación de los efectos del paso del tiempo en su ser.
Y narra la leyenda que ese hombre se dedicó a vivir las más trepidantes aventuras a lo largo y ancho del continente. Conoció a los Mayas y a los Aztecas antes de que estos sucumbieran, cabalgó entre los indios que originariamente poblaron el norte de América y transitó desde la Tierra del Fuego hasta Alaska en varias ocasiones. Fue pirata, buscador de oro y tantas otras vidas más. Y siempre llevó en su equipaje una cajita con agujeros en la que guardaba las arañas que le insuflaban su poder inmortal.
Ya en el Siglo XIX se habla de un alquimista que logró alcanzar la fórmula exacta para preparar un brebaje contra la inevitable muerte. Este jamás llegó a difundirlo entre sus coetáneos usándolo tan solo para fines propios. De este modo, aquel alquimista negaba el merecimiento por parte de la especie humana de la consecución definitiva del poder de la inmortalidad. Una muestra de egoísmo e individualidad que a la vez también podía ser interpretada como un acto de caridad suprema al prever que si todo individuo poseyera la capacidad de vivir indefinidamente el mundo se convertiría en un lugar lúgubre habitado siempre por los mismos seres que a fuerza de transitar por los siglos y los milenios perderían las ganas de vivir deambulando por sociedades carentes del deseo de existencia.
No hace muchos años, en las postrimerías de este milenio el escritor Jorge Luís Borges reseñó la historia de un hombre que alcanzaba la inmortalidad bebiendo de las aguas de un río. Algunos de sus más íntimos allegados aseguran que ese relato fue inspirado por un tipo que acometió a Borges en uno de sus paseos vespertinos y que le contó una historia semejante con tanta profusión de detalles como si esta le hubiera sucedido a él mismo.
El carácter de maldición con que es tratada la posibilidad de que un hombre llegue a ser inmortal concuerda con el hastío y la penumbra con que aquel individuo que le confió la historia al gran maestro se desenvolvía por la vida. Aquel hombre, finalmente, le manifestó a Borges que había vuelto tan solo a América para conocer al gran escritor de relatos sobre la eternidad y poder contarle en persona aquella fantástica historia. Después se fue y nunca más se supo de él.
En la actualidad se rumorea la existencia de una corporación farmacéutica fantasma que ha alcanzado a producir unas cápsulas cuyo efecto es un cese absoluto del imperativo de la senescencia. Dicho medicamento está siendo producido de forma secreta y almacenado en lugares recónditos con alguna oscura finalidad. Cabe señalar asimismo que tan solo el magnate y dueño de dicha empresa es conocedor de la fórmula exacta con que se fabrica ese fármaco cuya elaboración es llevada a cabo en laboratorios ubicados en distintos lugares y continentes que se ignoran mutuamente. No hay ninguna copia de tal fórmula y tan solo existe en la memoria de dicho magnate, la muerte del cual acarrearía la perdida de tamaño descubrimiento. Pero esta muerte parece no llegar jamás.
De momento, pero ya no importa, porqué dicho magnate miente y la fórmula es falsa. Como irreal es el río en que se baña el protagonista del cuento borgeano, como inexistente fue la alquimia de aquel hombre decimonómico y como tampoco daba la vida eterna la araña por la que se hacía picar aquel aventurero americano, ni el elixir del hombre al que se espera en el infierno de Dante. Tal y como no ofrece la inmortalidad el fruto del árbol del que se nutría aquel filósofo griego, ni la planta de la leyenda de Gilgamesh. Todo eso no es más que literatura creada para confundir a los habitantes de los tiempos que se fueron sucediendo. Nada es verdad. Nada excepto el talismán. Cuyo portador, que vivía ya desde no se sabe cuando, al ver inscrita su memoria en los jeroglíficos egipcios comprendió que con la invención de la escritura podía delatarse su coartada de ausencia. Fue por eso que decidió usar aquella invención a su favor difundiendo historias entre los hombres que tergiversaran la memoria de su existencia a través de los tiempos.
Y de este modo fue él mismo quien imaginó y extendió entre sus coetáneos la existencia de un hombre llamado Gilgamesh que intentaba alcanzar la inmortalidad por medio de una planta de efectos portentosos, fue él quien difundió -a veces a modo de rumor entre la gente, otras contándole la historia directamente a algún escritor- la existencia de un árbol prodigioso, de un elixir milagroso, de una increíble araña, de una fabulosa alquimia, de un río mágico y ya en nuestro tiempo de una píldora maravillosa y que, en realidad, es inocua.
Todo falso excepto el talismán que ahora aun cuelga de mi cuello. Y yo soy ese misterioso magnate como fui filósofo, aventurero o alquimista. Y viví aún muchas más vidas portando siempre conmigo a escondidas el talismán que me confería la inmortalidad. Pero ahora ya es tarde y he vivido demasiado. Por eso revelo a la humanidad en esta historia mi don a modo de breve biografía. Y ahora me dispongo a destruir el talismán y, luego, disponerme a vivir una vejez en medio de los hombres que me lleve hasta la muerte. Y quiero hacerlo de forma anónima, tal y como siempre viví.
Quizás el mayor anhelo del ser humano desde tiempos inmemoriales haya sido siempre alcanzar la inmortalidad. El proceso irremediable por el que los cuerpos tienden a envejecer condena con el suficiente periodo temporal transcurrido a toda la humanidad a la muerte y desaparición. Muchas han sido las teorías por la que este mecanismo inalterable del ser humano haya de acontecer sin remedio y muchos han sido aquellos que han dedicado su vida entera a la búsqueda de algún paliativo que contrarrestara ese funesto destino.
Ya en algunos jeroglíficos egipcios se encontró lo que algunos de los más conspicuos egiptólogos interpretan como un pasaje en que se describe a un hombre poseedor de un talismán cuyo portador no ha de sucumbir al imperativo de la senescencia mientras se halle dicho objeto en su poder.
El talismán es una piedra en forma rombal que vuelve a aparecer de nuevo en jeroglíficos de posteriores dinastías entre las que transcurren miles de años. Y no obstante, el hombre que porta dicho talismán parece ser el mismo que es mostrado siempre como contemporáneo en cada uno de esos periodos.
Ese hombre aparece junto al símbolo shen que representaba la protección eterna y cerca del dios Osiris de la resurrección. Es por eso que muchos consideran que esta pueda ser la primera memoria gráfica que se conserve de alguien descrito como inmortal.
Siglos más tarde en Babilonia, en uno de los primeros poemas épicos de los que se tiene constancia, nos encontramos con la figura de Gilgamesh cuya leyenda narra la búsqueda por parte de este de una planta que concede la inmortalidad. En la epopeya, Gilgamesh no alcanza a disfrutar de los beneplácitos de dicho vegetal. Sin embargo, alguno de los más reputados heureísticos postula que, tal vez, su leyenda imposible fuera inspirada por un Rey que reinó durante varias centurias sin desfallecer en su aliento vital y que vio morir de viejos a los hijos de sus súbditos y también a los hijos de estos y así durante varias generaciones más.
Ya en la Grecia Clásica volvemos a encontrar la figura de un misterioso filósofo que convivió con los grandes sabios de la cultura helenística pero que apenas es nombrado más que en vagas referencias halladas en textos de otros filósofos. Y a pesar de que jamás dejó legado escrito algunos estudiosos de la época clásica se han atrevido a recomponer secuencias de su historia. Así en algunos pasajes se puede deducir que queda explicada su sabiduría a través de la propia longevidad de su existencia. Se dice de ese hombre sabía tanto por lo mucho que había vivido y la mucha gente que había conocido, entre ellos, al propio Homero, quien vivió varios siglos antes. Aunque había también quien incluso osaba hipotetizar que del mismo Homero autor de los grandes poemas épicos sobre seres inmortales se trataba.
Fuera o no el propio Homero a aquel hombre se le atribuía su basta persistencia en el tiempo al conocimiento de un árbol cuyos frutos conferían a aquel que llevara a cabo su ingesta el don de la inmortalidad. De este modo, puede que aquel hombre hubiera estado alimentándose de ese árbol de la vida eterna por largo tiempo y gracias al conocimiento alcanzado en el transcurso de los múltiples años que vivió pudo así adoctrinar de forma discreta a los conciudadanos que conformarían la Atenas clásica.
Posteriormente, ya al final de la Edad Media, en un pasaje considerado apócrifo de La Divina Comedia de Dante se nombra a un hombre cuyo destino es la eternidad, cuyo origen se remonta al principio de los tiempos y que mora en ausencia tanto en el infierno, como en el cielo, como en el purgatorio por obra de un elixir misterioso. Esa persona a la que se alude como imperecedera se la espera ya decididamente en el infierno según narra el susodicho pasaje por haber usurpado uno de los atributos exclusivos de Dios.
Fue con el descubrimiento del nuevo mundo cuando se multiplicaron las leyendas sobre lugares inhóspitos en el otro lado del océano donde sus nativos habían alcanzado a sobrevivir periodos de tiempo inconmensurables debido a efectos portentosos obtenidos de la flora o fauna local.
En uno de estos relatos se nombra la existencia de un hombre que vio aparecer y desaparecer imperios sin mutar apenas en su lozana constitución. Se cuenta de dicho humano prodigioso que era picado regularmente por una especie de araña muy rara cuyo veneno era en realidad un antídoto contra la muerte y le confería vigor perpetuo y la liberación de los efectos del paso del tiempo en su ser.
Y narra la leyenda que ese hombre se dedicó a vivir las más trepidantes aventuras a lo largo y ancho del continente. Conoció a los Mayas y a los Aztecas antes de que estos sucumbieran, cabalgó entre los indios que originariamente poblaron el norte de América y transitó desde la Tierra del Fuego hasta Alaska en varias ocasiones. Fue pirata, buscador de oro y tantas otras vidas más. Y siempre llevó en su equipaje una cajita con agujeros en la que guardaba las arañas que le insuflaban su poder inmortal.
Ya en el Siglo XIX se habla de un alquimista que logró alcanzar la fórmula exacta para preparar un brebaje contra la inevitable muerte. Este jamás llegó a difundirlo entre sus coetáneos usándolo tan solo para fines propios. De este modo, aquel alquimista negaba el merecimiento por parte de la especie humana de la consecución definitiva del poder de la inmortalidad. Una muestra de egoísmo e individualidad que a la vez también podía ser interpretada como un acto de caridad suprema al prever que si todo individuo poseyera la capacidad de vivir indefinidamente el mundo se convertiría en un lugar lúgubre habitado siempre por los mismos seres que a fuerza de transitar por los siglos y los milenios perderían las ganas de vivir deambulando por sociedades carentes del deseo de existencia.
No hace muchos años, en las postrimerías de este milenio el escritor Jorge Luís Borges reseñó la historia de un hombre que alcanzaba la inmortalidad bebiendo de las aguas de un río. Algunos de sus más íntimos allegados aseguran que ese relato fue inspirado por un tipo que acometió a Borges en uno de sus paseos vespertinos y que le contó una historia semejante con tanta profusión de detalles como si esta le hubiera sucedido a él mismo.
El carácter de maldición con que es tratada la posibilidad de que un hombre llegue a ser inmortal concuerda con el hastío y la penumbra con que aquel individuo que le confió la historia al gran maestro se desenvolvía por la vida. Aquel hombre, finalmente, le manifestó a Borges que había vuelto tan solo a América para conocer al gran escritor de relatos sobre la eternidad y poder contarle en persona aquella fantástica historia. Después se fue y nunca más se supo de él.
En la actualidad se rumorea la existencia de una corporación farmacéutica fantasma que ha alcanzado a producir unas cápsulas cuyo efecto es un cese absoluto del imperativo de la senescencia. Dicho medicamento está siendo producido de forma secreta y almacenado en lugares recónditos con alguna oscura finalidad. Cabe señalar asimismo que tan solo el magnate y dueño de dicha empresa es conocedor de la fórmula exacta con que se fabrica ese fármaco cuya elaboración es llevada a cabo en laboratorios ubicados en distintos lugares y continentes que se ignoran mutuamente. No hay ninguna copia de tal fórmula y tan solo existe en la memoria de dicho magnate, la muerte del cual acarrearía la perdida de tamaño descubrimiento. Pero esta muerte parece no llegar jamás.
De momento, pero ya no importa, porqué dicho magnate miente y la fórmula es falsa. Como irreal es el río en que se baña el protagonista del cuento borgeano, como inexistente fue la alquimia de aquel hombre decimonómico y como tampoco daba la vida eterna la araña por la que se hacía picar aquel aventurero americano, ni el elixir del hombre al que se espera en el infierno de Dante. Tal y como no ofrece la inmortalidad el fruto del árbol del que se nutría aquel filósofo griego, ni la planta de la leyenda de Gilgamesh. Todo eso no es más que literatura creada para confundir a los habitantes de los tiempos que se fueron sucediendo. Nada es verdad. Nada excepto el talismán. Cuyo portador, que vivía ya desde no se sabe cuando, al ver inscrita su memoria en los jeroglíficos egipcios comprendió que con la invención de la escritura podía delatarse su coartada de ausencia. Fue por eso que decidió usar aquella invención a su favor difundiendo historias entre los hombres que tergiversaran la memoria de su existencia a través de los tiempos.
Y de este modo fue él mismo quien imaginó y extendió entre sus coetáneos la existencia de un hombre llamado Gilgamesh que intentaba alcanzar la inmortalidad por medio de una planta de efectos portentosos, fue él quien difundió -a veces a modo de rumor entre la gente, otras contándole la historia directamente a algún escritor- la existencia de un árbol prodigioso, de un elixir milagroso, de una increíble araña, de una fabulosa alquimia, de un río mágico y ya en nuestro tiempo de una píldora maravillosa y que, en realidad, es inocua.
Todo falso excepto el talismán que ahora aun cuelga de mi cuello. Y yo soy ese misterioso magnate como fui filósofo, aventurero o alquimista. Y viví aún muchas más vidas portando siempre conmigo a escondidas el talismán que me confería la inmortalidad. Pero ahora ya es tarde y he vivido demasiado. Por eso revelo a la humanidad en esta historia mi don a modo de breve biografía. Y ahora me dispongo a destruir el talismán y, luego, disponerme a vivir una vejez en medio de los hombres que me lleve hasta la muerte. Y quiero hacerlo de forma anónima, tal y como siempre viví.
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Historia tergiversada de la humanidad.
jueves, noviembre 03, 2011
Dialelo para un día de lluvia.
Si esta tarde llueve, entonces, me quedaré en casa. Si me quedo en casa, entonces, miraré la tele. Si me quedo en casa y miro la tele, entonces, me aburriré. Si me quedo en casa y miro la tele y me aburro, entonces, me pondré nostálgico. Así que si me quedo en casa y miro la tele y me aburro y me pongo nostálgico, entonces, pensaré en ti. Por lo que si me quedo en casa y miro la tele y me aburro y me pongo nostálgico y pienso en ti, entonces, estaré triste. Y, entonces, si he de estar triste esta tarde lloverá.
Si esta tarde llueve, entonces, me quedaré en casa. Si me quedo en casa, entonces, miraré la tele. Si me quedo en casa y miro la tele, entonces, me aburriré. Si me quedo en casa y miro la tele y me aburro, entonces, me pondré nostálgico. Así que si me quedo en casa y miro la tele y me aburro y me pongo nostálgico, entonces, pensaré en ti. Por lo que si me quedo en casa y miro la tele y me aburro y me pongo nostálgico y pienso en ti, entonces, estaré triste. Y, entonces, si he de estar triste esta tarde lloverá.
martes, noviembre 01, 2011
Del capítulo 93 de Rayuela
"Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al revés. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto."
Cortazar
viernes, octubre 28, 2011
Instrucciones para abrir un paraguas en un día de lluvia.
Del cielo caen millones de gotas de lluvia y no es culpa tuya. Y, sin embargo, en algún momento habrás de guarecerte de estas si sales a la intemperie. Y aunque es sabido y por muchos constatado que cuando llueve uno siempre debería quedarse a contemplar dicho fenómeno desde detrás del cristal de la ventana de su casa, no es menos cierto que el mundo es injusto y la vida no siempre es ideal.
A si que a veces uno deberá hacer uso de ese ancestral artilugio que acompaña al hombre desde hace ya mucho y que, a excepción de esos pequeños paraguas retráctiles que se abren pulsando un botón, a penas a sufrido modificaciones substanciales en el transcurso del tiempo dada su cuasi perfección intrínseca para el uso que se le ha de dar.
Y a pesar de eso habrá que tener en cuenta que las posibilidades parapetatorias y antihumectantes de dicho artefacto tan solo serán habilitadas después de ejecutar el mecanismo de apertura correspondiente. Por lo que un paraguas cerrado es un objeto inútil e inerte que nada puede hacer contra la inmensidad de un cielo abigarrado de húmedas gotas que caen horripilantemente sobre las cabezas de la gente deshaciendo la permanente de la señora que acaba de salir de la peluquería, empapando jerséis y mojando contumazmente el peluquín de aquel tan digno señor.
Por lo que contra tanta penalidad y hecatombe no habrá otro remedio que articular el mecanismo de apertura del paraguas para prevención de desgracias y antídoto contra aguaceros. Y es entonces cuando uno deberá sujetar el ingrato artilugio por la empuñadura con una mano y, si-es-uno-de-esos-paraguas-modernos-de-apertura-automática, presionar el botón con el dedo pulgar y hacer ¡clic!
Del cielo caen millones de gotas de lluvia y no es culpa tuya. Y, sin embargo, en algún momento habrás de guarecerte de estas si sales a la intemperie. Y aunque es sabido y por muchos constatado que cuando llueve uno siempre debería quedarse a contemplar dicho fenómeno desde detrás del cristal de la ventana de su casa, no es menos cierto que el mundo es injusto y la vida no siempre es ideal.
A si que a veces uno deberá hacer uso de ese ancestral artilugio que acompaña al hombre desde hace ya mucho y que, a excepción de esos pequeños paraguas retráctiles que se abren pulsando un botón, a penas a sufrido modificaciones substanciales en el transcurso del tiempo dada su cuasi perfección intrínseca para el uso que se le ha de dar.
Y a pesar de eso habrá que tener en cuenta que las posibilidades parapetatorias y antihumectantes de dicho artefacto tan solo serán habilitadas después de ejecutar el mecanismo de apertura correspondiente. Por lo que un paraguas cerrado es un objeto inútil e inerte que nada puede hacer contra la inmensidad de un cielo abigarrado de húmedas gotas que caen horripilantemente sobre las cabezas de la gente deshaciendo la permanente de la señora que acaba de salir de la peluquería, empapando jerséis y mojando contumazmente el peluquín de aquel tan digno señor.
Por lo que contra tanta penalidad y hecatombe no habrá otro remedio que articular el mecanismo de apertura del paraguas para prevención de desgracias y antídoto contra aguaceros. Y es entonces cuando uno deberá sujetar el ingrato artilugio por la empuñadura con una mano y, si-es-uno-de-esos-paraguas-modernos-de-apertura-automática, presionar el botón con el dedo pulgar y hacer ¡clic!
lunes, octubre 24, 2011
La luna menguante.
La luna está menguante en el cielo nocturno a través del cristal. Luna de los enamorados, luna de Corintio, luna de Petrarca que inspiró a los poetas y alumbró a los amantes perdidos en noches de pasión.
Y mienten los documentales cuando narran como te formaste a través de la colisión de un meteorito contra el planeta Tierra, Diosa Selene. Porqué tu has de ser siempre el perpetuo símbolo del amor en la noche, el trémulo reflejo de ti misma en los arroyos de antaño a los que se asomó también Narciso a observar su rostro y morir ahogado en él. Porqué tu serás siempre la luna que hechiza a los hombres y los transmuta en bestias y jamás aquella que pisó aquel astronauta dejando la cicatriz de su huella en tu faz para siempre.
Serás aquella que jamás muestra su cara oculta y guarda secretos. Serás la luna cosmicómica que se acercó tanto a la Tierra que se podía llegar a ella subiendo por una escalera y no esa luna despechada que se aleja de nosotros a razón de cuatro centímetros al año.
Porqué tu has de ser siempre la luna que persigue a los caminantes a través de su reflejo en el mar por toda la orilla y no el geómetrico paralaje de nuestra visión con respecto al horizonte. Serás la luna gibosa que en noches nubladas cumple los deseos de aquellos que la invocan y no el quinto satélite más grande del sistema solar. Serás la que define el tiempo de los hombres y rige las mareas sin saber absolutamente nada de fuerzas gravitatorias o calendarios lunares. La luna de los lunáticos a cuyo influjo sucumben los suicidas y no aquella que da vueltas a la Tierra esclava de fuerzas centrífugas.
La luna de Julio Verne, de Wells y de Philip K. Dick y no la de Neil Armstrong. La luna de los profetas y no la de los astrónomos. La de los astrólogos y no la de los cosmólogos.
La luna mitológica que produce catástrofes con sus eclipses y no esa taimada luna que describe su movimiento de traslación bajo las leyes de kepler y cuyos eclipses son predichos con milenios de antelación. La luna de los poetas y los mitómanos que resplandecía en el primer círculo concéntrico del cosmos y no la que Copérnico o Galileo acecharon con sus horribles telescopios. La luna de los amantes y no el pérfido cuerpo celestial que rota sobre si mismo y oscila alrededor de la Tierra. Tan solo la enamorada luna particular y única que poseen los amantes en medio de la noche.
La luna está menguante en el cielo nocturno a través del cristal. Luna de los enamorados, luna de Corintio, luna de Petrarca que inspiró a los poetas y alumbró a los amantes perdidos en noches de pasión.
Y mienten los documentales cuando narran como te formaste a través de la colisión de un meteorito contra el planeta Tierra, Diosa Selene. Porqué tu has de ser siempre el perpetuo símbolo del amor en la noche, el trémulo reflejo de ti misma en los arroyos de antaño a los que se asomó también Narciso a observar su rostro y morir ahogado en él. Porqué tu serás siempre la luna que hechiza a los hombres y los transmuta en bestias y jamás aquella que pisó aquel astronauta dejando la cicatriz de su huella en tu faz para siempre.
Serás aquella que jamás muestra su cara oculta y guarda secretos. Serás la luna cosmicómica que se acercó tanto a la Tierra que se podía llegar a ella subiendo por una escalera y no esa luna despechada que se aleja de nosotros a razón de cuatro centímetros al año.
Porqué tu has de ser siempre la luna que persigue a los caminantes a través de su reflejo en el mar por toda la orilla y no el geómetrico paralaje de nuestra visión con respecto al horizonte. Serás la luna gibosa que en noches nubladas cumple los deseos de aquellos que la invocan y no el quinto satélite más grande del sistema solar. Serás la que define el tiempo de los hombres y rige las mareas sin saber absolutamente nada de fuerzas gravitatorias o calendarios lunares. La luna de los lunáticos a cuyo influjo sucumben los suicidas y no aquella que da vueltas a la Tierra esclava de fuerzas centrífugas.
La luna de Julio Verne, de Wells y de Philip K. Dick y no la de Neil Armstrong. La luna de los profetas y no la de los astrónomos. La de los astrólogos y no la de los cosmólogos.
La luna mitológica que produce catástrofes con sus eclipses y no esa taimada luna que describe su movimiento de traslación bajo las leyes de kepler y cuyos eclipses son predichos con milenios de antelación. La luna de los poetas y los mitómanos que resplandecía en el primer círculo concéntrico del cosmos y no la que Copérnico o Galileo acecharon con sus horribles telescopios. La luna de los amantes y no el pérfido cuerpo celestial que rota sobre si mismo y oscila alrededor de la Tierra. Tan solo la enamorada luna particular y única que poseen los amantes en medio de la noche.
martes, octubre 18, 2011
Jugando al azar de las esquinas dobladas.
Ahí se separaron y, luego, jugaron al azar de las esquinas dobladas. A la casi infinita bifurcación del mundo en esquinas que desarticulan la ciencia exacta de los encuentros por probabilística o fluctuación del devenir propio y ajeno.
Y quedan así expuestos a una casualidad cósmica vinculada a los paseos nocturnos que suceden en ciudades distintas. A pesar de que todas las ciudades del mundo son, a veces, la misma ciudad.
Y mientras uno decide seguir recto por la calla que recorre, ella está al mismo tiempo tomando una bocacalle hacia la derecha que le hará ejecutar un mutis por el foro que él ya no alcanzará a ver. Asimismo, en cuanto ella gire hacia la esquina, él acaba de tomar en un ángulo bisectriz una avenida que le hará ir en el opuesto sentido cardinal a donde se encuentra ella. Y se acercan y se alejan entre ellos a través del laberinto errático de aceras tomadas al azar en medio de la noche sin tener muy claro a donde quieren ir.
Qué más da. Jugando al azar de las esquinas dobladas el destino juega siempre a favor y en contra de uno mismo. Y saben los dos que cualquier dirección puede llevarles al encuentro casual -si es que este se da- y, al mismo tiempo, saben que quedarse donde uno esté no es más que el movimiento estático de una vaga esperanza.
Y así deambulan nocturnos en pos de la profecía de saberse en la búsqueda contínua de su propio hallazgo. Saliendo ella de una plaza cualquiera, tomando él una callejuela estrecha, cruzándose los dos en la misma esquina sin verse por apenas unos pocos segundos. Presintiéndose en cada cruce y halládose ambos al unísono en el reencuentro final donde todas las esquinas convergen en un único centro de vértigo y caos en el que se alcanzan y entrelazan todas las direcciones del mundo. Y donde la suma de todos los números de todas la puertas de todas las calles da sentido al encuentro. Si es que este se da.
lunes, octubre 17, 2011
Te odio.
Te odio de todo corazón. Mi odio por ti es profundo y sincero y he de odiarte el resto de mi vida y por siempre jamás.
Te odio tanto que apenas puedo expresarlo con palabras. Te odio con todas mis fuerzas y todo mi ser. Es un odio total e inquebrantable, un odio indestructible que lo abarca todo y no ha de terminar. Y cuando acabe el mundo, ahí seguiré yo odiandote.
Porqué te odio a cada segundo y a cada minuto y te odio desde siempre, desde antes incluso de conocerte. Te odio a todas horas y cada día que pasa te odio un poco más. Y te odio tanto que no se puede odiar más a una persona. Y te odiaré año tras añodurante el resto de mi vida y por los siglos de los siglos te odiaré. Y mi odio será eterno e infinito y será un odio tan inmenso y absoluto que en el fondo un poquito te querré.
Te odio de todo corazón. Mi odio por ti es profundo y sincero y he de odiarte el resto de mi vida y por siempre jamás.
Te odio tanto que apenas puedo expresarlo con palabras. Te odio con todas mis fuerzas y todo mi ser. Es un odio total e inquebrantable, un odio indestructible que lo abarca todo y no ha de terminar. Y cuando acabe el mundo, ahí seguiré yo odiandote.
Porqué te odio a cada segundo y a cada minuto y te odio desde siempre, desde antes incluso de conocerte. Te odio a todas horas y cada día que pasa te odio un poco más. Y te odio tanto que no se puede odiar más a una persona. Y te odiaré año tras añodurante el resto de mi vida y por los siglos de los siglos te odiaré. Y mi odio será eterno e infinito y será un odio tan inmenso y absoluto que en el fondo un poquito te querré.
sábado, octubre 15, 2011
Odiantes.
Hace tanto que se odian que ya no notan la diferencia entre ese sentimiento que se profesan y el amor. Como no la notan tampoco la padecen y siguen viviendo su vida sin percatarse de que todo a transmutado a través de la senescencia de lo cotidiano hasta convertir la complicidad en alta traición, la confianza en incomodidad, la compañía mutua en hartazgo del uno hacia el otro. Y se apoyan en coreografías como el sexo o los protocolarios besos, el la consuetudinaria salida al cine los miércoles o la cena en el restaurante los sábados noche. Quizá la pantomima del apelativo cariñoso carcomido por el tiempo y las caricias a deshora como un extraño ritual que pierde su sentido ontológico y queda tan solo como folclore.
Hace tanto tiempo que se miran a los ojos sin ver nada. Tan solo ese vacío oculto detrás de las pupilas antes amadas que ahora son contenedor cáustico de todos los defectos del otro acumulados en la memoria a lo largo de la convivencia común. La melancolía de haber formado algún día una simbiosis común de la que ahora tan solo queda el cochambroso reducto del plural mayéutico de un nosotros muerto: la grabación conjunta de sus voces en el mensaje del contestador, los objetos mutuamente regalados por el otro en el día de sus respectivos cumpleaños, los hipotéticos nombre que hubieran puesto a sus hijos que ahora saben que ya nunca tendrán cuando se dan cuenta que no tan solo se ha tergiversado su pasado común sino también cualquier expectativa de futuro que hayan podido albergar.
Y tan solo les queda este presente amargo que dilata las horas y les cubre de silencio o de palabras que suenan vacias y también de otras que resuenan en sus mentes pero prefieren callar. Porque ni siquiera comparten el odio que les une, egocentricamente sumidos cada uno por separado en la amargura de aguantar al otro.
Y planean un viaje juntos y comentan que podrían comprarse un perro y le buscan nombres.
Se saben tan distantes ya que nada les importa. Se oyen desde lejos, se miran en direcciones opuestas, se tocan como alejandose el uno del otro y nada les incumbe. Todo sucede porqué ha sucedido ya y puede que siga sucediendo pero nada de ello les concierne. Los hechos los hechos cotidianos del día a día transcurren en ellos sin immutarles lo más mínimo.
Tan solo el odio respectivo que les une les atañe.
Y uno odia la forma en que el otro mueve las manos al hablar y el otro odia la manera en que pronuncia el otro tal palabra.
Se odian tanto y desde hace tanto que casi parece que se quieran. Y como ya no sienten casi la diferencia entre el odio y el amor no la padecen. También porque pueda ser que no la haya. Son víctima de la polarización de dos signo sopuestos de un mismo sentimiento. Y seguirán juntos mientras esten enamorados el uno del otro odiándose recíprocamente.
Hace tanto que se odian que ya no notan la diferencia entre ese sentimiento que se profesan y el amor. Como no la notan tampoco la padecen y siguen viviendo su vida sin percatarse de que todo a transmutado a través de la senescencia de lo cotidiano hasta convertir la complicidad en alta traición, la confianza en incomodidad, la compañía mutua en hartazgo del uno hacia el otro. Y se apoyan en coreografías como el sexo o los protocolarios besos, el la consuetudinaria salida al cine los miércoles o la cena en el restaurante los sábados noche. Quizá la pantomima del apelativo cariñoso carcomido por el tiempo y las caricias a deshora como un extraño ritual que pierde su sentido ontológico y queda tan solo como folclore.
Hace tanto tiempo que se miran a los ojos sin ver nada. Tan solo ese vacío oculto detrás de las pupilas antes amadas que ahora son contenedor cáustico de todos los defectos del otro acumulados en la memoria a lo largo de la convivencia común. La melancolía de haber formado algún día una simbiosis común de la que ahora tan solo queda el cochambroso reducto del plural mayéutico de un nosotros muerto: la grabación conjunta de sus voces en el mensaje del contestador, los objetos mutuamente regalados por el otro en el día de sus respectivos cumpleaños, los hipotéticos nombre que hubieran puesto a sus hijos que ahora saben que ya nunca tendrán cuando se dan cuenta que no tan solo se ha tergiversado su pasado común sino también cualquier expectativa de futuro que hayan podido albergar.
Y tan solo les queda este presente amargo que dilata las horas y les cubre de silencio o de palabras que suenan vacias y también de otras que resuenan en sus mentes pero prefieren callar. Porque ni siquiera comparten el odio que les une, egocentricamente sumidos cada uno por separado en la amargura de aguantar al otro.
Y planean un viaje juntos y comentan que podrían comprarse un perro y le buscan nombres.
Se saben tan distantes ya que nada les importa. Se oyen desde lejos, se miran en direcciones opuestas, se tocan como alejandose el uno del otro y nada les incumbe. Todo sucede porqué ha sucedido ya y puede que siga sucediendo pero nada de ello les concierne. Los hechos los hechos cotidianos del día a día transcurren en ellos sin immutarles lo más mínimo.
Tan solo el odio respectivo que les une les atañe.
Y uno odia la forma en que el otro mueve las manos al hablar y el otro odia la manera en que pronuncia el otro tal palabra.
Se odian tanto y desde hace tanto que casi parece que se quieran. Y como ya no sienten casi la diferencia entre el odio y el amor no la padecen. También porque pueda ser que no la haya. Son víctima de la polarización de dos signo sopuestos de un mismo sentimiento. Y seguirán juntos mientras esten enamorados el uno del otro odiándose recíprocamente.
lunes, septiembre 26, 2011
El universo en la punta de la nariz.
El grano de arena más insignificante del desierto eclipsó el Sol. Y la más lejana estrella de la galaxia quedó mansamente posada sobre la palma de tu mano. El día del Bigbang era pasado mañana y El Fin de los Tiempos sucedió anteayer.
Los átomos contenían dentro universos y más allá del infinito volvías a estar tu, enorme e ínfimo al unísono, efímero e inmenso, capaz de contener cualquier cosa en tu interior y siendo contenido por todo a la vez. Tan eterno como el aleteo de una mosca y tan fugaz como la vida de una estrella. Absoluto y vacío, omnisciente e idiota, observador imparcial de una realidad neutra donde los caracoles adelantan a los aviones en el paralaje de tus ojos, donde las montañas deambulan a la deriba y una gota de lluvia queda prendida para siempre de una alcayata de cielo.
Y los dinosaurios viajan a la Luna y los agujeros negros son fenómenos microscópicos creados por el hombre en un laboratorio. Y pasa un neutrino y eclipsa el mar.
El grano de arena más insignificante del desierto eclipsó el Sol. Y la más lejana estrella de la galaxia quedó mansamente posada sobre la palma de tu mano. El día del Bigbang era pasado mañana y El Fin de los Tiempos sucedió anteayer.
Los átomos contenían dentro universos y más allá del infinito volvías a estar tu, enorme e ínfimo al unísono, efímero e inmenso, capaz de contener cualquier cosa en tu interior y siendo contenido por todo a la vez. Tan eterno como el aleteo de una mosca y tan fugaz como la vida de una estrella. Absoluto y vacío, omnisciente e idiota, observador imparcial de una realidad neutra donde los caracoles adelantan a los aviones en el paralaje de tus ojos, donde las montañas deambulan a la deriba y una gota de lluvia queda prendida para siempre de una alcayata de cielo.
Y los dinosaurios viajan a la Luna y los agujeros negros son fenómenos microscópicos creados por el hombre en un laboratorio. Y pasa un neutrino y eclipsa el mar.
lunes, septiembre 19, 2011
sábado, septiembre 03, 2011
Gratis.
Ni se me puede comprar, ni estoy en venta. Soy como una enfermedad: solo puedes padecerme.
Y entonces sabrás lo que sienten los desamparados, aquellos que ya han perdido la esperanza de un futuro mejor. Que se diferencian de aquellos que aun no la han perdido pero que algún día la han de perder.
Ni me dejo engañar, ni me engaño. Simplemente acontezco a través de los días en el planeta que habito, en el mundo que nos ha tocado vivir -a sabiendas- que mi vida debería ser otra. Y tu me miras desde la distancia pasar -como pasa un instante fugaz- sin alterar el devenir de las cosas, sin cambiarte la vida. Pero, cuidado, porqué que todo siga igual, que nada cambie y que todo permanezca interperrito es un suceso que atenta contra las más básicas leyes del universo.
Mírame. Ni me quieras nunca, ni dejes de amarme jamás. Soy gratis como el aire que respiras. E impregno todo a pesar de mi supuesta invisivilidad. Me inoculo a tí hasta formar parte de tu respiración. Y me inspiras y expiras. Y te subterfugio.
Ni se me puede comprar, ni estoy en venta. Soy como una enfermedad: solo puedes padecerme.
Y entonces sabrás lo que sienten los desamparados, aquellos que ya han perdido la esperanza de un futuro mejor. Que se diferencian de aquellos que aun no la han perdido pero que algún día la han de perder.
Ni me dejo engañar, ni me engaño. Simplemente acontezco a través de los días en el planeta que habito, en el mundo que nos ha tocado vivir -a sabiendas- que mi vida debería ser otra. Y tu me miras desde la distancia pasar -como pasa un instante fugaz- sin alterar el devenir de las cosas, sin cambiarte la vida. Pero, cuidado, porqué que todo siga igual, que nada cambie y que todo permanezca interperrito es un suceso que atenta contra las más básicas leyes del universo.
Mírame. Ni me quieras nunca, ni dejes de amarme jamás. Soy gratis como el aire que respiras. E impregno todo a pesar de mi supuesta invisivilidad. Me inoculo a tí hasta formar parte de tu respiración. Y me inspiras y expiras. Y te subterfugio.
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Contraindicaciones de mi personalidad
domingo, junio 19, 2011
Vindicación de las colas.
Una de las disposiciones más emblemáticas del ser humano es la de estar haciendo cola. Es a través de ese mecanismo de distribución en el espacio que el hombre se instala en esa mansa espera que le define como tal. Su inacción a la hora de avanzar estará creando la inercia misma del avance del tiempo hacia él. Su casi estática ubicacionalidad en la cola le confiere de por sí la seguridad de que todo fluye en una dirección concreta que se presta por sí misma a la consecución del objetivo final en cada caso.
Así, se puede hacer cola por muy diversas razones: desde comprar una entrada para un evento hasta esperar tu turno en la panadería. Y, a veces, incluso, podemos estar inmersos en colas que ni sospechamos o preferimos ignorar. Como guardar cola para que llegue la hora de nuestra muerte ¿Cual es el número que nos toca y al que con tanta voluntad nos aferramos a pesar nuestro? O tal vez también haya una cola para que nos entre el sueño cada noche o una cola para alcanzar la fama y otra para quedar de nuevo sumidos en el olvido. Está la cola de la cama de la persona amada y está la cola para la operación de vesícula. Con lo que hay colas en las que uno quiere ser el primero y otras el último aunque no esté muy claro cual preferir en cada caso.
Lo fundamental es estar insertados en ese ser vivo fluctuante que avanza a través de elongaciones y contracciones arrastrandose a través de los minutos o las horas con sus múltiples pies que recorren las aceras o los pasillos mientras respira acompasadamente con todos sus numerosos pulmones sabiendose vivo mientras haya un motivo para la dilación expectante de su ciclo vital.
Porqué un mundo sin colas sería un lugar donde toda persona se creería con derecho a ser atendido de inmediato y querría obtener todo con prontitud sin tener que pasar por esa espera que acrecenta el deseo de alcanzar aquello por lo que uno aguarda. Sería un mundo de resoluciones súbitas con logros alcanzados de forma tan repentina que resultarían ingratos al añadirsele a la propia fugacidad del placer obtenido el agravio de la inexistente espera previa. Que tantas veces es la que confiere un cierto anhelo de eternidad a la efímera dicha posterior.
Porque hay en la cola un significado de intérvalo, un sentido de destino que tal vez en apariencia solo nos conduzca a conseguir dos croissants y un pan de chapata pero que en el fondo lleva implicita la esperanza de que haya algo por lo que merezca esperar. Por lo que valga la pena estar inmerso en este engranaje ordenado de personas en el que hay un principio y un final y en el que salvo eccepciones desonrosas se respeta un turno y cada individuo que lo integra es poseedor de un número ordinal que le permite adelantar posiciones al unísono que los demás y trasladarse de modo igual que se desplazan las hormigas.
Pero una vez hubo una cola infinita que no tenía ni principio ni final. Y la gente la integraba creyendose de los primeros o de los últimos cuando en realidad todos permanecían en un punto indeterminado en medio de esa inmensa hilera que recorría las calles y también los prados, que reseguía las veras de los ríos y cruzaba las montañas e iba de un lado a otro entrando en edificios, subiendo y bajando escaleras, rodeando manzanas y recorriendo cunetas a través de las carreteras hasta perderse más allá del horizonte.
La gente que conformaba dicha cola ni tan siquiera sabía la dirección en la que se desplazaba y había arduas discusiones entre sus integrantes por ver si la persona de al lado iba delante o detrás de uno. De esta forma unos miraban hacia una dirección, con la intención de que la cola avanzara en ese sentido, y otros dirigían a la vez sus miradas hacia el opuesto punto cardinal. Daba igual. Tampoco la cola avanzaba en realidad sino que su movimiento era un mero efecto óptico y, en verdad, ni tan siquiera nadie sabía cual era el motivo por el que se estaba haciendo dicha cola más que albergar su propia idiosincracia de mecanismo de espera.
Así unos decían que era la cola para entrar en el paraíso, mientras que otros aseguraban que se trataba de la cola del infierno o, en todo caso, de la de la muerte. Pero nadie creía a estos últimos por sospechar que pudieran decir eso para amedrentar a los presentes con el objetivo de que estos abandonaran la fila y poder así ocupar su turno en ella.
En todo caso, era una cola en la que esperar un destino o un futuro mejor aunque este no llegara nunca o en caso de ser alcanzado resultara ser menos de lo previsto. Como quizás en todas las colas sucede.
Así, se puede hacer cola por muy diversas razones: desde comprar una entrada para un evento hasta esperar tu turno en la panadería. Y, a veces, incluso, podemos estar inmersos en colas que ni sospechamos o preferimos ignorar. Como guardar cola para que llegue la hora de nuestra muerte ¿Cual es el número que nos toca y al que con tanta voluntad nos aferramos a pesar nuestro? O tal vez también haya una cola para que nos entre el sueño cada noche o una cola para alcanzar la fama y otra para quedar de nuevo sumidos en el olvido. Está la cola de la cama de la persona amada y está la cola para la operación de vesícula. Con lo que hay colas en las que uno quiere ser el primero y otras el último aunque no esté muy claro cual preferir en cada caso.
Lo fundamental es estar insertados en ese ser vivo fluctuante que avanza a través de elongaciones y contracciones arrastrandose a través de los minutos o las horas con sus múltiples pies que recorren las aceras o los pasillos mientras respira acompasadamente con todos sus numerosos pulmones sabiendose vivo mientras haya un motivo para la dilación expectante de su ciclo vital.
Porqué un mundo sin colas sería un lugar donde toda persona se creería con derecho a ser atendido de inmediato y querría obtener todo con prontitud sin tener que pasar por esa espera que acrecenta el deseo de alcanzar aquello por lo que uno aguarda. Sería un mundo de resoluciones súbitas con logros alcanzados de forma tan repentina que resultarían ingratos al añadirsele a la propia fugacidad del placer obtenido el agravio de la inexistente espera previa. Que tantas veces es la que confiere un cierto anhelo de eternidad a la efímera dicha posterior.
Porque hay en la cola un significado de intérvalo, un sentido de destino que tal vez en apariencia solo nos conduzca a conseguir dos croissants y un pan de chapata pero que en el fondo lleva implicita la esperanza de que haya algo por lo que merezca esperar. Por lo que valga la pena estar inmerso en este engranaje ordenado de personas en el que hay un principio y un final y en el que salvo eccepciones desonrosas se respeta un turno y cada individuo que lo integra es poseedor de un número ordinal que le permite adelantar posiciones al unísono que los demás y trasladarse de modo igual que se desplazan las hormigas.
Pero una vez hubo una cola infinita que no tenía ni principio ni final. Y la gente la integraba creyendose de los primeros o de los últimos cuando en realidad todos permanecían en un punto indeterminado en medio de esa inmensa hilera que recorría las calles y también los prados, que reseguía las veras de los ríos y cruzaba las montañas e iba de un lado a otro entrando en edificios, subiendo y bajando escaleras, rodeando manzanas y recorriendo cunetas a través de las carreteras hasta perderse más allá del horizonte.
La gente que conformaba dicha cola ni tan siquiera sabía la dirección en la que se desplazaba y había arduas discusiones entre sus integrantes por ver si la persona de al lado iba delante o detrás de uno. De esta forma unos miraban hacia una dirección, con la intención de que la cola avanzara en ese sentido, y otros dirigían a la vez sus miradas hacia el opuesto punto cardinal. Daba igual. Tampoco la cola avanzaba en realidad sino que su movimiento era un mero efecto óptico y, en verdad, ni tan siquiera nadie sabía cual era el motivo por el que se estaba haciendo dicha cola más que albergar su propia idiosincracia de mecanismo de espera.
Así unos decían que era la cola para entrar en el paraíso, mientras que otros aseguraban que se trataba de la cola del infierno o, en todo caso, de la de la muerte. Pero nadie creía a estos últimos por sospechar que pudieran decir eso para amedrentar a los presentes con el objetivo de que estos abandonaran la fila y poder así ocupar su turno en ella.
En todo caso, era una cola en la que esperar un destino o un futuro mejor aunque este no llegara nunca o en caso de ser alcanzado resultara ser menos de lo previsto. Como quizás en todas las colas sucede.
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